Gonzalo Perera
Si bien los procesos de transformación radical de la sociedad obviamente pueden suponer cambios en los más diversos planos de actividad, el movimiento popular uruguayo, ha aprendido, con mucha madurez, a tener cuidado de las garantías y virtudes democráticas que incluye la institucionalidad republicana. Aunque la misma aún no haya sido capaz de haber hecho palpable lo que consagra la Constitución: aquello de que a unos y otros ciudadanos, no nos distingue nada más que nuestros talentos y virtudes.
En una sociedad dividida en clases, cuyo antagonismo recrudece cada vez que los neoliberales acceden al gobierno y lo suman al poder económico y mediático del que siempre disponen, es obvio que a talentosos y virtuosos nacidos en barrios pobres se les reconoce y concede mucho menos que a zánganos nacidos en hogares privilegiados. Más aún, me resulta un tanto irritante la tan sonada denuncia de “la grieta”, elemento discursivo «Made in Grupo Clarín» para demonizar a quien se le opone, pues la grieta que existe entre los zánganos privilegiados y los virtuosos condenados desde la cuna, es objetiva y más profunda que la fosa de Las Marianas. El ideario republicano subyacente en nuestra carta magna, fuertemente inspirado en una visión romántica, con toques de liberalismo, positivismo y otras corrientes de pensamiento afines, obviamente no abarca los diversos ámbitos y problemáticas que es necesario considerar en profundidad. Sin embargo, el movimiento popular uruguayo ha sabido siempre que las garantías que brinda ese abordaje incompleto son necesarias, y que en todo caso cabe hacerlas más inclusivas, más profundas, más avanzadas, pero nunca renegar de ellas. Esto, que se dice fácil, lo ha probado la vida y la historia.
Cuando los sectores más conservadores y fascistoides de los partidos fundacionales, en su mayoría insertos en el herrerismo y en el riverismo, por dos veces quebraron la institucionalidad republicana en el Uruguay del siglo XX, una vez con la firma de Gabriel Terra y la segunda vez con la de Juan María Bordaberry, el movimiento popular uruguayo fue oposición y resistencia, defensa de la democracia y la institucionalidad republicana. Eso es historia, más no de la escrita con tinta sino de la escrita con sangre, de trabajadores y militantes que dieron la vida en defensa de las instituciones como lo que son: un abordaje incompleto, pero que debe servir de sostén para seguir avanzando.
Si bien es cierto que estos procesos dictatoriales y de desguace institucional venían largamente precedidos de anhelos autoritarios y cavernícolas, enmarcados en estrategias regionales del imperialismo (como lo hace evidente el Plan Cóndor en la última dictadura), no menos cierto es que hubo errores políticos que fueron erosionando las instituciones desde antes, por parte de quienes no querían los golpes de Estado. He escuchado, con sumo respeto, de sus propias bocas, a históricos dirigentes nacionalistas que fueron oposición a la dictadura militar, admitir que apoyar en el Parlamento los recursos autoritarios empleados por el gobierno de Pacheco, como las Medidas Prontas de Seguridad, fue un inmenso error, pues eso iba, día tras día, empujando a la República hacia el vertedero. No tengo por qué descreer de esos actos de constricción, por lo cual la conclusión lógica es que no hace falta ser de izquierda para darse cuenta que en materia de la institucionalidad democrática, es muy peligroso jugar con fuego y que lo que hoy parece una bengala, puede luego ser el incendio que devora la pradera.
No puedo pensar en otra cosa que en “jugar con fuego” cuando, al descubrirse una organización de índole mafiosa inserta en plena Torre Ejecutiva que usaba la información personal privilegiada de todos nosotros, el gobierno intenta disimularlo, negarlo con mentiras, con comparaciones absurdas, y con maniobras de distracción de absoluta irresponsabilidad institucional.
Porque no se puede catalogar de otra manera la iniciativa de ediles montevideanos afines al gobierno que pretende plantear un juicio político a la Intendenta Carolina Cosse. En una acción absurda, injustificable, absolutamente desmesurada y descaradamente histriónica, tratando de ganar tiempo, con esta puesta en escena, para intentar tapar la catástrofe de Torre Ejecutiva, que ha merecido una valoración negativa por parte de la inmensa mayoría de la población (y la convicción de que el hilo de la corrupción no se corta con este escándalo, vale decir).
Me dirán, y con razón, que varios dirigentes relevantes, incluso blancos, han criticado el dislate, diciendo que fue inconsulto, desmedido, irreflexivo. Puede que sea una genuina autocrítica, y ojalá así sea. También me permito preguntar si no hay algo de “policía bueno y policía malo” en eso, donde mientras uno maltrata, el otro habla serenamente, pero acompasadamente, con un objetivo común. Convengamos que puede haber de lo uno o de lo otro y quizás, de lo uno y de lo otro.
Lo que es evidente es lo que debía haber pasado y no pasó. Cuando el senador Oscar Andrade vapuleó a la delegación gubernamental tras su absurdo intento de sostener la versión de que Astesiano no era jefe de la seguridad presidencial (cuando consta en documentos, sellos, etc.), de que el Presidente no había sido advertido de sus antecedentes (que circulaban en medios desde 2020 y que el propio Garcé admite haber puesto en conocimiento al Presidente), remarcó un punto para nosotros central: esto no hace mella a un presidente uruguayo, hace mella a la institución Presidencia de la República, a la institucionalidad democrática y a la imagen internacional del país. La reacción sensata ante todo este bochorno era simplemente admitir un enorme error y hacerse cargo, seguramente con algún ministro o jerarca abandonando su cargo. Pero se optó por poner una absurda cortina de humo, que nadie se la fuma. Dentro de la cual, juega un rol central el «ataquen a Carolina, así abrimos otro frente y ganamos tiempo”. Es imposible no pensar que hay mucho miedo en tal reacción. La pregunta es miedo a qué. La pregunta es ¿qué otras cosas saldrán a flote si se sigue hurgando en el affaire Astesiano?
Lo cierto es que cuando los ministros van a mentir a cara de perro al Parlamento, la República se desinfla. Cuando se pretende negar que el fuego quema y el agua moja, la democracia y el respeto al ciudadano se lesionan, y el ciudadano se puede enojar, y con razón. Cuando además se busca usar como línea de tierra para descargar un escándalo que quema, a un Junta Departamental y su relacionamiento con la Intendenta, no se agravia a Carolina Cosse, ni al FA, sino a la Intendencia Departamental de Montevideo, a su Junta Departamental y al sistema republicano en sus mismos pilares.
Hace poco pedíamos una semanita de tregua. No más escándalos, no más ridículos, no más papelones absurdos, por apenas una semanita, le pedíamos al gobierno. De la mano de su orgullo, de su profunda desidia y desapego (Arbeleche dixit, respecto a los valores republicanos, esta semana fueron aún más lejos, poniendo en práctica operetas de cuarta que lesionan la institucionalidad democrática misma.
Porque cuando gente, a la cual la democracia sólo le importa para los discursos, se pone a jugar con fuego, la historia muestra que, o se les pone freno a tiempo o se lamentará larga y penosamente: basta de zonceras. Asumir errores y responsabilidades, que deberían ser un gobierno y no un circo (o algo mucho peor).
Foto de portada:
El ministro del Interior, Luis Alberto Heber y el prosecretario de Presidencia, Rodrigo Ferrés, en la Comisión General del Senado el miércoles pasado. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS.