20230822/ Mauricio Zina - adhocFOTOS/ URUGUAY/ MONTEVIDEO/ POLITICA/ Ministerio de Economia y Finanzas en Montevideo. En la foto: Ministerio de Economia y Finanzas en Montevideo. Foto. Mauricio Zina / adhocFOTOS

Reflexiones en torno al Déficit

Pablo Da Rocha (*)

En el año 2019, en el noticiero central de un canal abierto de televisión, la actual ministra de Economía y Finanzas, Azucena Arbeleche, refiriéndose a la gestión del gobierno del Frente Amplio que: “El déficit viene año tras año en cifra, pero el gobierno errando las proyecciones que las aumenta. Diría que de la advertencia y llamado de atención de las luces amarillas, hoy estamos en luces rojas sobre finanzas públicas. El aumento del déficit obedeció a un aumento del gasto público. Recién ahora vamos a ver recaudación que baja y eso va a tener un impacto, pero hasta ahora la causa fue el gasto desenfrenado del gobierno y ahí tiene que estar la respuesta, en la eficiencia del gasto».

En aquel entonces el déficit al que se refería la ministra se situaba en -3,51% en términos del producto. El promedio durante el quinquenio fue 3,4% en relación al PIB. Las cifras actuales dan cuenta que, en los últimos doce meses cerrados a marzo de 2024, el resultado global del sector público –más conocido como “déficit fiscal”- se sitúa en -4% del PIB. Lo que implica que en lo que va de la gestión de gobierno el resultado fiscal global “promedio” se ubica en 4,29%. Es verdad que se puede decir a su favor que tuvo que enfrentar una pandemia en el año 2020, pero no es menos cierto, que recibió recursos extra-presupuestales para combatirla. Seguramente no fueron suficientes.

No obstante, ello, los datos son contundentes. En aquel entonces Arbeleche argumentaba que la razón del déficit era “el gasto desenfrenado del gobierno”. Cuál sería su explicación hoy para intentar “defender” su actual nivel, que tal como se aprecia -al menos, hasta marzo de 2024- se sitúa por encima del registrado en 2019. ¿Acaso no hubo eficiencia en el gasto? O tal vez, ¿lo que explica el resultado fiscal va mucho más allá de una mera relación entre ingresos y egresos públicos? Intentemos ir un poco más allá de un resultado contable.

En primer lugar, quisiera reivindicar el “derecho a tener déficit”, quiero explicarme, como docente en la Universidad de la República en la asignatura “Economía y Finanzas Públicas” suelo consultar en el primer día de clase qué opinan sobre la “presión fiscal” de nuestro país; a lo que responden que es elevada; sin embargo, cuando aparece la comparación con los países nórdicos o escandinavos que registran promedios significativamente por encima al de nuestro país, inmediatamente responden “…¡pero mirá la calidad de sus servicios!” ¡Sorpresa! entonces no importa tanto su costo, sino, más bien lo que brinda. 

Aparentemente –al menos dentro del salón de clase- estamos dispuestos a pagar más, en tanto, el servicio recibido sea significativo en términos de calidad de las prestaciones recibida. No es un tema menor, porque interpela seriamente la relación entre ingresos y egresos, es sabido, que los ingresos provienen de la recaudación (impuestos); y los egresos una decisión política acerca del rol (alcance) del Estado. 

En segundo lugar, evitar la sobreestimación del peso de la deuda pública. Suele indicarse que la contracara del déficit fiscal es el endeudamiento. Dicho de otra manera, cuando la recaudación no permite financiar la totalidad de las necesidades de gasto público, se requiere otra “fuente” de financiamiento, que suele ser “pedir prestado”. ¿De ahí el temor para algunos, pero es una alarma verdadera o es un mito?

Hace pocos años me topé con un libro sobre el tema llamado “El Mito del Déficit” de Stephanie Kelton. La economista estadounidense de 54 años defiende en dicho libro la necesidad de un cambio de paradigma en torno al objetivo de la política económica. En efecto, -cualquier parecido con nuestra realidad no será casualidad- se tiende a sobreestimar el papel del déficit fiscal (y por ende, la deuda) por encima de otros objetivos, por ejemplo, el bienestar o la distribución de la riqueza.

De hecho, las investigaciones de Kelton sugieren “que, bajo determinadas condiciones como soberanía monetaria, tipos de cambio flexibles y la toma de deuda en moneda nacional, los países tendrían la capacidad de ejercer una política fiscal expansiva a través del gasto sin el temor de crear deuda porque dichas obligaciones estarían cubiertas por la autoridad monetaria nacional a través de la creación de dinero y del mantenimiento de las tasas de interés en cero”. Esto obviamente va en contra de la tendencia preponderante o “mainstream”. Es un balde de agua fría a la teoría monetaria dominante.

