Este 26 de julio se conmemoraron 70 años de que un grupo de jóvenes cubanos y cubanas, liderados por Fidel Castro, asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, para iniciar la lucha para traer la libertad y la independencia para Cuba.
La fecha se celebró en el mundo entero. En la isla hubo un emotivo y multitudinario acto frente al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. En Uruguay se realizó un acto en el teatro El Galpón, en el que hablaron el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira y la embajadora cubana, Zulan Popa. También se pintaron decenas de muros y se colocaron pasacalles en todos los departamentos de nuestro país.
Está bien que así sea, no es un aniversario cualquiera. Es necesario, en medio del recrudecimiento de la campaña contra Cuba y su Revolución, reivindicar el Moncada, su sentido primigenio y su vigencia. Es inevitable reiterar conceptos expresados en anteriores 26 de julio, que, a la luz de lo anteriormente señalado, adquieren más valor.
El asalto al Moncada fue un grito de rebeldía contra una de las tiranías más feroces conocidas hasta ese momento en el continente; financiada y sostenida por el imperialismo yanqui. No había ni democracia ni libertad en Cuba, tampoco había independencia, ni soberanía. Haydée Santamaría, una de las dos mujeres, junto a Melba Hernández, que integraron el grupo que asaltó el Moncada, definió el significado de esa acción de una forma maravillosa: “Allí estaba Cuba, y en juego, la dignidad de nuestro pueblo ofendida y la libertad ultrajada y la Revolución que le devolvería al pueblo su destino”.
Eso significó el Moncada y no puede ser olvidado ni desmerecido para justificar argumentos para polémicas actuales. No se puede mutilar ni bastardear la historia.
En un editorial anterior escribimos: “El Moncada es un parteaguas histórico para Cuba, marcó un antes y un después. En él se expresó la fuerza de la lucha histórica del pueblo cubano por su independencia, encarnada en José Martí, primero contra el colonialismo español, en seguida contra el naciente imperialismo yanqui y siempre contra la oligarquía cipaya. Y también la decisión de lucha de una nueva generación de revolucionarias y revolucionarios, justamente la del centenario del nacimiento de Martí, encabezada por Fidel Castro. La continuidad de la lucha por la independencia y la soberanía, por el derecho a existir como nación, vivió en el Moncada un momento de encuentro. La acumulación de fuerzas, que siempre se mide y se realiza en términos históricos, vivió un salto en calidad. El Moncada enseña, siempre y mucho. Enseña que se pueden tener las mejores causas, pero sin decisión de luchar por ellas y sin organización, no hay victoria posible. Enseña que las luchas adquieren profundidad y potencial transformador cuando se expresan en un programa que recoge el sentir más genuino del pueblo, eso y no otra cosa logró Fidel con su alegato en medio de un juicio, con “La Historia me absolverá”. También enseña que la unidad del pueblo es decisiva en cualquier circunstancia. Que los liderazgos son importantes, que la organización política y la firmeza de quienes encabezan la lucha y la impulsan, la vanguardia en términos nuestros, es fundamental, pero que la tarea de la emancipación social, la revolución, es siempre obra del protagonismo popular. Es el pueblo organizado el sujeto de la historia. Todo eso es el Moncada, para Cuba y para todos quienes creemos en, y luchamos por, una alternativa superadora al capitalismo y por la segunda y definitiva independencia de nuestros pueblos latinoamericanos”.
Nada de eso ha cambiado, ¿por qué razón debería cambiar?
El Moncada también fue y es el inicio de la Revolución cubana. Y la Revolución cubana fue y es terminar con el analfabetismo, dar por primera vez acceso a la tierra a los pobres, salud y educación para todas y todos, poner la ciencia al servicio del pueblo y no de hacer multimillonarios a unos pocos, desarrollar la cultura como un derecho y no como un bien de consumo, construir igualdad para la mujer. Pero, en primer lugar, es dignidad, soberanía e independencia, por primera vez en la historia de Cuba. Fue y es la reivindicación del derecho de un pueblo, y la esperanza de todos los demás, de construir una sociedad distinta al capitalismo, de edificar una sociedad sin explotación.
Hoy Cuba y su Revolución enfrentan grandes retos. No es una novedad para nadie. Hay muchos factores que han llevado a esta situación, entre ellos errores en esa tarea siempre desafiante de construir una sociedad nueva. Sería un error muy grave atribuir todos los problemas de Cuba al bloqueo de EEUU y al hostigamiento permanente. No lo cometen las y los revolucionarios cubanos y tampoco nosotros al expresar nuestra solidaridad con ellos.
