No hay duda que la salud, el derecho a la vida, debe ser la prioridad, el problema es que esta crisis muestra los límites del neoliberalismo, los explicita dramáticamente. La salida no es por allí.
La paralización de países enteros ha mostrado verdades simples que el sentido común dominante niega cada día. Por ejemplo, que toda la riqueza se genera con el esfuerzo de millones de trabajadores y trabajadoras que todos los días van a eso, a trabajar. Cuando esta fuerza creadora está confinada en sus casas por una pandemia, la economía se cae y no la sostienen el libre flujo de capitales y las especulaciones de las bolsas, tan endiosadas por el neoliberalismo. O que la salud se defiende mejor con sistemas públicos fuertes que atienden a todas y todos y no con seguros privados que se ocupan solo de los que pueden pagar. O también, que el Estado juega un rol central, en la salud y en la economía, y en tiempos de crisis, como los que vivimos, y no solo por el Covid-19, debe tener un rol protagónico para construir las respuestas de toda la sociedad, que no pueden salir de la esfera privada. Y quizás la más importante, que los pueblos se defienden mejor de las amenazas con redes de solidaridad, con organización y no con el individualismo reinante como seña de identidad.
En esta crisis, y en su salida, se reivindica lo público, que es esencialmente democrático, porque integra a todas y todos, porque los considera ciudadanos, es decir, sujetos de derechos. Lo privado, la esfera comercial, muestra su incapacidad de construir salidas porque solo contempla a los seres humanos en tanto consumidores, no les reconoce derechos, les vende mercancías de acuerdo a su poder adquisitivo. Y para esa concepción, que es la dominante, la salud es una mercancía más.
Esta reflexión es imprescindible para pararse ante esta situación de crisis y para construir una salida, eficiente en términos de respuesta sanitaria, económica y social, y democrática, que nos contemple a todas y todos.
La perplejidad que se manifiesta en varios sectores de la sociedad expresa la incapacidad de concebir lo colectivo. Esta pandemia rompe con el sentido común dominante de la realidad, esa construcción neoliberal que considera a la sociedad como un conjunto de individuos aislados que compiten entre sí. Y muestra que somos un conjunto de seres humanos con problemas comunes y que para resolverlos debemos ser solidarios, actuar colectivamente y comprometernos.
En el mundo se muestran claramente estos dos caminos. Trump primero negó la gravedad de la epidemia, luego le echó la culpa a los chinos, después cerró las fronteras y decidió ingentes sumas de dinero para auxiliar a los bancos y a los mercados de valores. Toda una declaración de principios. Bolsonaro, su admirador y seguidor obsecuente, fue más allá, se niega a tomar medidas porque hay que preservar la economía y los negocios.
Sin embargo, en otros lugares, y aún con distancias ideológicas enormes entre los protagonistas, se eligen otros caminos, que son los más exitosos. Macrón en Francia, defiende el sistema público de salud, suspende el pago de facturas, baja los alquileres y los créditos. Alberto Fernández hace lo propio en Argentina, aunque tiene la enorme dificultad de encontrarse una salud pública devastada por Macri que degradó al Ministerio de Salud Pública a Secretaria y la postró presupuestalmente.
China hace una fuerte intervención estatal, pone todos sus recursos en la salud pública, está frenando la pandemia e, incluso, está ofreciendo solidaridad a otros países, también a Uruguay.
Y en el centro de lo ejemplar, una vez más, Cuba, con un sistema de salud referencial, a pesar de todas las dificultades y décadas de bloqueo, con médicos solidarios en los lugares más complicados, como cuando el Ebola, con un fármaco que está probando ser efectivo, brindado también solidariamente y recibiendo en su puerto a un crucero británico con personas contagiadas que nadie quería ayudar.
Es importante reflexionar sobre esto. No todo es lo mismo, no todo es igual. Tampoco para enfrentar una pandemia.
El capitalismo estaba en crisis antes del Covid-19, esta pandemia ha agravado esa crisis y ha explicitado la fragilidad de la globalización neoliberal. Es cierto que con esto no arreglamos la situación sanitaria, pero hay que decirlo y asumirlo.
Para resumirlo en dos imágenes de estos días. Por un lado están los privilegiados que como Aznar en España, viola la cuarentena para irse a Marbella, o Carmela Hontou aquí, que viniendo de Milán también burla la cuarentena para irse a un casamiento en Carrasco. Solo son capaces de mirarse el ombligo. Por el otro están las y los trabajadores de la salud, que en la primera línea, arriesgando su propia salud, trabajan pensando en todas y todos. Ayer los aplaudimos en cada balcón, como se merecen.
