Gonzalo Perera
Cuando en estos días se comenzó a divulgar el proyecto gubernamental de aumento de edad jubilatoria, reducción de montos de las pasividades y avance del sistema de seguridad social privatizado y lucrativo a expensas de la solidaridad intergeneracional, algunas de sus características comenzaron a generar comentarios inquietantes.
Entendámonos: los seres humanos no somos abstracciones y obviamente ninguna persona es indiferente a la suerte individual que le toca ante cualquier política. El punto es, naturalmente, que la respuesta y pensamiento político no se concentre exclusivamente en el interés personal, sino sea capaz de mirar para los costados, para los que están al lado, y sentir que lo que a uno aún no lo afecta, pero aprieta a amplias clases populares, es nocivo y hay que combatirlo, aunque no seamos víctimas inmediatas…
En estos días se supo que el proyecto de destrucción de la seguridad social solidaria y pública acordado por la coalición multicolor, comenzaría a afectar a los nacidos en 1973 (versiones previas iban hasta 1967), entre otras cosas. Más de una vez, en estos días, he escuchado algún que otro comentario del tipo: “Bueno, a mí no me afecta, así que tanto me da”. La primera vez que uno escucha algo así le parece una reverenda zoncera, la segunda vez una peligrosa reiteración, pero cuando se sigue escuchando, a uno le viene a la cabeza la imagen de Fido Dido.
Corrían los comienzos de los 90’s y nuestra región era la fiesta neoliberal. Con su “pizza con champagne” Carlos Saúl Menem vendía todo activo del estado argentino que no estuviera clavado al piso, en medio de escándalos de corrupción impresionantes, pero donde amplios sectores de capas media que recibían “plata dulce” lo sostenían, porque “roba, pero deja vivir” (sic). En Chile el “modelo Pinochet “hacía que todo, absolutamente todo, se volviera mercancía, con absoluto desparpajo, incluso derechos muy básicos. Y por nuestros lares, la embestida neoliberal destruyó el endeble sector industrial, intentó vender el país “a la Menem”, y si no llegó mucho más lejos fue por que el pueblo organizado y las urnas lo frenaron. Pero privatizaciones, escándalos de corrupción, etc., tampoco faltaron a la cita aquí.
Esos procesos, que tiene fuerte anclaje en la base material de la sociedad, no son posibles sin un anclaje comparable a nivel cultural, del pensamiento hegemónico.
Cuando uno piensa en aquella época es inevitable recordar al dibujito Fido Dido, que promocionaba un conocido refresco, y que, con su patineta, aire juvenil y despreocupado, recomendaba “hacé la tuya”. Todo un lema de la época, toda una síntesis de la construcción cultural que acompasó el saqueo. Porque para poder pasar con la aspiradora sobre la inmensa mayoría se precisaba que muchos, sobre todo a niveles de capas medias, miraran sólo su situación, “la suya”, y pensaran que, si al fin y al cabo la mayoría estaba mucho peor, tan mal no estabas. La destrucción de la empatía se hizo de manera tan precisa como una cirugía planificada. Fue por esas épocas donde Tinelli se volvió el gran espectáculo de “humor” televisivo en el Río de la Plata, donde la clave del “humor” era reírse del otro y más precisamente de su desgracia, primero por la vía de la cámara oculta y de “las joditas para Video Match”, y luego por una panoplia de “bromas” basadas en basurear o despreciar al otro. Sin dejar de lado, abundantes dosis, ya no de machismo flagrante, sino de misoginia, homofobia y otras yerbas. Todo eso (y muchos fenómenos más) pasaron al mismo tiempo, sincronizados. Obviamente no fue casualidad.
La construcción del sentido común también pasa por moldear el sentido del humor. La propaganda nazi recurría a formas aberrantes de “humor” asquerosamente agraviante de judíos, demócratas, homosexuales, etc. Nada es casualidad cuando se trabaja en el moldeo, cual arcilla fresca, qué causa risa y por lo tanto ni indigna ni genera cuestionamiento.
La década del Fido Dido fue un enorme despliegue para la construcción de una hegemonía cultural funcional al saqueo y a las cantidades astronómicas de gurisitos con hambre que el Río de la Plata “descubrió” ya hacia los años 2000. No se generaron recién entonces, se venían generando con cada puesto de trabajo perdido, con cada “flexibilización laboral”, con cada privatización, con cada retiro del Estado de sus deberes básicos. Pero buena parte de la sociedad estaba “haciendo la suya” o festejando una “jodita de Video Match”.
No hago este relato pretendiendo ser el iluminado dedo acusador o el que nunca se contaminó, porque ese bicho no existe. Construcciones de esas dimensiones de algún modo nos manchan a todos. Pero quienes al menos hacíamos el esfuerzo de seguir pensando en objetivos colectivos, en sindicatos, en organizaciones sociales, en acumular desde la izquierda, podíamos despegarnos un poco de ese merengue envenenado que nos bombardeaba desde los medios y todos los días. Creo que como construcción cultural de consolidación y a la vez soporte de una política de enajenación, fue una de las mayores ofensivas que he visto en mi vida. Quizás a la altura del demencial discurso de odio y de estímulo al supremacismo blanco, que alentó Donald Trump en su ascenso y ejercicio de la presidencia en USA. O, por supuesto, de la propaganda de Goebbels para hacer de la insania y psicosis colectiva un imperativo moral.
Por eso, cuando algo me recuerda de manera reiterada al “hacé la tuya”, me preocupo y me parece que muchas cosas se pueden y deben hacer, menos subestimarlo, pensar que no es muy relevante y merece ser atendido con mucho cuidado, generando alternativas populares.
El hacé la tuya de los 90 nos llevó al país hecho pedazos del 2002. No fue un error o mala suerte, fue consecuencia lógica, como pasara en 2001 en Argentina. El discurso de odio en USA no generó solamente el asalto al Capitolio, sino que genera tiroteos y asesinatos con contenidos raciales o religiosos permanentemente, al punto de volverse uno de los mayores problemas de seguridad interna. Y recordar que la propaganda goebbeliana llevó a la especie humana a un verdadero infierno en la tierra, nuevamente en un estricto “a tal causa, tal efecto”, siendo causa ciclos mentales del tipo “a mí no me pegan- no me importa- yo también pego- cómo puede haber pasado tanto horror”, ya es un ejemplo de manual.
Mire querido lector: el proyecto que maneja el gobierno no reforma. Hace trabajar más para cobrar menos, y amplía el espacio de acción para los cuervos financieros que lucran con los fondos previsionales, reduciendo el accionar solidario organizado desde el Estado. Este proyecto nos va a joder, disculpando la claridad, a la inmensa mayoría de los uruguayos. A algunos directamente y, de entrada. A otros de segunda mano, pero cuando comienzan a caer los demás, tarde o temprano cae uno también, al menos en la inmensa mayoría de los casos.
Nos toque como nos toque, a este proyecto hay que enfrentarse, porque se trata de mucho más que lo que va a pasar con nuestras jubilaciones y pensiones, que ya no es poca cosa. Se intenta resucitar al Fido Dido, que pensemos sólo en la nuestra, que busquemos salvarnos solos cuando la nave se hunde, cortar los lazos de empatía y solidaridad que nos hacen más humanos y que hacen que hoy yo a ti, pero otro día tu a mí, entre todos nos ayudemos a salir adelante.
No es un mero proyecto, es el intento de resucitar el proceso que fue causa del 2002, la mayor debacle de nuestra historia moderna
Foto de portada:
Manifestación por una mejor Seguridad Social. Foto: Ricardo Antúnez / adhocFOTOS.