Gabriel Mazzarovich
Este 1° de Marzo se cumplirán 40 años de democracia ininterrumpida en Uruguay. Es un hecho de enorme relevancia histórica y es mérito de todo el pueblo uruguayo. La democracia es una conquista popular, su ampliación y consolidación, se basan en la lucha de los sectores populares por conquistar derechos.
En estas líneas, querida lectora, querido lector, solo intentaré transmitir la importancia de lo que se vivió hace 40 años, todo lo que se conjugó políticamente ese día, pero también, la emoción inmensa con la que lo vivimos.
El 1 de Marzo de 1985
Ese día asumieron Julio María Sanguinetti y Enrique Tarigo, del Partido Colorado, como presidente y vicepresidente de la República y, desde el punto de vista institucional, se puso fin a 12 años de dictadura fascista.
Fueron días de una intensidad difícil de transmitir. Sanguinetti había ganado las elecciones en noviembre de 1984, unas elecciones con cientos de proscriptos, partidos ilegalizados, cientos de presas y presos y miles de exiliados.
El 3 de noviembre de 1984, había retornado al país Rodney Arismendi, secretario general del Partido Comunista de Uruguay, recibido por decenas de miles de personas. El 30 de noviembre recuperaba su libertad Wilson Ferreira Aldunate, líder del Partido Nacional, que estuvo cinco meses detenido. Cada día un preso o una presa recuperaba su libertad, alguien retornaba del exilio, se desarrollaban conflictos.
Quizás hoy suene extraño, pero lograr que el presidente electo y el Parlamento asumieran era un desafío, lo vivíamos así.
El 12 de febrero de 1985 el dictador Gregorio Álvarez renunció y dejó en su lugar al entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, Rafael Addiego Bruno. El 15 de febrero asumió el nuevo Parlamento, rodeado de una enorme manifestación. Durante dos semanas convivieron un Parlamento democrático y un Poder Ejecutivo dictatorial, no fueron días fáciles.
En ese cuadro llegamos al 1° de Marzo de 1985.
La tapa del diario La Hora del 2 de marzo de 1985, que ilustra esta nota, es una muestra condensada de todo lo que pasó el 1 de marzo. El título principal es “Sanguinetti Presidente”, lo acompaña otro: “Turiansky libre”, dando cuenta de la libertad ese día de Wladimir Turiansky, después de 9 años de cárcel, dirigente obrero, comunista, el único parlamentario que permanecía preso. Le sigue otro: “Sanguinetti legalizó el Partido Comunista, la CNT, la FEUU, El Galpón y otras organizaciones políticas y sociales” y una convocatoria a una nueva movilización popular. Se señalan además tres acontecimientos internacionales: El restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela, rotas tras el secuestro de Elena Quinteros de la embajada y su posterior desaparición; la presencia del presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba y la reunión entre Daniel Ortega, presidente de Nicaragua y George Schultz, secretario de Estado de EEUU, que abría negociaciones para la paz en Centroamérica. Todo eso pasó, era como estar en el vórtice de un huracán.
Pero hay un aspecto central que tenemos que rescatar: la movilización popular como rasgo permanente. La Hora titula su crónica del 2 de marzo de 1985 de la siguiente manera: “Otra vez el pueblo fue el protagonista” y la acompaña de una foto con una abigarrada multitud que desborda la explanada de la Intendencia de Montevideo.
En la citada crónica se señala: “El pueblo festejó saludando en la asunción de Sanguinetti, unos el triunfo de un Partido, otros la apertura de un camino de democratización de la República, todos la esperanza compartida de marchar en un Uruguay donde desaparecieran los signos visibles de la dictadura”.
El artículo periodístico no olvida la situación en que se produce la apertura democrática y los desafíos pendientes, las llagas que persistían: “Se ingresó a este nuevo período histórico con presos, cientos de presos, con decenas de casos de desapariciones que ahora sí deben ser aclaradas, con decenas de muertos en las prisiones, con salarios de hambre, con obreros despedidos por actuar en sindicatos, con decenas de miles de desocupados”.
La Hora enfatiza un elemento impactante de ese día: “Y a pesar de ese cuadro el pueblo cantó y bailó”.
La solidaridad, el amor y un recital
De todo lo vivido ese día, y los anteriores y los que siguieron, mi memoria, selectiva ella, como toda memoria, guarda muy especialmente dos cosas: la inmensa movilización popular y un recital.
Esos días, desde el 1 de mayo de 1983 fue así, los vivimos movilizados. El 1 de marzo y los días siguientes cientos de miles estuvimos en las calles, con banderas de todos los partidos, para defender lo alcanzado y para reclamar más.
