A las armas las carga el diablo

Gonzalo Perera.

Siempre es bueno comenzar con un poquito de sensatez. En diversos lugares del planeta, en particular donde ha vivido parte de mi familia y he estado, la presencia humana y de su producción se ve amenazada por predadores mayores, que ponen en riesgo no sólo el fruto de su trabajo, sino su seguridad personal. Además, lo hacen de forma absolutamente invasiva, al nivel de una verdadera plaga. En un tal contexto, obviamente de fuerte ruralidad, el que la gente disponga de armas para defenderse (no para caza predatoria, vale decir) de estas amenazas muy tangibles, es lógico y racional.
Muy diferente es la realidad urbana, donde el mayor predador del hombre no es el oso, el lobo, ni el tiburón, sino el mismísimo hombre.
Muchas veces hemos advertido que de los 135 artículos de la LUC que constituyen el Manifiesto Neoliberal Salvaje, los que están en la sección 1 y central para el gobierno, dedicada a la Seguridad, si bien son la cancha en la que la derecha (por su ADN político) se siente más cómoda, no dejan de ser una verdadera barbaridad.
Dijimos mil veces que había que tener cuidado con el nuevo concepto de defensa propia, que habilita a tirar contra el que amenaza la propiedad, aunque riesgo claro de la seguridad personal no exista. Advertimos que había, de aquí en más y hasta que nuestro voto por el SÍ a nuestros derechos cambie la situación, que cuidar las caminatas nocturnas o la revisión de la vegetación compartida con el vecino. Uno nunca sabe qué gesto, por inocente que sea, puede diligenciar la bala ajena si se ha generado la psicosis del gatillo fácil. Llegamos a indicar que entrar a la propia casa por un lugar inusual debido a una simple pérdida u olvido de llaves podría ser la causa de la pérdida de la vida.
Dijimos además que alentar a tirar sin consecuencias obviamente alienta a armarse, independientemente del conocimiento y preparación que se tenga para manejar un recurso tan delicado.
En estos días, todo indica que no hablamos de más. Aparentemente, un vecino habría terminado con la vida de una persona de 28 años que estaba trepada al techo de su casa haciendo una refacción, pues lo habría “confundido” con un ladrón. El uso del condicional es de elemental delicadeza, no formamos parte de la investigación del caso, ni desde su componente policial, ni desde el judicial, y por ende, caben todas las precauciones debidas sobre la conclusión específica. Pero sorprende, y mucho, la concordancia entre las advertencias que adelantáramos y una posible explicación de los hechos acaecidos.
Los cambios que los 135 artículos de la LUC impugnados, que nos llevarán a votar SI por un Uruguay de derechos y de sensatez republicana histórica, habilitan un uso desmedido e injustificado de la fuerza para tirar “por las dudas”. Hay que ser muy, pero muy ingenuo, para no darse cuenta que eso da comienzo a una espiral ascendente de violencia. Hay que ser muy inocente, para no darse cuenta que eso alienta a armarse a toda la población. Por las dudas. y no contra osos ni riesgos naturales, reales e inminentes, sino sociales y sólo controlables por la conducta humana, por decir algo.
¿Qué pasa en una sociedad muy armada y sensibilizada para responder con mano propia ante lo que considere amenaza, con toda la incertidumbre que esta percepción implica? No hace falta imaginar. alcanza con constatar realidades objetivas.
La Asociación Nacional del Rifle, NRA (del inglés National Rifle Association) es una organización estadounidense para defender el derecho a poseer armas sea para la defensa personal como para actividades recreativas. Se fundó en Nueva York en 1871 y posee 5 millones de socios. Cada uno de esos socios posee varias armas, incluidas algunas netamente de guerra. Mínimamente y bajo amparo legal, cada diez habitantes de Estado Unidos hay al menos un arma de guerra.
En dicho país, la recurrente tragedia de un joven o incluso un menor, que sufre severas ausencias afectivas en su crecimiento y otras violentas causas de desarrollo de personalidades absolutamente trastornadas, se suman explosivamente al arsenal de guerra circulante en la población, generando cada tanto desastres mayúsculos, disimulados bajo el eufemismo de “shootings” (tiroteos). Difícil calificar de “tiroteo” la acción de un joven que va a su escuela, liceo o universidad, armado a guerra y que ametralla a diestra y siniestra, regando víctimas inocentes.
En dicho país, en las estadísticas oficiales, siempre generosas con el poder, se registran 152 tiroteos masivos entre 1967 y mayo de 2018, con un promedio de ocho muertes por incidente si se incluyen las muertes de los perpetradores (más de 1.200 víctimas mortales). Pero cuidado: un informe exhaustivo realizado por USA Today, insospechable de izquierdismo, rastreó todos los asesinatos masivos desde 2006 hasta 2017, en los que el perpetrador asesinó intencionalmente a 4 o más personas. Al considerar asesinatos en masa por armas de fuego, encontró 271 incidentes con un total de 1.358 víctimas, mucho más que los datos oficiales. Otras estadísticas serias agravan y mucho los guarismos, pero no cambian la sustancia del asunto,
Al buscar las posibles causas de esta situación hay una coincidencia generalizada sobre la primera de ellas: la mayor accesibilidad y propiedad de armas. Los Estados Unidos tienen la mayor posesión de armas per cápita del mundo con 120,5 armas de fuego por cada 100 personas; siendo el segundo más alto Yemen con menos de la mitad, 52,8 armas de fuego por cada 100 personas.
La ciudadanía expuesta a un riesgo vital por su trabajo o condición de vida, como se dijo al principio, tiene derecho, obviamente, a protegerse. La ley de defensa propia, que protege la reacción proporcionada ante un riesgo vital de cualquier ciudadano, brinda amparo a un derecho básico. La promoción al barrer del “tire y después pregunte” es, en cambio, un absoluto desastre. Provoca situaciones trágicas e irreversibles. Propende a la proliferación de las armas de fuego, sin la necesaria formación para usarlas debidamente y no usarlas cuando no cabe. Promueve tirar primero y preguntar y pedir disculpas después, pero la muerte de un solo inocente no es cuestión de urbanidad.
Esto se traduce en recomendaciones muy simples para nuestra población hasta que el SI a los derechos y la sensatez nos liberen de esta locura: no te subas a tu techo para arreglar nada. Si sos un gurí o gurisa y se te va la pelota al terreno del vecino, no la vayas a buscar y mucho menos con poca luz. Si tienes que volver a tu casa cortando camino por terrenos cercanos, no lo hagas. Pero tampoco te exhibas por la calle, ni tampoco te guardes, a lo mejor despiertas desconfianza en los vecinos y te van a acusar de alguna actividad delictiva. A las armas las carga el diablo, no la imagen metafórica y cornuda introducida por la pictografía cristiana, sino la alegoría del mal proceder y concluir.
Donde hay armas cargadas, suelen ser inútiles o nocivas. Inútiles, pues si se usan, deben dispararse primero y no dar chance a respuesta. Nocivas porque si así se disparan y el circunstancial objetivo es inocente, significan una muerte inocente o porque si no se logran disparar tan prontamente y del otro lado hay un tirador experto, el que la queda es el que pretende defenderse. Nocivas porque quien se desarrolla psicológicamente con fuertes trastornos, si está armado es una bomba a punto de explotar.
A las armas las carga el diablo y a las urnas, el pueblo sensato que dice SI.

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