La tapa y el editorial de esta edición están dedicados a recordar y recordarnos lo que ocurrió el 9 de julio de 1973. Es nuestro modesto aporte para mantener viva la memoria de una jornada histórica en la que nuestro pueblo, desafiando la represión y el terror, defendió la democracia y la libertad en la calle. La dictadura respondió con odio, ese odio alcanzó de lleno a EL POPULAR cuyas instalaciones fueron brutalmente asaltadas esa misma noche.
La historia es un proceso vivo, continuo, es pasado, pero también es presente y futuro. Si nos roban o nos tergiversan el pasado, nos debilitan el presente y nos imposibilitan el futuro; excluyen la posibilidad de una transformación social, eliminan la perspectiva emancipadora.
Por eso, una y otra vez, es imprescindible reivindicar la historia desde una perspectiva popular, construir memoria histórica.
El 9 de julio de 1973 estaba en pleno desarrollo la Huelga General, esa gesta democrática maravillosa del pueblo uruguayo. La situación era muy dura. La represión crecía, había cientos de presos, las cárceles ya no alcanzaban y la dictadura habilitaba el Cilindro Municipal como tal. Las patronales multiplicaban los llamados a reintegrarse al trabajo, obviando que lo que estaba en juego no era un reclamo salarial sino la democracia y la libertad; amparadas en la autorización especial de despedir sin causal, dejaban sin empleo a miles de personas que luchaban por la libertad. Las destituciones se multiplicaban en el Estado. A pesar de los despidos, del hambre, de los cedulones de desalojos, de los cortes de luz, de las propuestas de aumentos salariales como soborno, de la cárcel como amenaza y horizonte concreto, miles seguían ocupando y defendiendo la Huelga General.
La CNT y los sindicatos eran ilegalizados, sus dirigentes requeridos desde la tapa de El País. La Universidad de la República era atacada, reprimidas sus autoridades.
El 6 de julio era asesinado Ramón Peré, estudiante de Veterinaria, militante de la FEUU y de la UJC. Un militar lo baleó por la espalda cuando volanteaba contra la dictadura y en respaldo a la Huelga General. El 8 de julio, otro estudiante, Walter Medina, militante de la JSU, era asesinado, también por la espalda, en Piedras Blancas, cuando hacía una pintada contra la dictadura.
La CNT decide que había que hacer una demostración en la calle para enfrentar el golpe de Estado. Se convoca a una manifestación el 9 de julio, a las 5 en punto de la tarde, en 18 de Julio, en la Plaza Libertad. La convocatoria debe burlar la represión y la censura. A las pintadas, convocatoria en las asambleas de las fábricas y facultades ocupadas, se suma la voz de Ruben Castillo, leyendo en su programa de Radio Sarandí el poema de Federico García Lorca: “A las 5 en punto de la tarde”.
También se convoca desde la tapa de EL POPULAR, el diario de la Huelga General y la resistencia al golpe. En la portada de ese día, junto a las fotos del sepelio de Ramón Peré, el título lo decía todo. “Sabremos cumplir”. En la misma portada, Patricia, ese personaje entrañable de Néstor Silva, convocaba sin palabras a la manifestación.
La convocatoria fue respaldada por la FEUU, por la UDELAR, por el Frente Amplio y los sectores wilsonistas del Partido Nacional. Por nadie más. Las gremiales empresariales se llamaron a silencio. Los sectores no golpistas del Partido Colorado no respaldaron la movilización.
A las 5 de la tarde una combativa multitud de cientos de miles de personas desbordó 18 de Julio, casi desde la Intendencia a la Plaza del Entrevero. En varias plazas del interior del país hubo concentraciones similares, donde se entonó el himno. En Montevideo se desató una represión feroz, con tanquetas, carros lanza agua, gases lacrimógenos, tropas de choque, caballería, agentes de civil y provocadores de bandas fascistas. Hubo cientos de detenidos y heridos. En la denominada “Operación Zorro” son apresados los dirigentes del Frente Amplio, generales Líber Seregni y Víctor Licandro y el coronel Carlos Zufriategui. El presidente de la CNT, José D´Elia, escapa apenas del cerco. Se frustra la operación para descabezar la resistencia y dejarla sin dirección.
