Santiago Mazzarovich/ URUGUAY/ MONTEVIDEO/ Como cada año miles de estudiantes se movilizaron para recordar a los mártires estudiantiles. Las diferentes organizaciones que integran el movimiento estudiantil, marcharon desde la Explanada de la Udelar hasta la Plaza Primero de Mayo. Este año la consigna fue "Contra el miedo y el retroceso". En la foto: Marcha por el Día de los Mártires Estudiantiles. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.

La eterna convocatoria

Gonzalo Perera

Uno de los errores más grandes que cometen los poderosos, en su pretensión de aniquilar a quienes los enfrentan (desde una visión de la vida totalmente distinta) es martirizando personas. La Historia no deja lugar a duda: cada cristiano arrojado a los leones en el Coliseo de Roma era un paso más hacia la desaparición del Imperio Romano y a la transformación de la religión de los mártires en el sustento de un nuevo inmenso poder terrenal. Las causas, las ideas, los proyectos de sociedad tienen la convocatoria que les da brindar respuestas a inquietudes, angustias o indignaciones de los seres humanos. Pero las causas que tienen mártires tienen una convocatoria muy particular, porque las ideas y los sueños tiene nombres, caras, particularmente interpelantes.

El 14 de agosto en Uruguay es el día de Líber, Hugo, Susana, Walter, Íbero, Nybia, Heber, Julio, Santiago, Joaquín, Ramón, los mártires estudiantiles. Todos y cada uno está más allá de cualquier filiación particular y son emblemas e insignias del movimiento estudiantil. De ese movimiento estudiantil que en todo el mundo se caracteriza por ser contestatario, revulsivo de injusticias, hipocresías, moralinas y mezquindades. Pero que, en Uruguay, con su larga historia, adquiriera particular vigor cuando a fines de la década del cincuenta se esculpiera en las conciencias de nuestro pueblo la consigna “obreros y estudiantes unidos y adelante”. Potenciándose mutuamente los trabajadores y los estudiantes organizados, radicalizando su mirada, haciéndola más abarcativa y profunda a la vez.

No creo que nadie decida ser mártir. Creo que el militante ama la vida y por ello la quiere cambiar. Pero es absolutamente indudable que cada mártir abrazó la causa estudiantil y más en general, popular, al punto de estar dispuesto a exponer su vida ante la feroz represión que Pacheco primero, Bordaberry después y la dictadura iniciada por el mismo Bordaberry luego, desataran sobre todo el campo popular. Una imagen lo resume claramente, en la que se ve a Ramón Peré colocando flores en la entrada de la Universidad de la República el 15 de agosto de 1968, durante el sepelio de Líber Arce. El salvaje asesinato de Líber ya había dejado en claro que la militancia estudiantil podía costar la vida. Ramón Peré no sólo honró la memoria del primer mártir estudiantil, sino que asumió el riesgo que implicaba tomar la posta, continuar y profundizar esa militancia. Al punto tal de que casi exactamente un lustro después, el 6 de julio de 1973, en los comienzos de la dictadura, le tocara a Ramón pasar por el martirio. Si cada nombre, si cada preciosa, joven y bendita vida arrancada por el salvajismo fascista duele en el alma, la asunción consciente de que la militancia podía costar la vida, que se respondía con más militancia y compromiso, conmueve hasta los huesos.

Conmueve e interpela y quizás, el mayor homenaje a los mártires estudiantiles sea proyectar su legado a nuestros tiempos y nuestras luchas ¿Cuántas veces, ante las numerosas frustraciones que toca vivir cuando se milita a conciencia, sintiendo las batallas perdidas y los errores cometidos con profundo dolor, se nos pasa por la cabeza la idea de aflojar, de bajar los brazos, de no pelear más? Pero si uno piensa en esas muchachas y muchachos que lisa y llanamente entregaron la vida por defender la democracia, los derechos, por cambiar el mundo de raíz… ¿Cómo se puede permitir uno aflojar? Porque ninguna angustia, dolor, o bronca, se puede comparar ni por un instante con regar la vida misma. En tiempos en que las formas obsesionan, al punto de a veces descuidar los contenidos, en tiempos en que la obsesión por lucir moderados nos expone a alejarnos de la base de todos los cambios (las organizaciones del campo popular), los mártires estudiantiles nos recuerdan que el fascismo es el sicario del capitalismo asesino. Y que, si bien nadie sensato pretende cambios instantáneos, el objetivo no es gestionar el capitalismo con sensibilidad, sino que el objetivo fue, es y será, terminar con el capitalismo. Enterrar al sistema macabro que nos domina y explota, para no tener que enterrar más militantes, ni tampoco más hambreados, más intoxicados por el agua o el aire, más personas que no reciben ni la más básica atención de salud.

