El 8 de marzo es un día especial. Eso tiene que ver con que es una fecha con mucha historia, concebida esta como el continuo de la peripecia humana que se compone de pasado, presente y futuro. El 8 de marzo tiene una densidad histórica inmensa, poderosa.
Tanto, que ha sobrevivido, y lo seguirá haciendo, todos los intentos del poder, que han sido muchos, por neutralizar esa fecha, vaciarla de contenido transformador, por convertirla en una jornada de consumo y de mercado, domesticarla, hacerla presentable en sociedad, imponerle buenas maneras, institucionalizarla.
Pues no. El 8 de marzo es, ante todo, un día de lucha. Un día de rebeldía. De miles de rebeldías que se juntan y se potencian.
La nueva explosión de masas, no la primera ni la única, de la lucha de las mujeres, con una referencia sustantiva en el 8 de marzo, que ha logrado especial intensidad a partir del 2015 en el mundo y de 2017 en Uruguay, tiene muchos méritos: la cantidad convocada que, como siempre, por su enorme peso implica un cambio en la calidad del movimiento y su impacto en la sociedad; la incorporación de las nuevas generaciones de mujeres y del feminismo, con su impronta, sus métodos de organización, de expresión y sus reivindicaciones; pero tiene uno especial, haber rescatado al 8 de marzo de las veladas solemnes y haberle devuelto su carácter callejero, de movilización y protesta.
Esto se volvió a reafirmar este 8 de marzo de 2022. Este también fue, en Uruguay y en el mundo, un día de lucha.
En nuestro país, decenas de miles de mujeres salieron a las calles, a defender sus derechos y a reclamar, gritar, exigir más, mucho más. Con toda la razón del mundo.
La marcha central por 18 de Julio, en Montevideo, volvió a ser multitudinaria y a mostrar distintas expresiones organizativas, distintas metodologías, distintos énfasis reivindicativos. Es lógico que así sea, un movimiento de la magnitud y la historia del de la lucha por los derechos de las mujeres y los feminismos, presupone y se sustenta en la diversidad. Cualquier intento de homogeneizarlo, o limitarlo, sería un error y grave. Por eso el énfasis, para medir el impacto de este 8 de marzo y sus reclamos en la sociedad, no debe estar puesto en las diferencias, que las hubo, las hay y las habrá, sino en la capacidad, una vez más, de construir espacios de confluencia a pesar de ellas.
La combatividad y la decisión de lucha, son elementos básicos para el éxito de una causa popular, la justeza de sus reclamos también, pero a ello hay que agregar, y no en menor grado, la capacidad de organización y la unidad que se logre construir en torno a ella. Y eso, sin duda, se expresó este 8 de marzo en Uruguay. Como no es así en todo el mundo, ni mucho menos, vale la pena resaltarlo, para que viejas y nuevas polémicas, que tienen su base material en la enorme amplitud del movimiento y en su diversidad, no nublen el juicio e impidan un balance justo de la enorme movilización realizada.
A la marcha, multitudinaria, hay que agregarle decenas, más de un centenar largo, de actividades y movidas en todos los barrios de la capital y en varias ciudades y pueblos de los 19 departamentos del país. La lucha feminista, con sus organizaciones y entroncada en el resto del movimiento popular, va adquiriendo capilaridad, ensanchando su llegada a nuestro pueblo y a la sociedad toda y eso es un formidable logro.
Y, en el marco de un paro general, las mujeres trabajadoras, nucleadas en sus sindicatos y en el PIT-CNT, junto a otras organizaciones sociales y feministas, desplegaron un gran esfuerzo con barriadas durante toda la jornada buscando contribuir, también desde el 8 de marzo, a la victoria del SI rosado y la derogación de 135 artículos de la LUC, que golpean duramente los derechos de todo nuestro pueblo y, en particular, de las mujeres uruguayas.
El poder, el de verdad, el duro, que tiene en el patriarcado y la violencia machista un reducto que durante centurias fue central en la instrumentación, naturalización y sostenimiento de sus privilegios, ha desatado una campaña feroz de estigmatización y desprestigio contra los feminismos.
