¿Cuánto duele un balazo en una pierna? No conozco mejor respuesta que preguntarle a quien lo sufrió, sinceramente. Desde la diversidad de la percepción humana de la tragedia o, si me permite, de la barbarie, nadie más que quien la sufrió, la puede justipreciar. Porque más allá de que los “umbrales del dolor” en cada persona pueden ser muy distintos, hay experiencias, y no quiero enumerar situaciones muchísimo más macabras que una bala en una pierna, que, con mucha más razón, sólo él o la que las vivió las puede testimoniar.
Podemos quizás aproximarnos, desde una profunda empatía, a una milésima del dolor ajeno, pero nunca, jamás, seremos capaces de sentir en las entrañas propias lo que sufre una madre que busca un hijo, por ejemplo. Y si alguien se molesta por considerar este alegato un golpe bajo o sensiblería, una y mil veces le recordaremos que estamos hablando de realidades, de rostros, de nombres, de historias, de besos, caricias, alientos, esperanzas, proyectos y sobre todo mucha, mucha vida. Que es parte de lo que recordamos este 20 de mayo. Como, obviamente también recordamos la bestialidad salvaje que nos impide saber dónde están, que nos aleja de toda forma de memoria, verdad y justicia.
En el nudo ferroviario parisino, distintas grandes estaciones concentran el tráfico desde y hacia ciertas direcciones. En la segunda mitad de los 90’s , el tráfico vinculando París con el Este, ya fuera dentro de Francia o más allá de sus fronteras, se concentraba en la “Gare de Lyon”. En mi primera incursión por allí, lo que me impresionó no fue la tecnología de los trenes de alta velocidad, ni las mareas humanas entrantes y salientes, sino una placa de bronce (supongo), colgada en uno de sus muros. Allí se recordaba, con bastante precisión, cuántas personas habían sido deportadas desde dicha estación a los campos de exterminio del este de Europa, por parte de la ocupación nazi durante 1940-1944, por el mero hecho de ser judíos, gitanos, homosexuales, resistentes, o lo que fuera que no encajara con la selecta “raza aria’ que se pretendía instalar.
En aquel momento, comenzaba a empujar muy fuerte el neofascismo en Europa y me tocó ser testigo de la primera alcaldía de Francia, Vitrolles, de algo menos de 40 mil habitantes, ganada en segunda vuelta por un fascista. Poblacionalmente no era gran cosa, pero muchos veíamos ese episodio como una suerte de “cabeza de playa”, y así lo fue, en una Francia donde el fascismo aún no ha ganado el gobierno, pero lo acecha cada vez de más cerca. Con un aumento fulminante en las últimas dos décadas del siglo XX y aún más neto en las primeras dos del siglo XXI, desafiante y asqueante siempre.
Por eso el negacionismo de los genocidios oficialmente reconocidos se volvió punible por la ley, y algún renombrado académico y político fascista francés fue condenado por la Justicia, por negar genocidios del siglo XX. Me dirá usted, querido lector, y he de concederle razón, que el reconocimiento oficial de un genocidio es un filtro más que considerable, pero, aun así, para analizar la situación nacional nuestra, es muy esclarecedor.
No es común, ni para mí ni para quienes pensamos en la historia como un proceso, concebir términos absolutos del bien o el mal. Pensamos en términos de contradicciones, intereses y su salvaguarda. Pero lo que más escuché, a quienes desde muchas convicciones ideológicas visitamos algún campo de exterminio nazi vuelto museo, es percibir la presencia del mal en estado absoluto. La más descarnada desconexión de la especie humana, de toda forma de empatía y aún piedad, parece soplar entre lo que fueran campos de la muerte en masa, en un muy planificado esfuerzo genocida, de exterminio genérico de quien no se ajusta a un diseño, previamente definido como superior.
