Por Gonzalo Perera
No cabe duda que uno de los mayores aportes de Antonio Gramsci es haber puesto el foco en la dimensión cultural de cualquier proceso emancipador, en particular, en cómo se instalan en las grandes masas, de manera sutil e incluso a nivel inconsciente, sistemas de valores y conceptos incuestionables absolutamente funcionales a los intereses de las clases dominantes.
Simplificando para decir las cosas de manera sencilla: nadie sensato desea de forma consciente que lo exploten. Pero si, día tras día y hora tras hora, en lo que una persona lee, escucha, o mira, cuando se informa o simplemente se entretiene, en lo que recibe de cada diálogo en su hogar, en la calle o en cualquier instancia de socialización, le van instalando calladamente la resignación, el “mirar para el costado”, el “mejor no te metas”, el “hacé la tuya”, etc., es casi inevitable que se deje explotar sin chistar, porque ni siquiera puede concebir otra posible manera de vivir.
En estos tan intensos y duros momentos que está viviendo el país, estamos y estaremos viviendo una descomunal batalla político-cultural que parece un ejemplo de manual de los aportes de Antonio Gramsci.
Como un verdadero choque de trenes, se van a enfrentar, esta vez bajo el apelativo de “normalidades”, dos visiones, dos sistemas de valores, dos maneras de vivir diametralmente opuestas, que no sólo condicionarán los hechos prácticos sino nuestros propios pensamientos y formas de enfocar nuestras vidas y el diario acontecer.
Desde el gobierno, la derecha, pretende proponer “la nueva normalidad”. Ya empezamos muy mal, pues en realidad lo que pretender imponer es “una determinada concepción de nueva normalidad”.
Sin buscarle la quinta pata al gato, afirmar que, de un modo u otro, tras un episodio traumático que vive el mundo entero, y en el caso del Uruguay, muy particularmente las clases populares, completamente desguarnecidas ante la insensibilidad del gobierno nacional respecto a sus graves y muy básicas carencias, tras ese “sacudón”, la sociedad puede cambiar su manera de apreciar, significar y valorar distintas cosas, es evidente. Es obvio que el día que las personas puedan circular libremente, reunirse con todos sus amigos y seres queridos, estrecharse en un abrazo, etc., se apreciará muy particularmente cosas que antes podían parecer menores. No tiene pues tener mayor sentido discutir el que, sea de forma permanente o transitoria, todos nosotros de algún modo y en algunos planos actuaremos distinto cuando termine la emergencia sanitaria, pues es una característica esencial del ser humano el asimilar sus experiencias y reflejarlas en su comportamiento.
Lo que es un inaceptable intento de sutil contrabando ideológico, típico de la construcción del pensamiento hegemónico, de las estructuras culturales funcionales a la dominación, el afirmar que hay una sola forma de acusar recibo de esa experiencia, y que por la tanto hay una única e indiscutible “nueva normalidad”.
La derecha apunta a una “nueva normalidad” con “distanciamiento social”, donde se trabaja y se produce para generar lucro para el gran capitalista, pero donde no se hacen reuniones para discutir y menos que menos para protestar. Si fuera necesario alguna forma de demostración de esta afirmación, alcanza con recordar todas las disposiciones restrictivas de la protesta – y habilitantes a su represión- contenidas en el “Frankestein” jurídico presentado como Proyecto de Ley de Urgente Consideración. La derecha busca y necesita una sociedad con temor, a la autoridad, a la cercanía, al distinto, una sociedad que trabaja y hace lo que debe hacer calladita. Que tiene una fuerte apoyatura en el evidente efecto de desgaste psicológico que puede sufrir una población recluida mucho tiempo.
A ver: no vamos a discutir aquí si hay que usar tapabocas o no usar tapabocas. Si hay que hacer las compras y trabajar con tapabocas, lo haremos y si hay que hacer asambleas, marchas y movilizaciones con tapabocas, lo haremos y punto. A lo que apuntamos es que si para algunos resulta más grave no usar tapabocas que una puñalada, es claro que algo ha calado hondo y mal en la sociedad. Si a eso se le suma el apoyo total y absoluto de todos los medios masivos de comunicación, que transmiten diariamente la letanía de esa forma de concebir la nueva normalidad distante y centrada en el temor, si además se intenta impedir el acceso a las voces alternativas, como el retiro de la señal de Telesur de una de las pocas plataformas en las que aún estaba presente, entonces claro está, hay muchas herramientas para esa versión de nueva normalidad funcional a la dominación del gran capital que pretende el gobierno.
Pero hay sólida bases para cimentar otra nueva normalidad muy distinta, antagónica. a la que pretende la derecha. Porque ante cada gesto de abuso dominante, mientras haya raza humana, habrá quien resista y proponga alternativas. Porque quisieron acallar a Telesur, el popular.uy hace posible ahora el acceso a su programación las 24 horas. Porque el gobierno nacional no se ocupó de atender el hambre (sí, hambre), que comenzó a asolar los sectores populares de nuestro país, comenzaron a brotar las ollas populares como hongos, en todos los rincones del país. Las intendencias departamentales como la de Rocha y los municipios como el de La Paloma, ambos bajo conducción frenteamplista, se ocupan realmente de contener la emergencia, marcando que la gran urgencia es la gente, como lo hace el FA desde todo lugar donde puede decidir o incidir. Pero además se han visto aparecer innumerables gestos cotidianos y anónimos de solidaridad, como quienes hacen los mandados para los vecinos mayores o los que tienen factores de riesgo importantes. O entre trabajadores que han visto recortarse sus sueldos o ingresos, se hacen colectas de dinero, alimentos o vestimenta, para poder colaborar con los que están mucho peor, los que ya no tienen cómo generar ingresos. Mientras “Un Solo Uruguay” llenaba pantallas casi todos los días el año pasado, llorando lágrimas de cocodrilo por su “apremiante” situación, para enterarnos a los poco días de electo Lacalle que el pasado fue el mejor año para el sector ganadero, hay gente anónima, que pese a estar afectada por la crisis, no sale a llorar y cortar rutas, sino que por motu propio, aporta algo más pensando en los que están pasando peor, porque aunque les dé bronca que sojeros y ganaderos, etc., no pongan ni un centésimo de su propio bolsillo para ayudar a nadie, sienten como propia la necesidad urgente de los demás. Vemos además personas que están sin trabajo que están cocinando en las ollas populares, brindando su esfuerzo y energía para solucionar el problema de todos. Hay compañeros que han aguzado la imaginación para militar, que han inventado cómo reunirse para discutir y resolver mediante medios impensados antes. Vimos las mil y una expresiones de conmovedora inventiva en la última marcha del silencio.
Hay mucha buena, rebelde y creativa humanidad que ha aflorado en tiempos de pandemia.
Solidaria, comprometida, innovadora, con memoria, reavivando los viejos valores de izquierda de muchas nuevas maneras. Vamos a construir una nueva normalidad donde lo normal sea ser más rebelde, más solidario, más democrático e imaginativo que nunca. Que la derecha no se crea propietaria de la nueva normalidad. Con o sin tapabocas, militaremos más y mejor que nunca. Que éste pueblo no se doblegó en paradas mucho más bravas que éstas, caramba.