Coronavirus: ¿enfermedad o síntoma?

Por Carlos Flanagan

En los grandes medios de comunicación (más bien domesticación) masiva, la forma que adopta este abordaje es excluyente; que de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española significa “Que excluye, deja fuera o rechaza.”

Si analizamos la forma en que estos medios encaran su tarea, veremos que muestran imágenes de distintas ciudades del mundo y nos abruman con las cifras de muertos y contagiados a diario en los países más afectados por la pandemia; se extienden principalmente sobre la situación en Italia y España, mencionan de pasada la de Estados Unidos y nuestra región y dan las cifras oficiales de nuestro país.

Son noticias “excluyentes” ya que por un lado dejan afuera otras noticias que hablan de actitudes y acciones diametralmente opuestas de diferentes gobiernos frente a esta crisis humanitaria y por otro rechazan ex-profeso la posibilidad de cualquier análisis en profundidad de las causas sociales de la pandemia en cuestión.

Trataremos de hacer un pequeño aporte a un necesario análisis diferente de la situación en la que estamos todos inmersos en el mundo; siempre remando a contracorriente de los medios hegemónicos.

Primera exclusión: las noticias silenciadas

¿Alguien vio o escuchó en los principales medios masivos de “comunicación” hablar de la actitud criminal del Sr. Donald Trump de bloquear fondos a Venezuela que iban a ser utilizados para adquirir insumos necesarios para enfrentar el coronavirus?

¿Y sobre la misma actitud de bloqueo imposibilitando la llegada de una donación de China a Cuba de insumos médicos?

¿Y sobre la digna actitud internacionalista y solidaria de Cuba – a pesar de las limitaciones impuestas por más de 60 años de bloqueo de EUA, incrementado aún más ahora por su actual administración – de enviar 15 brigadas médicas a pedido de distintos países como en Europa Italia, Andorra y Francia para sus departamentos de ultramar, dos latinoamericanos y once caribeños?

Segunda exclusión: las causas sociales

Es elemental que de la misma forma en que nadie compra un arma de caza con la intención de salir a pegarse un tiro en un pie, ningún medio masivo de comunicación al servicio del capital transnacional, fomentará espacios de análisis de las causas sociales que podrían estar tras la irrupción del coronavirus, cuyas conclusiones contrahegemónicas seguramente les serían adversas.

Comencemos por intentar responder a la pregunta del título de este artículo.

A nuestro juicio el coronavirus y otros virus que hemos sufrido anteriormente (con menor intensidad), es el síntoma de una enfermedad mucho más profunda.

En un artículo anterior afirmábamos irónicamente que la cepa madre tanto del coronavirus como de todos los virus que nos han afectado en los últimos tiempos es la del tipo CCECA (crisis cíclica estructural capitalista agravada).

Es decir que la enfermedad que hay que enfrentar es el capitalismo; que en su fase de desarrollo neoliberal globalizador amenaza la existencia de la humanidad y del planeta.

Hoy estamos ante un espejo que nos devuelve la imagen tal como somos, con rasgos que hasta hoy no queríamos ver y nos interpela.

Ahora hablamos aterrados del coronavirus y su letalidad. Pero no quisimos ver en su momento los presagios de esta hecatombe. ¿Fueron casuales y aisladas la gripe aviar, la bovina, y la gripe A H1N1 de 2009 (también llamada gripe porcina) que causó entre 150.000 y 575.500 víctimas fatales?

La situación actual

Nos encontramos en una especie de caída en tirabuzón. Lejos de ser el cuento de Julio Verne “Viaje al centro de la Tierra”, es un “viaje al centro de la guerra”. Guerra contra nosotros mismos y contra nuestro hábitat, que pone en cuestión nuestra supervivencia de futuro como especie.

La globalización capitalista neoliberal nos impone el “vale todo” de la súper explotación humana y ambiental en aras de tratar de evitar la inevitable tendencia de caída de la tasa de ganancia.

Algunas de las maniobras que llevan a cabo los grandes conglomerados de empresas transnacionales (ETN) en este sentido son muy elocuentes:

El traslado de plantas de fabricación y armado desde los países centrales (en los cuales por consecuencia generan desempleo) hacia los periféricos del llamado tercer mundo en donde pagan salarios muy inferiores por concepto de mano de obra; y en aquellos lugares que carecen de organizaciones sindicales fuertes, incumplen con normas elementales de seguridad laboral.

Ahorran divisas al no invertir en el debido tratamiento de efluentes y residuos industriales sin importarles contaminar el ambiente y los cursos de agua, y evaden impuestos exportando las ganancias a paraísos fiscales.

En el llamado agronegocio, estas grandes empresas aceleran en forma nociva los ritmos de crecimiento de la naturaleza; en cultivos transgénicos como los de soja, maíz, algodón o de colza (col de la que se extraen aceites industriales) y mediante el uso de pesticidas agro tóxicos como el glifosato o en la crianza animal por medio del uso de hormonas y cambios en los ritmos de alimentación.