Como parte del objetivo de golpear a la resistencia, se ejecuta un asalto contra el diario EL POPULAR. La dictadura no le perdona a EL POPULAR su compromiso con la Huelga General, a la que no solo apoya, sino que es parte de su organización y su sostén. El odio del ataque contra EL POPULAR es indicativo del papel que el diario jugaba. Primero cortan 18 de Julio, entre Julio Herrera y Andes, apagan las luces, no permiten a nadie que se acerque. Luego, una tanqueta del Ejército carga contra el Edificio Lapido, en 18 de julio y Río Branco, donde funcionaban la redacción, la administración y la imprenta de EL POPULAR. La tanqueta arranca la puerta que daba sobre 18 de Julio y una horda ingresa al local, golpeando, agrediendo, rompiendo todo a su paso. La componen efectivos militares, policiales, uniformados y de particular, y también grupos de choque fascistas, de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP). Tiran gases, entran con máscaras, golpean a culatazos y con cachiporras a las y los trabajadores. Los reúnen en la redacción, los ponen boca abajo y los agreden a culatazos y con bayonetas. Quieren las fotos, para borrar la memoria, y la plata, para bloquear la salida futura del diario. No las consiguen, en medio del asalto, los fotógrafos alcanzan a esconder los negativos y las trabajadoras de administración esconden el dinero.
Descargando su odio rompen a culatazos los teclados de las máquinas de escribir. Dañan la rotativa y con bayonetas agujerean las tarrinas de tinta y la dejan derramarse. Bajan a patadas y garrotazos dos pisos de escaleras a las y los trabajadores, también a las mujeres embarazadas. En 18 de Julio, montan una nueva provocación. En la desierta avenida ponen a más de 100 trabajadoras y trabajadores con las manos en la pared, y a sus espaldas montan un simulacro de fusilamiento, dan la orden de cargar y apuntar, nunca llega la orden de fuego. Buscaban una reacción, una corrida, para justificar la masacre. Ningún trabajador de EL POPULAR se movió. Todos y todas fueron detenidos, algunos en Cárcel Central y otros en el Cilindro.
Los que no estaban en el diario en el momento del asalto recuperan el local, reconstruyen los destrozos y vuelven a sacar EL POPULAR, hasta la próxima clausura y la clausura final.
Los que van siendo liberados vuelven al diario, a “cumplir con la tarea”, dicen, sabiendo que lo más probable es que vuelvan a caer presos. De hecho así fue, decenas de trabajadores del diario fueron presos largos años, otros obligados al exilio; Juan Manuel Brieba, detenido en la Operación Morgan, sigue desaparecido y Norma Cedrés murió en prisión, hostigada bestialmente.
Esto no es solo un relato. Es la exposición de hechos. Es la verdad.
Toda esa represión, todo ese odio, fue para defender la implementación de un modelo de sociedad concentrador de la riqueza y del poder, de subordinación internacional a los designios del imperialismo yanqui y para abortar el proceso de acumulación de fuerzas del pueblo, que abría, con niveles inéditos de unidad social y política, una perspectiva de democratización de la sociedad.
La Huelga General se levantó pocos días después, no logró el objetivo de evitar que se instalara la dictadura. Pero, como ya hemos dicho y queremos reiterar ante los renovados intentos de contar la historia desde el poder minimizando el papel del pueblo organizado en la defensa de la democracia, sin Huelga General, sin 9 de julio, sin la dignidad de las y los trabajadores de EL POPULAR, no habría sido posible la resistencia sin tregua a la dictadura y la recuperación democrática.
Hace 47 años, un 9 de julio, nuestro pueblo dio una demostración inmensa de dignidad. Y también la dieron las y los trabajadores de EL POPULAR.
La dignidad de no rendirse. La dignidad de luchar a pesar del terror. La dignidad de resistir.
Con eso no alcanza para las transformaciones históricas por las que peleamos, las de la emancipación social, las de la revolución, entendida como la democratización radical de las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Se necesita un nivel superior de unidad, conciencia y organización del pueblo. Y esa es una tarea histórica.
Pero sin esa dignidad nada es posible. De esa dignidad orgullosamente venimos. De esa dignidad estamos hechos. De la dignidad de resistir en las horas más oscuras.
No lo olvidemos nosotros y que no lo olviden los poderosos.