Gonzalo Perera
En la próxima semana, y en fechas cercanas de acuerdo al calendario que se usa en diferentes culturas, se celebran fechas muy especiales, la mayoría con una fuerte carga religiosa e identitaria para muchos pueblos, lo cual en definitiva significa para muchas personas en el planeta, extremadamente diferentes entre sí bajo casi cualquier punto de vista.
Hay sin embargo algunas sorprendentes similitudes entre muchas de esas manifestaciones, a múltiples niveles, que quizás convenga repasar, incluso en sus contradicciones internas.
Para empezar en todos los casos, estas fechas se concentran en celebrar actos de singular sacrificio, sufrimiento, tenacidad, solidaridad y, de diversas maneras, amor hacia la comunidad.
En la Pascua cristiana, de acuerdo con los diversos evangelios, se trata nada más ni nada menos que del tránsito por el “valle de lágrimas” de quien puso carne y hueso a la misma divinidad, en un acto de martirio guiado por el amor al prójimo, al que, según el sermón de la montaña, es sobre todo el pobre, el perseguido, el despreciado, el marginado, pues ésos son los que una y otra vez el nazareno llamó bienaventurados.
En el Pésaj judío, el “Libro del Éxodo”, parte del pentateuco de la Torá y del antiguo testamento de la Biblia, narra el viaje de la esclavitud a la liberación del pueblo judío sometido en Egipto, en un peregrinar tan amargo como penoso, como también regado de tenacidad, valores y capacidad de atravesar aún las aguas más bravías.
Ambas tradiciones, y sus derivados o creencias conexas, supieron de martirios atroces sufridos en los siglos posteriores a las referencias literarias mencionadas.
Los primeros cristianos, viviendo en comunidad y “multiplicando” los panes y los peces por la vía de la solidaridad, fueron comida de leones y otras fieras en el Coliseo Romano. Ni más ni menos.
El pueblo judío fue víctima de la Shoah, el inmundo plan de extermino sistemático de toda su tan rica tradición por parte del nazi fascismo, que si bien tuvo claramente otros objetivos (comunistas, sindicalistas, opositores políticos, homosexuales, gitanos, personas diferentes en cualquier sentido del término, “enfermos” bajo la clasificación de los Mengele, etc.), evidentemente hizo objeto central de su insania al pueblo judío de Europa Central, para el que pensó concienzudamente la “solución final” que condujo a tantas y tantos seres inocentes a los incalificables campos de exterminio.
Pero, los propios cristianos en la Edad Media, desde la Santa Inquisición, se encargaron de acusar al pueblo judío de múltiples “libelos” y, llegado el caso, de expulsarlos de tierras que luego eran tomadas por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, en nombre de….¡El nazareno que nació en un pesebre de Belén! Y ni hablar de la suerte de los hermanos semitas de los judíos, como los árabes (ambos del linaje de Sem, reiteramos), expulsados de la península ibérica tras la invasión por parte de los reinos de Castilla y Aragón de El-Andalous, con la Alhambra de Granada como trofeo final de la conquista. En El- Andalous convivían el islam, el cristianismo y el judaísmo, era tierra de luces hasta que Isabel y Fernando tomaron Granada. Primero expulsaron a los “moros’ y luego, a los judíos sefaradíes, bajo el triste episodio de “los marranos’ que implicaba un sadismo muy profundo: la abdicación de la fe y tradición cultural o la supervivencia. Sin hablar de la persecución enfermiza a la mujeres mínimamente libres (o a todos los seres pensantes), cuando las seguidoras de fierro del nazareno, las que estuvieron con él en El Gólgota, fueron su madre María (virgen o no, según qué corriente del cristianismo lo relate y en que época, incluyendo el catolicismo), y Magdalena la prostituta a la que el nazareno destinó muy marcadamente su atención y su permanente intención de desafiar el orden establecido, tal como lo refleja el Evangelio de San Lucas en su frase “porque mucho has amado, mucho te será perdonado”, de inmensa intensidad para la época y cultura en la que gestó. Es harto difícil entender como de aquellos primeros discípulos, de aquellas primeras comunidades comunitarias, haya surgido un baluarte del oscurantismo, de la barbarie, de la misoginia, del sostén del poder, del patriarcado, de la represión sexual, de la explotación y alineación en todas sus formas.
Como resulta imposible entender que, de esas filas, o al menos amparados en partes de ese discurso, en una contradicción que escapa a toda lógica, surgiera la imposición a sangre y fuego de la cruz y la Biblia a los pueblos originarios de América Latina (y tantas otras regiones del mundo), por parte de quienes en sus orígenes resistían hasta la muerte los abusos del imperio romano y finalmente, fueron servidores esenciales de los imperios europeos colonizadores. Como resulta imposible entender los curas que colaboraban con la tortura en Argentina o los religiosos que en todo el Cono Sur las bendijeron y auspiciaron, o la proliferación de iglesias de denominación evangélica que generan un discurso netamente fascista y que te riegan los Bolsonaros por el mundo, invocando al nazareno.
Por otro lado, el Estado de Israel surge tras la Segunda Guerra Mundial, en una resolución que consagraba tierras sagradas para el judaísmo, el cristianismo y el islam, como zonas de coexistencia, en particular de Israel con un Estado Palestino. Cómo se hace para entender que las nuevas generaciones de las víctimas del apropiamiento de tierras e intento de extermino puedan justificar las permanentes, sistemáticas e injustificables agresiones que sufre el pueblo palestino por parte de una de las potencias nucleares de la Tierra, es tarea muy pendiente. El que denunciar el ataque de uno de los ejércitos más poderosos y mejor entrenados del mundo a gurises munidos de piedras sea denunciado una y otra vez por periodistas y organizaciones vinculadas a Israel como un acto de antisemitismo (cuando ambos pueblos son semitas, encima, bien vale la reiteración), resulta francamente repudiable y ostentosamente incoherente.
Pero las confesiones religiosa, como todo, evolucionaron, con el transcurso del tiempo, con múltiples contradicciones, y si la reforma protestante puede ser vista como un proceso sociológico de construcción de base ética para el capitalismo (a la Max Weber) o como una respuesta a los notorios vicios del Vaticano, no se puede ignorar que el supremacismo blanco en USA propone un país (desde hace décadas) WASP, acrónimo en inglés por “Blanco, Anglo Sajón y Protestante” y que bajo sus prédicas se han acuñado formas políticas ultraderechistas de la práctica religiosa que sonrojan al mismísimo Vaticano.
Pero desde esas mismas filas protestantes, surgió Martin Luther King, su “Ï have a dream” y su cerrada oposición a la guerra de Vietnam. O nuestro pastor Emilio Castro. O del catolicismo surgió el Perico Pérez de La Huella, defensor de los Derechos Humanos, con su exposición de “La Crista”, promoción de la liberación vista en lenguaje y corporalidad femenina. Y hay innumerables hombres justos y de paz surgidos del judaísmo, del islam, de todas las confesiones y culturas.
Uno respeta todos los relatos religiosos, porque es desde la apertura que se construye la libertad. Pero viendo las luces y sombras de todos los relatos, es claro que no importa qué digas ser, sino lo que hagas cada simple día.
Salud a los justos de todos los credos y pueblos y que podamos juntos hacer la paz efectiva, concreta y duradera.
Foto de portada:
Vía Crucis por Viernes Santo. Foto: Santiago Mazzarovich/adhocFotos.