Gonzalo Perera
Me ha sorprendido enormemente la importante similitud entre la iniciativa en materia de jubilaciones y pensiones de Macron en Francia y la reforma jubilatoria de Lacalle Pou. Las resistencias que despiertan también tienen relevantes puntos en común. Algunos días atrás, el histórico “L’Humanité” ponía en tapa una impactante foto de las movilizaciones populares en las principales ciudades de Francia contra el proyecto Macron, con estimaciones de cerca de tres millones de franceses en las calles, para decir que las jubilaciones no son negociables para las clases trabajadoras francesas.
Hay motivos para que la coincidencia sorprenda. Aún en declive, poco tiene que ver hoy Francia, una de las 10 mayores economías del mundo, con Uruguay, que se sitúa hacia el fondo de la lista de las primeras 100 economías del mundo. El PBI de Francia es 41 veces el de Uruguay y naturalmente, podría pensarse que eso tiene que ver con la mayor población del país de la flor de lis. Pero poblacionalmente Francia es unas 19 veces el Uruguay, así que la amplificación poblacional es menos de la mitad que la amplificación económica entre un país y otro. Consistentemente, el PBI per cápita francés es 2,3 veces el uruguayo. Peor aún, pese a que en Francia hay muy poderosas empresas industriales, grupos económicos de servicios, etc., que implican la existencia de capitalistas con fortunas personales muy por encima de las que se encuentran en Uruguay, la distribución de la riqueza es más pareja en Francia que en Uruguay, sea cual sea el indicador que se mire. Por ende, las diferencias tan obvias entre uno y otro país hacen que las coincidencias llamen la atención.
Naturalmente, con el neoliberalismo en ambos gobiernos, la frivolidad y clasismo de los economistas neoliberales, hacen que uno vea en ellos el caballo de Atila de nuestros tiempos. Hace muy pocos días, escuchaba a un “reconocido economista” neoliberal uruguayo hacer incisivos análisis económicos y sociales en una entrevista, tan profundos que incluían referencias a supuestos hechos de la vida íntima de un Premio Nobel, y tan de mente abierta, que manifestaba su espanto por el hecho que en América Latina hayan gobernado algunos presidentes que consideró impresentables por su tendencia al “popularismo” (sic). Entre la gigantesca cholulez de sus apuntes, el horroroso manejo del lenguaje castellano y una sarta de frivolidades puestas como ejemplos de indicadores de bienestar económico, uno concluye que, de semejantes lumbreras, sólo puede salir el apagón generalizado.
Si bien todos estos males del neoliberalismo y de sus “profetas” son ciertos y evidentes, las “coincidencias” en muy distintos lares, de proyectos de reforma jubilatoria caracterizados por el saqueo a las clases trabajadoras y por la destrucción de derechos arduamente conquistados, hay que buscarlos aún más allá , en la lógica misma de un sistema global en estrepitosa decadencia.
En la década del 20, el italoamericano Carlo Ponzi enredó en una estafa a unas 40 mil personas, a quienes extrajo al menos 10 de los 15 millones de dólares que invirtieron. La estafa, basada en esquemas de involucramiento progresivo de más y más incautos inversores, fue de tal notoriedad que desde entonces maniobras similares se conocen como “esquemas de Ponzi”. Todos hemos visto algún esquema de Ponzi o alguna estafa masiva quizás con otros matices, pero coincidente en sus resultados: quienes tiene el más alto rango en alguna forma de jerarquía, terminan amasando fortunas y son poquísimos. En el otro extremo, la multitud que queda en los eslabones más bajos de la cadena pierde hasta el último centavo que puso. Estas estafas son como un “tráiler” (una sinopsis, se decía en otros tiempos) muy acelerado, casi como un videíto tik-tok de la historia del capitalismo.
El capitalismo permite que “inversores” acumulen capital, por la rentabilidad de sus operaciones, cuando el sistema está en una fase de expansión. Cuando hay inocentes cayendo bajo el esquema de Ponzi, los que ya estaban adentro pueden ganar. Ahora bien cuando al sistema ya le cuesta expandirse, cuando ya casi no queda a quién embaucar, entonces, como un castillo de naipes bajo un vendaval, se desmorona toda la cadena de pagos, la inmensa mayoría pierde todo, hasta la vida incluso, y los pocos “malla oro” se llevan todos los recursos. Pero cuando la fase de expansión se hace casi imposible, o literalmente imposible, entonces el vendaval se puede llevar puesto hasta a los más copetudos, que comienzan a buscar cabezas donde pisar para que a ellos no les llegue la malaria. Los sesudos economistas neoliberales gustan recordar que “no hay capitalismo sin lágrimas”, y estamos de acuerdo, pero omiten sistemáticamente decir de quiénes son las lágrimas y cuánto su caudal acumulado. Porque las grandes mayorías son las que lloran mares, mientras pocos privilegiados parecen no tener lacrimales, o para decirlo en términos bien uruguayos, siempre encuentran algún préstamo de algún Banco República con el cual salvarse, el cual no pagarán jamás de los jamases, aumentando así las penas de los de abajo. Y no quieren ni pensar, por cierto, que algún día, tarde o temprano, no habrá préstamo ni avivada que los salve, y ahí sí, las lágrimas serán generalizadas y no siempre de los mismos. Porque como en el esquema de Ponzi, parte esencial de la lógica del sistema capitalista, es que debe crecer furibundamente hasta el punto de reventar, eventualmente llevándose puesto a todo aquel que se le haya cruzado.
Hemos dicho mil veces, y repetimos, que las leyes de la Física tienen límites. Que la resiliencia del ambiente terrestre para generar condiciones compatibles con la vida humana tiene límites. Además, en ambos casos, los límites ya están cerca. No sé quién lo verá en su último estertor, pero el fin de las posibilidades de expansión del capitalismo está ya cerca y el castillo de naipes ha comenzado a derrumbarse, llegando a afectar aún a los más copetudos.
Por eso, siempre dentro de la simplificación que intenta capturar los trazos más gruesos, vivimos actualmente una insólita crisis global, no sólo económica, sino también financiera, donde ni siquiera los grupos económicos más poderosos están libres del futuro sombrío. Por ello tienen que salir a pisar cabezas y es allí donde radica, en los cuatro puntos cardinales, un tremendo impulso a las reformas jubilatorias que le saquen, en presente y futuro, gigantescas sumas a las inmensas mayorías, para intentar solventar el salvataje de los muy pocos que pretenden seguir de privilegio en privilegio.
La reforma jubilatoria la tenemos que pelear, sea en Francia, en Uruguay o en el país que sea, con los dientes muy apretados e invocado en cada contexto las razones más adecuadas para que las grandes mayorías entiendan el despojo que se le pretende hacer. Pero no podemos dejar de notar que aquí hay un anuncio más, por si falta hiciera, de que o terminamos con el sistema o el sistema termina con todos nosotros.
No podemos pretender saber el cómo ni el cuándo, ni tener el cronograma de los cambios radicales que deben venir, Pero entre los derechos de casi todos y los privilegios de los jodedores, entre la paz y la muerte por doquier, entre la vida y la destrucción del ambiente habitable por la humanidad, no puede haber duda.
Que se jubile y cuanto antes, Ponzi y sus símiles de hoy, y que se salven los pueblos del mundo. Es lo uno, o lo otro: no hay espacio ni para tibiezas ni para distraídos.
Foto de portada:
Movilización de jubilados y pensionistas en Montevideo el año pasado. Foto: Mauricio Zina / adhocFOTOS.