Desde el invento infame de una llamada ideología de género, pasando por las especies más burdas, tiene siempre un caballito de batalla rendidor y repetitivo: la denuncia de la politización del movimiento. Este año dos voceras lo usaron con especial fruición: la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón y la senadora blanca, Graciela Bianchi. Es el viejo, gastado y cada vez más absurdo, recurso de “denunciar”, escandalizadas, la polítización de la movilización. “Han hecho del 8 de marzo un día político”, dicen con cara de congoja. Basadas en eso, ellas, que seguramente de políticas no tienen nada, convocaron a boicotear las marchas. Fracasaron estrepitosamente.
La mejor respuesta a este esperpento argumentativo del poder, fueron las miles de mujeres que se movilizaron, en todo el país. Pero igualmente conviene responder para que no queden dudas: claro que fue una marcha política. El 8 de marzo es un día político, lo fue siempre y lo será en el futuro. Es un día de cuestionamiento del poder, en sus diversas formas y de denuncia de la violencia machista, de los femicidios, de la injusticia de los cuidados que se recargan sobre las mujeres y no son remunerados, de la injusticia de que las mujeres cobren menos salario por el mismo trabajo, del acoso, de la discriminación. Eso es político, indefectiblemente.
Las reivindicaciones las pusieron las mujeres, las organizaciones feministas y las del movimiento popular que las cuentan entre sus militantes. Nadie debe hablar por ellas.
Pero si es posible, y hasta necesario, expresar el orgullo por este 8 de marzo. Un logro formidable para todas las mujeres y para todo el movimiento popular uruguayo.
El 8 de marzo es un día especial, cuánta lucha, sueños, dignidad y valentía que resume. La lucha de las mujeres ha hecho mejor a la humanidad, por muchas razones. Hay una que queremos destacar en particular, su lucha es contra la desigualdad, contra todas las desigualdades. Tiene un mérito inmenso, porque siempre es, insistimos, contra todas las formas de opresión y de desigualdad.
Hace más de 100 años, en la lucha que dio origen al 8 de marzo, las obreras textiles en EEUU peleaban por igual trabajo igual salario, contra la represión, pero abrazaban el derecho de los niños y niñas super explotadas y también reclamaban las 8 horas para todas y todos los trabajadores.
Unos años después, en la Rusia zarista, las obreras lucharon, heroicas, por la paz, por el pan, y por la libertad, para ellas y para todos.
Con el voto femenino fue igual, lucharon contra una deplorable injusticia, su exclusión de los derechos ciudadanos más elementales, pero de inmediato encabezaron la pelea más amplia y decisiva por el sufragio universal, para que votaran los pobres, los negros, contra el racismo.
El feminismo tiene la inmensa virtud de alumbrar siempre la lucha general, lo hace hoy con el internacionalismo, al darle dimensión mundial a la denuncia de la violencia machista y a la lucha por los derechos de las mujeres. En el mismo sentido abona la lucha por la democracia para todas y todos.
Es así de profundo, la lucha de las mujeres nos hace más libres a todos. En su rebeldía cuestionadora no deja nada indemne, cuestiona la opresión del poder y la injusticia, en todos los ámbitos. Nos interpela para generar las prácticas políticas y sociales, individuales y colectivas, superadoras de lo criticado. Con menos no alcanza.
Esa es la fuerza maravillosa de la lucha de las mujeres y del feminismo, o los feminismos, como se los quiera nombrar. La fuerza enorme y la profundidad de su especificidad y, a la vez, la generosidad y visión maravillosa de abrazar las luchas de toda la humanidad por la libertad y la igualdad.
De esa importancia es el 8 de marzo. Un día de lucha contra todas las opresiones. Un día en el que las mujeres del mundo reclaman su derecho a ser iguales para ser libres, y así, hacernos más libres a todos los seres humanos.
Salud al 8 marzo, un día de miles de rebeldías.