Lejos de lo que muchos vaticinaron sucedería en La Habana, que hoy cumple 502 años de fundada, lo que predomina es la alegría por todos los retornos.
Estudiantes de todos los niveles educativos, incluidos más de 700 000 niños, dieron a todo lo ancho y largo del país la mejor estampa de un pueblo que, a pesar de tantos ataques y vicisitudes, mantiene en alto sus esperanzas y sus luchas.
Solo aquellos que, encerrados en la virtualidad de las redes, han dado credibilidad a las mentiras que, un día sí y otro también, circulan sobre supuestos arrestos y actuaciones increíbles de las fuerzas de seguridad del Estado a las que se les acusa de impedir que, tal o más cual personajillo del imperio del norte, pudiera, al fin, lograr sus propósitos “salvíficos”.
Para entender el rotundo fracaso del intento de asonada estimulada por las redes sociales, no hay que ir a las falsas y malintencionadas “noticias” de agencias estadounidenses o europeas, como EFE, por ejemplo, a la que se les retiraron sus credenciales para actuar como prensa en el país debido a sus vínculos con la estación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la embajada de Estados Unidos en La Habana.
A Cuba y a los cubanos, se los entiende por su historia y sobre todo por sus acciones en los momentos más complejos y difíciles, que han sido varios durante más de 60 años y ello es así porque, en efecto, la lucha del pueblo cubano no data de 1959, sino que se prolonga más allá y empieza como afirmara Fidel, un 10 de octubre de 1868.
Algunos medios de prensa han reproducido en nuestro país, por ejemplo, la falsa noticia de la supuesta detención de Guillermo Fariñas Hernández, pero como dice el dicho popular “la mentira tiene patas cortas”.
Ha sido el propio Fariñas quien, en un video subido a la red social de Facebook, se encargó de desmentir tamaña falsedad.
En dicho video, Fariñas no solo reconoce ser un “connotado contrarevolucionario” y que “su función es derrocar” al gobierno cubano, sino que explica que no estaba detenido sino siendo atendido en un hospital cubano.
“Estoy en el hospital porque yo estoy convaleciente de una inflamación en los riñones y en la pelvis”, explicó a un medio de prensa local de la isla el contrarevolucionario Fariñas.
En sus declaraciones, Fariñas reconoce no solo la excelente atención que recibe, sino que evidencia que su “supuesta detención” es una falsedad absoluta que, aún a fuerza de repetirse miles de veces, no logra ser una verdad.
Esos mismos medios de prensa, que replican informaciones procedentes de EFE o de canales de prensa de Miami, han afirmado que a los convocantes a la “marcha”, los funcionarios de la seguridad cubana les habían impedido salir de sus casas.
Si se hubieran tomado el trabajo de revisar fuentes de la isla, tanto de televisión, como de las redes sociales en las que tanto “creen”, hubieran visto, aunque no entendido, lo que en efecto pasó.
No fueron precisamente, los agentes del orden quienes enfrentaron con la palabra a los cabecillas incitadores al odio, fueron hombres y mujeres del pueblo, vecinos que, amparados en su derecho a defender lo que es de todos, realizaron lo que en la isla se llama desde hace mucho tiempo “actos de repudio”.
Un “acto de repudio” es el equivalente en la isla, de los “escraches” que hemos visto en Uruguay, es sin duda alguna, una directa expresión del accionar popular cuando un hecho como el que se pretendía hacer, lesiona la dignidad y la historia del pueblo revolucionario cubano.
Un acto de repudio es siempre un acto de expropiación, recuerda una y otra vez que Cuba como espacio, no es propiedad de nadie, sino del pueblo.
Actos de repudio ha habido en Cuba, desde los mismos comienzos de la Revolución, algunos contra connotados contrarevolucionarios quienes por sus acciones fueron identificados como autores y/o cómplices de verdaderos actos terroristas.
Ha habido actos de repudio masivos, por ejemplo, contra la sede de la embajada estadounidense, mucho antes incluso del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, esos actos se transformaron con el correr del tiempo en las muy conocidas “marchas de todo el pueblo”.
Las marchas de todo el pueblo, que los mismos hacedores de las mentiras de hoy, afirmaban que eran “obligatorias”, eran verdaderos ríos de pueblo y no podemos imaginar de qué forma, sin que la forma elegida suene a ridículo, pueda “obligarse” a cerca de 2 millones de personas marchar.
Los cubanos aprendieron a marchar y a expresar su apoyo a la Revolución hace mucho tiempo y no lo hicieron precisamente, para cumplir el mandato de ningún gobierno extranjero, como ha quedado evidenciado lo hacen los supuestos “libertadores” que, siguiendo el guion del Departamento de Estado y de la CIA, pretendían “abrogarse el derecho” de definir a qué llamar libertad.
El aprendizaje de los cubanos de marchar y repudiar se realizó siempre como efecto y ejercicio de una voluntad de vencer y permanecer.
Aunque a algunos les cueste comprenderlo, no se puede mandar, ni obligar a un pueblo a hacer lo que no quiere, de modo que, al menos una vez, tengan la decencia de aceptar que, al menos en el caso de Cuba, solo pasa lo que el pueblo decida que pase.
Cada marcha de todo el pueblo y cada acto de repudio que se vea es un ejercicio directo de voluntades populares en acción, porque para sostener su soberanía y su dignidad, Cuba no precisa esperar por tiempos electorales y ello es así no porque no haya “pluripartidismo”, sino porque en Cuba manda el pueblo.
Que mande el pueblo es justamente, lo que más detesta Estados Unidos y sus secuaces, por ello es su odio visceral a la Revolución, ello explica el bloqueo y todas las sangrientas acciones que ha realizado contra la isla sin que consigan por eso doblegarla.
Estados Unidos, sus mercenarios cubanos, esos sietemesinos que tan bien describiera José Martí, la mafia anticubana en Miami y sus nuevos colegas españoles de VOX no reconocerán jamás que la primera marcha del pueblo combatiente se produjo aquél 8 de enero de 1959 cuando “los barbudos” con Fidel al frente entraron a La Habana.
Ese día toda Cuba aprendió a marchar, a repudiar a los traidores y a defender lo que tanta sangre había costado.
Rolando Arbesún