Se acercan períodos electorales, y, porque la condición humana no se saltea ninguna columna, no pocas veces en la izquierda política aparecen celos, disputas de egos o de aspiraciones individuales pujas excesivas por tal o cual cargo. Mirar los nombres y los rostros de los mártires estudiantiles puede ser un muy buen antídoto, pues nos recuerda de qué va la cosa, de por qué abrazamos nuestras banderas. Qué sentido debe tener siempre nuestra militancia (servir al colectivo desde donde toque) y cuánto puede costar la perseverancia y consecuencia. Porque ninguno de esos muchachos y muchachas era perfecto, todos eran tan humanos como nosotros, pero fueron capaces de llevar su compromiso hasta el extremo absoluto, hasta dar la vida misma. No eligieron ser mártires, pero decidieron seguir adelante aun sabiendo que el martirio era una posibilidad muy tangible, por su lealtad al colectivo y a las ideas que el campo popular defiende. No buscaron lugares en listas, ni cargos, ni títulos, a un extremo tal que su inclaudicable compromiso y la barbarie de los fascistas terroristas de Estado, desatados como una manada de lobos hambrientos, los llevó al martirio.

Las causas con mártires convocan mucho más y se hacen más fuertes. Porque a veces, la Revolución puede parecer algo abstracto,  una sociedad nueva, justa, igualitaria, sin ninguna forma de explotación, puede resultar difícil de imaginar (porque crecimos y vivimos en una sociedad basada en la explotación y en la exclusión) y quizás se sienta como algo distante y casi utópico, Sin embargo los nombres y rostros de Líber, Hugo, Susana, Walter, Íbero, Nybia, Heber, Julio, Santiago, Joaquín, Ramón, son sumamente concretos, sus vidas, sus recuerdos, son completamente tangibles y estremecen.

Estremecen y convocan. Porque si un estudiante es apático y no está dispuesto a pelear por boletos para los estudiantes (o becas de movilidad para estudiantes del interior, por ejemplo), entonces quizás bien le viene a cuento la historia de un tal Líber Arce, el que abrió la página más dolorosa y a la vez más impactante y querida para todos quienes fuimos parte del movimiento estudiantil y/o somos parte de la militancia social y política del campo popular. Liber Arce, el que los execrables “demócratas” de derecha insinuaban que fue elegido víctima sacramental por su nombre. Cinismo absoluto: el campo popular no tiene ni víctimas ni sacramentos. Las víctimas, las balas, los muertos indefensos, torturados, desaparecidos, los bebés robados son monopolio de la derecha y su expresión más descarnada: el fascismo y el terrorismo de Estado.

Estadísticamente hablando, uno está mucho más cerca, en la vida y en toda actividad, del final que del principio. Hace varias décadas atrás uno era un militante estudiantil, primero en secundaria y luego en la UdelaR. Docente luego (por ende, eterno aprendiz), siempre entre estudiantes, hay llamas que nada apaga. 

Permítanme, desde ese lugar, tan personal y colectivo a la vez, pero profundamente sentido, decir un inmenso “¡Honor y gloria!” ante el nombre de cada mártir estudiantil. Que sus nombres no sólo sean recuerdo y ejemplo, sino interpelación y, sobre todo, eterna convocatoria.

Foto de portada:

Marcha por el Día de los Mártires Estudiantiles. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.

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