Nicolas Celaya/ URUGUAY/ MONTEVIDEO/ 18 DE JULIO En la foto, 21 Marcha del Silencio por la Avenida 18 de Julio. Nicolás Celaya /adhocFotos 2016 - 20 de mayo - viernes

El silencio de los culpables

Gonzalo Perera

En 1991 se estrenó una película que además de recaudar fortunas y ganar múltiples premios,  es ampliamente recordada, aún a pesar de la desafortunada idea (habitual en Hollywood) de filmar en los años siguientes tanto secuelas (películas que describen lo que pasa posteriormente con los personajes centrales de la historia) como precuelas (narraciones del pasado de sus personajes), las que en general son pobres en calidad y capacidad de concitar interés. “El silencio de los inocentes” tiene su centro en los encuentros entre la joven agente del FBI, Clarice Starling (interpretada por Jodie Foster) con el brillante psiquiatra y asesino serial Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), en la prisión de máxima seguridad donde éste se encuentra recluido, para tratar de, con su ayuda, entender y capturar a otro asesino serial que está en plena acción. Más allá de lo anecdótico, bien podría decirse que el éxito de “El silencio de los inocentes” consiste en haber logrado sumergir, de forma controlada pero impactante, al espectador en parte de las zonas más tenebrosas del espíritu humano. Si uno nombra la película, probablemente lo primero que venga a la mente de quien la vio es cuán hondo puede calar la crueldad en la especie humana.

Nuestra humanidad abarca todo el espectro desde la oscuridad más profunda hasta la luz más radiante. Posiblemente todo el recorrido desde el fondo de la fosa de las Marianas, a 11.034 metros de profundidad (en la oscuridad total), hasta la cima del monte Everest, a 8.849 metros de altura (en buen clima, vista privilegiada de cielo y tierra), sea apenas una pequeña variación en comparación a lo que puede cobijar la especie humana desde su más extrema perversión a su más elaborada sensibilidad y empatía, con todos los matices intermedios. Quizás por eso, buena parte de las artes en general (en particular de la literatura, teatro y cine) se han dedicado a explorar la naturaleza humana, sumergiéndose en sus densas oscuridades como la película citada, escalando la narrativa de personas, comunidades y gestas extraordinarias, o transitando las zonas grises, ahí donde transcurre la vida de tantos, que ni héroes ni villanos somos.

Pero un recurso muy destacable de los pueblos sometidos a una cruel tiranía es la capacidad de usar la imaginación para resistir, logrando gestos que, con inteligencia y complicidad compartida por la gran mayoría, con recurso a las entrelineas, expresan su oposición a la bestialidad. 

Imposible no recordar una imagen que circulara en España (y hasta en nuestros lares, enviada por canales familiares), cuando en 1964, por iniciativa del entonces ministro franquista Manuel Fraga (luego líder de la derecha española en democracia), lanzara una celebración con bombos y platillos de los 25 años del triunfo fascista bajo el slogan “25 años de paz”. Era una maniobra de “lavado de cara”, destinada a reposicionar a la España franquista ante el mundo como un país “moderno”,  despegándose de la imagen medieval que destilaba “el caudillo” Franco y su séquito, intentado atraer turistas del resto de Europa y en general, mejorar su muy alicaída economía. La imagen que circulaba por doquier tenía como título el slogan del régimen “25 años de paz” y la imagen de un profesor  trazando fórmulas en un pizarrón dando clase y abajo de todo, decía “Ciencia”. La censura se debió sentir complacida ante una imagen de orden y estudio cargada a la cuenta del régimen. Pero lo que la censura no hizo, es lo que hacía la inmensa mayoría de la gente al ver la imagen: leer todo el texto de corrido, con lo cual el mensaje que sonaba era “25 años de paciencia”. El ingenio, la sutileza, la imaginación, armas de los pueblos contra toda forma de terror y poder avasallante. 