El estado turco con la armenidad, los nazis con el pueblo judío, el Estado de Israel con el pueblo palestino, son algunos de los muchos ejemplos de tales atrocidades, sin pretensión de exhaustividad.
Pero hay además un ejemplo que por muy cercano que sea, no se nos puede escapar nunca: el de las y los compañeros rebeldes contra el poder establecido en todo el Cono Sur, donde imperó el Plan Cóndor, sincronización represiva de sus dictaduras.
La Humanidad, siempre imperfecta y parcial, ha llegado en algunas partes a condenar la negación de los genocidios que admite, no reconoce todos los genocidios que realmente ocurrieron, como el de la colonización de nuestro subcontinente, pero al menos indica que los reconocidos no pueden negarse, y eso vaya que no es poco. En el código penal, condenar a quien niega la barbarie genocida, aunque sea de manera imperfecta, vaya si será pilar de paz a futuro.
Sin embargo, aquí y ahora, en este 20 de mayo que nos llama a silencio para transmitir las presencias de los ausentes y las preguntas sin respuestas, parece avanzar una mancha mezquina y oscura de negación en Uruguay.
La de los que no sólo cobardemente huyen de la Justicia amparados en fueros que juraron que no usarían jamás, sino que, además atacan al Poder Judicial con una ferocidad tal, que llama a pensar si el clásico modelo de tres poderes independientes tiene futuro en nuestro país.
La de los fascistas latentes, que apoyaron la dictadura en el plebiscito del 80 y debieron replegarse al mínimo (menos del 20% de la ciudadanía) en las elecciones internas de 1982, entonces marcadas a fuego por la sustanciosa presencia del voto en blanco frenteamplista, pero que hoy (no bajo una única bandera partidaria) expresan su derechismo sin tapujos, aunque puede que de a poco, comiencen la cobarde retirada.
Pero duele ver los que amparados en consignas tan nobles como “Defensores de las Leyes”, amparan al más puro mal, al mal absoluto, que parece desafiar las escalas humanas. El que se solazó en la crueldad el 20 de mayo de 1976, al que se comenzó a desafiar desde el atronador silencio el 20 de mayo de 1996.
En estos días, la compañera Amanda Dalla Ventura asumió la presidencia del Senado luciendo una camiseta de “Todos somos Familiares”. El senador Gustavo Penadés, a nombre de la bancada del Partido Nacional, intervino para dejar constancia que esa indumentaria no representaba a los hijos de Aparicio. Lo que no aclaró el senador Penadés y la bancada que dijo representar es dónde estarán el 20 de mayo, aniversario del asesinato salvaje del “Toba’ Héctor Gutiérrez Ruiz, mucho más saravista que él. Lo que no dijo el senador Penadés es, si acaso en el Partido Nacional (no habló por la coalición, sino por la divisa blanca), hay quienes se sienten más cómodos con alusiones a la simbología nazi de jóvenes militantes de origen nacionalista, algunos migrados a Cabildo Abierto, que reivindican en redes sociales, como ha sido sobradamente difundido.
Tampoco aclaró que su no identificación con ese lema popular poco tiene que ver con otras expresiones públicas de otras y otros integrantes de esa colectividad política que si se sienten parte del 20 de mayo y lo que significa.
Pero más allá de esas definiciones existenciales de la bancada de los parlamentarios del partido de gobierno de turno, cabe recordar algo muy simple.
Quien recuerda las víctimas de un genocidio, habla por la Humanidad.
Construcción ardua, y esquiva, pero permanente.
Que, aunque alguno aparezca en una foto con alguna alusión a la esvástica como le pasó al senador Manini, y aunque otros, como el propio senador Penadés, diga que al Partido Nacional entero no lo representa la consiga “Todos somos familiares”, cabe recordarles un muy simple dilema con el cual hay que lidiar eternamente.
Cada 20 de mayo , todos somos la Humanidad: o representamos al raptor y asesino o representamos a la misma especia humana.
Gonzalo Perera