El 1 de marzo se montaron dos grandes escenarios para celebrar junto a la música y el arte la recuperación de la democracia: uno en la explanada de la Intendencia y otro en la Plaza del Entrevero.
En ellos compartieron la alegría y la esperanza de su pueblo cantantes que fueron referentes ejemplares de la lucha contra la dictadura. La memoria guarda con profunda gratitud a Canciones para no dormir la Siesta entonando: “Nos prohibieron la rayuela, nos quemaron las cometas, pero cuando no miraban, pero cuando ellos no estaban y hasta en sus propias caras, les hicimos morisquetas, e inventamos nuevos juegos, con canciones ya muy viejas”.
A Eduardo Larbanois y Mario Carrero, que cantaron su himno: “Ocho letras cual ocho palomas blancas, ocho letras volando casa por casa. Ocho letras de guerra, ocho letras de paz. Ocho letras tan solo…” y miles de gargantas que les respondieron con un grito: “Libertad”.
En ese recital hubo decenas de miles de personas, 18 de Julio era un mar de banderas, nadie se quería ir, nadie quería que se terminara. Cantamos: “Liberar, liberar a los presos por luchar”, fuimos solidarios y nos acordamos de nuestros hermanos chilenos y entonamos con fuerza: “Pinochet, Pinochet, vos también vas a caer”. Y claro, gritamos a todo pulmón: “Cuba si, yanquis no”.
En todo ese torbellino de recuerdos hay uno de una fuerza arrolladora. Entrada la madrugada del 2 de marzo subió al escenario de la Intendencia alguien que todas y todos esperábamos: Silvio Rodríguez. Él y Pablo Milanés concurrieron a celebrar junto al pueblo uruguayo la recuperación democrática. Nunca habíamos visto a Silvio, hasta una semana antes tener un disco suyo, o un casete con su música, era motivo suficiente para que Inteligencia de la Policía te detuviera. Y ahora estaba ahí, frente a nosotros. Sinceramente no se si logro explicar lo que sentíamos.
Recuerdo que cerca de donde estaba vi una inconfundible cabeza rapada a cero, era un preso político recién liberado. Fui a darle un abrazo y emocionado, abrazado de su compañera y con una bandera de la UJC y otra del FA, me dijo: “Salí ayer y acá estamos, con las banderas y esperando escuchar a Silvio, que dice mi compañera que es una maravilla”.
A Silvio lo habíamos conocido por casetes clandestinos donde circulaba el informe de la UJC y que hacía un tiempito incorporaban sus canciones. Otros, más afortunados, habían podido conseguir sus discos en la Buenos Aires ya democrática.
Nos emocionamos, lloramos mucho, si, lloramos, pero en calma, como curándonos de tanta angustia contenida. Y es importante, querida lectora, querido lector, recordar y recordarnos, que hace 40 años cuando recuperamos la democracia, estuvimos en la calle, la cultura popular, hoy tan atacada, estuvo allí, como en todos los años duros y que también estuvieron Cuba, Silvio y su música.
Silvio subió, hizo una larga introducción con la guitarra y empezó con una canción hermosa, dedicada a nuestro pueblo, ese día: “Por quien merece amor”.
Y miles de muchachas y muchachos nos abrazamos, reímos, lloramos y cantamos con él: “Te molesta mi amor, mi amor sin antifaz y mi amor es un arte de paz”.
Es bueno recordar, porque a veces lo olvidamos, que cuando luchamos por la transformación social, por la revolución, que implica defender lo alcanzado, lo de hace 40 años y lo de ahora, y avanzar hacia la libertad plena, lo hacemos por amor profundo a nuestro pueblo.
Por eso, esa noche mágica hace 40 años, nos emocionamos, nos identificamos y seguimos haciéndolo 40 años después, cuando con Silvio cantamos: “Mi amor no es amor de mercado, porque un amor sangrado, no es amor de lucrar. Mi amor es todo cuanto tengo, si lo niego o lo vendo: ¿Para qué respirar?”.
Valgan estas líneas y estas estrofas de Silvio como un homenaje a las y los miles que lucharon por libertad, que no se rindieron, que dieron todo sin pedir nada a cambio, porque su amor, no era y sigue sin ser, un amor de lucrar. De ellas y ellos, en primer lugar, son estos 40 años.
Este 1 de Marzo, cuando vayamos de nuevo a las calles, llevemos con nosotros esa emoción bonita, ese impulso para no rendirnos nunca.