No es de extrañar entonces la aparición de nuevas versiones virales en humanos a partir de la ingesta de alimentos industrializados a gran escala bajo estas condiciones.

El agotamiento del actual sistema

El modo de producción feudal existió durante 10 siglos; del V (caída del imperio romano) al XV (descubrimiento de América).

Por su parte el capitalismo ha demostrado a lo largo de su existencia de más de 500 años, la capacidad de reinventarse bajo nuevas modalidades como forma de supervivencia a sus distintas crisis cíclicas.

Por lo tanto hago énfasis en la palabra “actual” cuando me refiero al agotamiento del sistema capitalista bajo esta forma neoliberal.

El coronavirus ha sido el factor que puso en evidencia el vaciamiento económico de los instrumentos de los estados, como por ejemplo los sistemas de salud públicos, que se mostraron absolutamente inoperantes y superados para atender en forma debida a sus poblaciones.

A esto sumemos la nefasta ecuación de: crisis socio económica – desempleo – emigración; elementos que interactúan y se retroalimentan mutuamente.

La desigualdad social en el mundo es escandalosa: de acuerdo al último informe anual de OXFAM, el 1% más rico de la población posee el doble que 6.900 millones de personas, que son casi el 89% de los habitantes de la Tierra.

Hoy, ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad (3.600 millones de personas).

Reacciones que preocupan

En muchos países ha escalado posiciones la extrema derecha.

Su prédica hace caudal del malestar social por la crisis con un discurso neofascista de exaltación de un falso nacionalismo y de odio al inmigrante, al que ponen en la picota y lo hacen responsable “por venir a quitarnos nuestras pocas fuentes de trabajo”, de intolerancia a las minorías LGTB, y contra toda ley que los contemple.

En Europa hoy forma parte de 5 gobiernos y está representada en parlamentos de 22 países.

En América del Sur sólo Argentina y Venezuela mantienen gobiernos progresistas.

¿Existe otra alternativa?

Estamos convencidos de que existe una alternativa superadora que podríamos denominar postcapitalista; que es posible, necesaria y debemos transitar hacia ella.

Ahora bien; es un camino arduo que nos pone por delante variados y grandes desafíos.

Sin dudas será una batalla en el campo de las ideas; una dura batalla cultural por los valores integrales de la democracia. Que no son entelequias ni citas bonitas para discursos de ocasión. Son principios, derechos y obligaciones; concretos, tangibles y exigibles en toda sociedad humanizada.

En definitiva la lucha por la democracia y los Derechos Humanos también implica:
reivindicar la memoria histórica; denunciar y combatir a los que poco a poco, subrepticia y tenazmente nos conducen hacia la zona de confort del olvido o la banalización de lo que sucede en el mundo, contrabandeando por ejemplo la idea de que las planificadas políticas imperialistas que nos aplican no existen como tales. Por el contrario son ocurrencias puntuales de “excéntricos” como Trump y seguidas por también extravagantes adláteres como Bolsonaro. Recordar y hacer recordar que en una situación similar de crisis estructural mundial como la de 1929, esa misma prédica chovinista, de odio al inmigrante, al diferente, llevó al poder al nazi-fascismo y al “excéntrico” Hitler; y al mundo a una de sus mayores tragedias.

Luchar contra la imposición del “vale todo” y la explotación del ser humano por el ser humano, para ir construyendo una cultura de respeto por el otro. Respeto en su más amplia acepción: a las costumbres, ideas y sensibilidades diferentes.

Rescatar nuestro medio ambiente y nuestra verdadera agricultura de la práctica destructora que llevan adelante los capitalistas de las grandes industrias y el agronegocio en aras del lucro.

Denunciar el vaciamiento de la democracia cuando se distorsionan los mecanismos parlamentarios con el fin de transformarlos en ámbitos en los cuales se llevan adelante espúreos procedimientos de destituciones presidenciales; en realidad verdaderos golpes de Estado, como sucedió con Fernando Lugo en Paraguay y Dilma Rousseff en Brasil.

Denunciar de la misma manera que cuando al mismo tiempo los grandes medios de comunicación masiva en nuestro país nos bombardean con el coronavirus convertido en monotema, el Poder Ejecutivo da una interpretación forzada a un recurso legal para aplicar un uso abusivo del mismo. Como es el caso de enviar al parlamento más de 500 artículos que abarcan temas que de por sí deberían ser materia de varios proyectos de ley independientes, bajo la forma de un solo proyecto de ley de urgente consideración (LUC). La misma impone un acotado plazo de discusión de 45 días en cada Cámara; “…y se tendrán por sancionados si dentro de tales plazos no han sido expresamente desechados, ni se ha sancionado un proyecto sustitutivo.” Como se ve, la lucha de clases no se suspende por motivos sanitarios.

Para finalizar decimos que a pesar del aislamiento social al que estamos hoy obligados por la pandemia, reflexionemos sobre estos hechos, utilicemos los medios de comunicación disponibles para intercambiar ideas e ir pensando “en el día después” del coronavirus; en la mejor manera de organizarnos para que no puedan arrebatarnos nuestro destino.-

Foto: OMS

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