En 1996 la posibilidad de aunque más no fuera saber algo  en Uruguay sobre los crímenes del Terrorismo de Estado en general, y en particular sobre el destino de los detenidos desaparecidos, parecía muy distante. No por casualidad: estaba  promediando su segundo gobierno el gran garante de la impunidad de los terroristas de Estado, Julio María Sanguinetti. Sin embargo el 20 de mayo, cuando se cumplían 20 años de los horrendos asesinatos de Zelmar Michelini, Héctor Toba Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw en Argentina, bajo la consigna “Verdad, Memoria y Nunca Más”, se realizó una marcha en total y absoluto silencio. Esa marcha comenzó a replicarse todos los 20 de mayo, creciendo y ganando adhesiones múltiples, pero muy particularmente entre las nuevas generaciones, incluso entre los que no vivieron el Terrorismo de Estado, pero saben que nadie debió ni debe jamás sufrirlo. 

Ya en el siglo XXI y fundamentalmente al llegar el Frente Amplio al gobierno, algunas rayos de luz aparecieron: identidades recobradas, restos encontrados, terroristas de Estado compareciendo ante la Justicia y siendo encarcelados. Que falta mucho es evidente, que no se hizo todo cuanto se podría haber hecho no merece discusión. Pero que alguien que vivió la dictadura entera, con la mano en el corazón, me diga que no se frotó los ojos, o se pellizcó a sí mismo cuando vio, por ejemplo, al Goyo Alvarez ir preso. Esos logros, aunque parciales, demolieron la mentira sanguinettista de que “no se podía hacer nada”. Se pudo averiguar, saber, pudo actuar la Justicia, condenar, y el país no sólo no ardió, sino que ganó un poquito de paz y dignidad.

Los familiares, a varios de los cuales uno ha podido conocer en distintos ámbitos, han mostrado mucho más que los 25 años de paciencia de la sutileza antifranquista. Han demostrado una vida de paciencia, que muchos llevan 50 años reclamando por los suyos y por todos. Honestamente no sé de dónde sacan fuerza, nunca me atreví a preguntarles. Lo que sé es que su tesón inclaudicable es para toda persona digna una convocatoria imposible de rechazar. Si ellos pudieron perseverar ante  tanto tiempo de dolor, desprecio, obstrucción y ninguneo, es imposible dar la espalda a una causa tan justa. Su perseverancia y la comprobación de que “se puede” han hecho que las marchas del silencio sean cada vez más multitudinarias, verdaderas mareas absolutamente silenciosas, que portan los rostros por los que todos exigimos Memoria, Verdad y Justicia.

Hay quien, no sin razón, manifiesta su preocupación por el paso del tiempo. Porque se fue la Tota, Luisa, la militancia de más larga data, seres luminosos que sembraron dignidad, Y porque murieron varios terroristas de Estado, los seres más tenebrosos que escupió esta tierra, y con ellos información que algunos temen sea inaccesible.  Pero los terroristas de Estado que tomaron las grandes decisiones no tenían el monopolio de esa información. No eran generales los que secuestraban o ejecutaban. Eran mayores o capitanes, y quienes conducían inocentes al tormento eran oficiales y soldados jóvenes, que viven y que saben. Quizás no todo. Pero cada uno sabe algo que las marchas del silencio y la dignidad aún no saben.

Es tiempo que digan la verdad, lo que saben. Su silencio no es el de los inocentes, es el  de los seres más abyectos, miserables y tenebrosos de nuestra Historia. El suyo es el silencio de los culpables de los mayores crímenes de nuestros país.

Este 20 de Mayo una nueva multitud en silencio, portando los rostros luminosos, nos convocará por Memoria, Verdad y Justicia.

Convocatoria que incluye al que guarda el silencio de los culpables en las tinieblas de su conciencia, de las que sólo la verdad lo puede salvar.

Foto

 Marcha del Silencio. Nicolás Celaya /adhocFotos.

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