Nuestra solidaridad con Cuba no asume, ni pide, perfecciones imposibles e inexistentes. No está basada en la búsqueda de un modelo a repetir mecánicamente. La reconocemos imperfecta, con errores pasados y presentes. La obra de construir una sociedad nueva, sin recetas, con recursos siempre escasos y necesidades siempre grandes, es una tarea difícil. Hay en Cuba diferencias de opiniones, tanto en una parte del pueblo cubano que no apoya la Revolución, como entre los propios revolucionarios y revolucionarias. También se cometieron, se cometen y seguramente se cometerán injusticias que duelen.
Pero nada de ello es razón para rebajar o negar nuestra solidaridad con la Revolución cubana. Lo dijimos ante debates en el pasado y lo reiteramos por los presentes: No somos fiscales de otros pueblos. Aprendemos de sus luchas, en sus aciertos y en sus errores, y somos solidarios para defender su derecho a intentar realizar sus sueños de independencia y de construir una sociedad mejor. Cuba tiene derecho a ser independiente, tiene derecho a ser soberana, tiene derecho a ser libre, tiene derecho a su Revolución y tiene derecho al socialismo. El respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos incluye a la libertad de construir otro sistema social, si no es una simpática formulación diplomática para quedar bien.
Fuimos y somos solidarios con la Revolución cubana porque nos paramos ante ella desde una posición de principios: el antimperialismo. En América Latina ser revolucionario, ser de izquierda, implica ser antimperialista. El imperialismo yanqui fue y es el principal enemigo de la independencia de nuestros países y del bienestar de nuestros pueblos. Y no se puede ser antimperialista en abstracto o teóricamente. El antimperialismo implica la solidaridad con el país y el pueblo más agredido por el imperialismo yanqui. Ser antimperialista es ser solidario con Cuba.
Como dijimos, es cierto que no se puede reducir los problemas de Cuba al bloqueo. Pero también lo es que no se puede omitir el impacto del bloqueo y del hostigamiento yanqui desde el primer día de la Revolución como factores fundamentales de las dificultades que enfrenta. Omitir el papel de la agresión yanqui en la situación de Cuba es como hablar de la vida en la Tierra sin considerar el papel que juega la atmósfera.
¿Cómo se puede pretender ignorar el impacto en la economía, el tejido social y la construcción política cubana que tuvo y tiene la agresión de la potencia más importante del mundo que incluyó una invasión, cientos de agresiones armadas, asesinatos, cientos de atentados contra los principales dirigentes revolucionarios, sabotajes y un bloqueo económico y financiero sostenido durante más de 60 años?
Por eso somos solidarios con Cuba. Pero hay mucho más, Cuba fue y es solidaridad con todos los pueblos del mundo; con Argelia recién liberada, con Vietnam, con la independencia de Namibia y de Angola, con Etiopía. Cuba contribuyó decisivamente a la caída de esa vergüenza para la humanidad que fue el apartheid en Sudáfrica y a la libertad de Nelson Mandela. Cuba fue refugio para miles de latinoamericanos perseguidos por el fascismo y las dictaduras. Cuba es hoy brigadas médicas en el lugar del mundo donde son necesarias.
Hoy Cuba tiene otros Moncadas, uno central es construir, en el presente, con todas sus complejidades, una síntesis política y social de la Revolución con la mayoría del pueblo cubano, y, en ese proceso, resolver los acuciantes problemas sin dejar a nadie en el camino. De esa compleja construcción también queremos aprender. Pero no somos observadores neutrales, estamos con la Revolución.
Por eso este 26 de julio, expresamos, junto a miles en todo el mundo, nuestra solidaridad con Cuba. Para devolver, aunque sea una pequeña parte de la solidaridad recibida, con el “Yo sí puedo”; con la “Operación Milagro”. Para retribuir su mano tendida, su compartir lo poco que tienen y hacerlo asumiendo todos los riesgos.
Le reconocemos a Cuba y su Revolución la decisión de no rendirse, el heroísmo, la dignidad. Por eso, estamos, más firmes que nunca, con el Partido Comunista de Cuba, con su pueblo, con su Revolución. Y lo hacemos con orgullo. Cuba no estuvo, no está y no estará nunca sola.