Uruguay: la pandemia y las salidas
En nuestro país la situación se inscribe en lo que señalábamos en el mundo. Al cierre de esta edición se habían confirmado 94 casos, en cinco departamentos. Desde el punto de vista de la salud, lo que hay que hacer ahora es intentar frenar la curva de contagios, lograr que se reduzca su cantidad a lo mínimo posible.
Para eso, lo único que en el mundo ha funcionado, China y Corea del Sur son el ejemplo más claro, es evitar al máximo el contacto social, es decir, que la gente permanezca en sus casas.
Eso ha propuesto el Sindicato Médico del Uruguay y también lo han expresado referentes de la Facultad de Medicina. Eso ha hecho Argentina.
Uruguay tiene un Plan de Contingencia elaborado por ASSE. Tiene un Sistema Nacional Integrado de Salud, tiene una Salud Pública en mucho mejor estado, con más presencia, infraestructura y presupuesto, un Sistema Nacional de Cuidados, decisivo para poder proteger a la población con más riesgo de contagio, tiene un Sistema Nacional de Emergencias. Hay que poner todo eso en juego y fortalecerlo.
¿Qué ha hecho el gobierno? Exhortar a la gente a quedarse en la casa. Suspender las clases, ahora hasta Turismo. Anunciar una serie de medidas, de muy reducido impacto, para beneficiar a las empresas, según se ha dicho, particularmente a las pequeñas y medianas. Establecer una flexibilización del Seguro de Paro, posibilitando que se trabaje la mitad de la jornada o que se acojan por períodos menores a un mes. Anunciar que va a fortalecer las transferencias estatales a los sectores más pobres a través del MIDES.
Eso está bien. Pero no alcanza, ni de cerca. Y además tiene un problema.
Es que esto va acompañado de un tarifazo, que anoche el presidente Luis Lacalle Pou ratificó, que vendrá el 1º de abril, un aumento del IVA en el consumo de tarjetas y un ajuste fiscal, con restricción de la ejecución presupuestal vigente al 85% y una reducción de la cobertura de vacantes. Y una devaluación gigante del peso con respecto al dólar.
Además, de manera irresponsable, el gobierno vetó un acuerdo construido entre el SUNCA y las gremiales empresariales, para instrumentar una licencia especial en la construcción, financiada por el Estado, las patronales y los trabajadores, que permitía, junto con la licencia de Turismo, dar un espacio de 21 días sin trabajar y evitar que 45 mil trabajadores y sus familias se expusieran al contagio o contagiaran ellos.
Ese no es el camino. El gobierno luce perplejo, ante una crisis que interpela a toda la sociedad, ha quedado en evidencia que la ruta que tenía prevista no solo no ayudaría sino que empeoraría las cosas. Como muestra solo un botón, ¿En qué ha quedado el gran despliegue de fuerza policial de los primeros días? ¿Para qué sirvió? ¿Eso era lo urgente?
El PIT-CNT y el Frente Amplio reclamaron que no se enviara la Ley de Urgente Consideración, inconveniente en cualquier escenario, y en este mucho más. Esta crisis ha mostrado que ninguno de sus contenidos son realmente urgentes. Ninguna de las medidas allí contemplada sirve para afrontar mejor esta crisis, al contrario, la agravarían. El gobierno decidió no enviarla.
Pero el PIT-CNT y el Frente Amplio también reclamaron que se deje sin efecto el tarifazo y el aumento del IVA, que se retire el ajuste ya en marcha, que se vaya a una renta básica para atender a los sectores más vulnerables y garantizar su salud y su alimentación, que se anulen los cortes de servicios públicos por falta de pago, que se prorroguen los aumentos de alquileres, que se amplíen las Asignaciones Familiares, los seguros de paro y las prestaciones del MIDES.
Sobre todo que se construya un gran Acuerdo Nacional, con todos los partidos políticos y organizaciones sociales, para una salida donde como proponía Artigas, los más infelices sean los más privilegiados.
Todas y todos estamos afectados, pero no de la misma manera, la desigualdad es la gran diferencia. Se precisa una cuarentena general, ordenada y donde los más pobres y más vulnerables no paguen los costos. Se necesita una acción decidida del Estado en la salud, en la economía y en la construcción social. Ese es el camino. No hay que olvidar que pandemia, etimológicamente, viene del griego, pan («todo») y demos («pueblo»), es decir todo el pueblo. La salida, por tanto, debe contemplar a todo el pueblo.