Lo interesante del libro, más allá de desafiar las creencias tradicionales sobre la deuda pública y el déficit fiscal, es que nos invita a salir de la línea para ver todo desde otro cristal. Nos ofrece una nueva perspectiva, pero por, sobre todo, nos interpela acerca de lo que nos quieren hacer creer. De ahí la importancia de cuestionar las bases del pensamiento dominante, del relato instalado actual, de una narrativa que nos resulta ajena.

Para lograrlo, el libro bucea en torno a lo que creemos o entendemos son las finanzas públicas, pero sobre todo la importancia del déficit fiscal, a partir de mitos instalados que desmonta uno a uno. Tiene una enorme capacidad didáctica para hacerlo, a partir de ejemplos útiles. Uno destacado y que permite orientar la discusión es señalar que los déficits de los gobiernos pueden compararse con la necesidad de energía para empezar el día: son necesarios para impulsar la economía y no deben verse como inherentemente negativos. 

Un aspecto interesante que ayuda a entender por qué resulta “comprensible” que la gente sobreestime la importancia del resultado fiscal, es que se ha instalado por parte de los gobiernos, actores políticos y medios de comunicación dominante, es que los gobiernos deberían gestionar su presupuesto como un hogar.

A lo que señala que esto es incorrecto (un mito) porque el gobierno puede emitir su propia moneda, lo que le da más flexibilidad para gastar en beneficio de la economía. De hecho, lo hace, más allá de los fantasmas de la inflación. Así como existe la relación entre déficit y deuda, existe una entre deuda y emisión. 

Así pues, Kelton explora cómo los déficits pueden ser beneficiosos. De hecho, señala que pueden estimular la economía, especialmente durante recesiones, al viejo estilo keynesiano. El gasto del gobierno puede crear empleos, aumentar la demanda y fomentar el crecimiento económico, es decir, en lugar de ser una señal de irresponsabilidad fiscal, los déficits pueden ser una herramienta valiosa para la gestión económica.

Pero como suele pasar, hay un “…fantasma recorriendo…”. Una preocupación común sobre los déficits es que conducen a una inflación descontrolada. Kelton reconoce que la inflación es un riesgo, pero no es una consecuencia inevitable del déficit. La inflación depende de la capacidad productiva de la economía y otros factores. El gobierno puede gestionar la inflación a través de políticas fiscales y monetarias, ajustando el gasto y los impuestos para mantener la estabilidad de precios. Del mismo modo, aborda el tema “Deuda Pública” advirtiendo que

la deuda de un gobierno que emite su propia moneda es diferente de la deuda privada. 

Los gobiernos pueden manejar su deuda de manera más flexible y no están obligados a «pagarla» de la misma manera que un hogar o una empresa. La deuda pública puede ser utilizada para invertir en infraestructura, educación y otras áreas que benefician a las futuras generaciones.

Uno de los temas centrales de su trabajo –de cambio de paradigma- es reorientar los objetivos de política económica. En ese sentido, su idea es que debe garantizarse el empleo (¡dije que cualquier parecido con la realidad no es casualidad!).

¡Se debe garantizar el empleo a todos los que quieran trabajar! Esto no solo reduciría el desempleo, sino que mejoraría los indicadores sociales (y la estabilidad económica). El libro de Kelton es un llamado a cambiar el paradigma económico dominante. Propone una visión en la que el déficit no se vea como un obstáculo, sino como una herramienta para alcanzar objetivos económicos y sociales. Interpela a la Academia, a la política y la sociedad para “…repensar sus actitudes hacia el déficit y la deuda pública, y a adoptar políticas que promuevan el bienestar social y económico”.

En tiempos electorales, reavivar la llama del déficit suele ser “moneda corriente”. Démonos la oportunidad de repensar la Economía. Hemos sostenido una y otra vez, la importancia de que la Economía esté al servicio de la Sociedad, y no al revés. Sobreestimar el papel del déficit fiscal y la deuda, es “fetichizar”. De lo que se trata es que la política económica se oriente a verdaderos objetivos sociales, como erradicar la pobreza, mejorar la distribución o mejorar el bienestar y calidad de vida de los habitantes. La economía nunca puede (ni debe) ser neutral.

(*) Economista.

Foto de portada

Ministerio de Economía y Finanzas en Montevideo. Foto. Mauricio Zina / adhocFOTOS.

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