Gonzalo Perera.
Las transformaciones que vamos experimentando los seres humanos a lo largo de la vida tienen sus curiosidades. Vaya un ejemplo: la ciudad en la que viví más tiempo durante mi vida es Montevideo, mucho más aún si se considera también su zona de influencia, el área metropolitana. Viví y trabajé en una de las ciudades más grandes y cosmopolitas del mundo y he realizado estadías de trabajo en muchas de las ciudades más enormes, ruidosas y complejas del mundo. Sin embargo, cuando hace poco más de 7 años volví a trabajar y vivir en mi departamento de Rocha, fijando residencia muy cerca del Atlántico y en un ambiente netamente tranquilo y natural, con tanto olor a mar como tendencia a vivir la vida con menos premura y bullicio que en las grandes ciudades, se me hace sumamente difícil ir a Montevideo donde me encuentro demasiado encerrado, apurado y ensordecido. No alcanzo a entender bien por qué algo que me fue cotidiano durante tanto tiempo, ahora me resulta estresante, más cuando es obvio que Montevideo es una hermosa ciudad de dimensiones humanas, tranquila y pequeña, comparada con las grandes metrópolis o con ciudades realmente gigantescas como la no muy lejana Sao Paulo, por ejemplo. Pero es así y debo anotar que varias personas que han seguido una ruta de vida similar expresan exactamente lo mismo.
Este miércoles 15 de setiembre me levanté muy tempranito, como muchos militantes del campo popular de distintas localidades del departamento de Rocha, para subirme, en la Terminal de La Paloma, a un ómnibus lleno de compañeras y compañeros, para dirigirme a Montevideo, a participar de la movilización que coronaba el Paro General Nacional. Algo desde muy adentro me decía que no solo debía, sino que, por esta vez, quería hacer ese viaje, que iba al encuentro de algo que, sin poderlo expresar en palabras, lo podía sentir claramente.
Algo parecido sintieron, seguramente, un montón de personas en todo el país, muchas de las cuales seguramente debieron enfrentar limitaciones y dificultades de todo tipo, pero que se congregaron a la cita en defensa del trabajo, de los derechos de las clases populares, de la Educación, de las empresas públicas, de la soberanía nacional (en mar y tierra y por ende, en el sistema portuario), de la necesidad de decir SI a la derogación del Manifiesto Neoliberal Salvaje, los 135 artículos medulares de la LUC.
En el camino de vuelta, era inocultable y unánime la sensación de alegría de todos los viajeros, como fue alegría la tonalidad más destacada de todo el acto en sí, aunque se estuviera refiriendo a problemas serios y graves, muy graves.
¿De dónde venía esa alegría, a qué se debía?
Nunca hay un solo factor que explique ninguna experiencia social y más aún, suele haber factores objetivos y subjetivos.
Pero unos y otros los resumiría en una expresión clave: reconocernos.
Reconocernos, desde cada rincón del país, desde cada rama de actividad, desde cada visión ideológica específica, desde cada experiencia individual, como parte de una gran identidad superadora y unificadora: el campo popular. Que tiene obviamente un eje de referencia en la central de los trabajadores, pero que incluye al movimiento estudiantil, a los movimientos por la agenda de derechos humanos en su más amplia acepción, a los colonos, cooperativistas, a las diversas expresiones de la izquierda política, organizaciones barriales, de ollas populares, su expresión incluso en clubes de fútbol, etc.
Reconocernos en nuestro medio natural, en las calles, donde el silencio mediático no acalla ni acallará jamás a los bombos, tamboriles, a las consignas, a las charlas transversales entre participantes de diversa procedencia, entre los manifestantes y las personas que se arriman a mirar.
Reconocernos, a fuerza de saludarnos, de manifestarnos afecto, de congregar una inmensa multitud sin ningún espacio a la violencia ni a la prepotencia, como ejemplo evidente de cuan erróneo es el enfoque en la materia de la derecha: no hay menos violencia donde se reprime más y por las dudas, sino que hay menos violencia donde no es necesario reprimir porque la gente se siente unida en una identidad común, viendo que no hay “otros”, sino que hay simplemente muchísimos “como yo”.
Reconocernos como fuerza pujante y decisiva, que ahora ha tomado la ofensiva táctica, no corre tras los señuelos de la derecha y sus conferencias de prensa, sanatas de opinólogos e imágenes diseñadas por la agencia de publicidad, sino que se planta multitudinariamente en la calle para pautar la agenda, exigiendo que el gobierno se haga cargo de lo que es su responsabilidad, en materia de paz, pan y trabajo.
Reconocernos en algunas gestualidades. Tras observar un remolino de gente a pocos metros de donde caminaba, vi en su centro a Oscar Andrade, caminando en medio de la marcha, aunque avanzando pocos centímetros por minuto, por la gran cantidad de solicitudes de fotos de personas de diversas edades y extracciones. En cierto momento, me permití la humorada de tomarle una foto con mi celular en medio de la marcha para “registrar el momento” (cuando ya había sido objeto de cientos de fotos, obviamente). Su respuesta fue recordar una actividad planificada próximamente en el departamento de Rocha. A veces se dice sin hablar: siendo genuinamente, de corazón, uno más en la multitud, también siendo paciente ante la atención que se despierta entre los militantes, pero sin dejar de poner nunca el foco en las actividades organizadas o para organizar que permitan seguir avanzando en esta fase de “marcar la cancha y hacer nuestro juego”.
Reconocernos en el esfuerzo de los organizadores a nivel nacional, en cada departamento, cuidando cada detalle de la compleja logística, cuya resolución implica un acto de consideración y cariño hacia cada compañero, que, al final de cuentas toda la militancia del campo popular es un inmenso acto de cariño (y sin, falsos pudores, de amor) hacia las personas, hacia la gente, hacia las caras, nombres e historias que hacen concreto el concepto de “popular”.
Reconocernos en una plataforma y oratoria donde las urgencias de los sectores populares son las únicas reales urgencias, donde pese a las operetas mediáticas, nos identificamos como un amplio campo con identidad y conciencia de sí mismo y de su carácter de actor central y protagonista de la historia. Que obviamente tiene referentes, como todo grupo humano, pero que no es el campo popular la grey de los “seguidores de X”, sino que es X quien puede ser referente en base a expresar de la manera más genuina y eficaz las necesidades, propuestas y exigencias del campo popular.
Somos el campo popular, somos expresión de todas esas caras e historias de vida, somos proyecto liberador, integrador, generador de derechos, de trabajo, de educación, de salud, de convivencia pacífica. Que la derecha haga su juego con sus medios. Nosotros a hacer nuestro juego con nuestros medios, tan poderosos como un rostro amigable, como una charla respetuosa y empática, como la alegría de reconocerse en el mismo camino más allá de cualquier anécdota, como la potencia de sumar y unir, mientras en las cortes palaciegas hasta las lapiceras se disputan. Juguemos desde la iniciativa y desde la propia agenda, desde el esfuerzo constante por el triunfo del SI en el Referéndum, desde la lucha por la salvaguarda de cada derecho amenazado y por la conquista de cada derecho esquivo.
Este 15 simplemente hicimos Historia, desde la alegría de reconocernos.