Uruguay / Montevideo / 2017 Manifestaciones de los llamados cincuentones o damnificados por el sistema de seguridad social de AFAP. Palacio Legislativo, Montevideo, 05/12/2017. Foto: Ricardo Antúnez / adhocFOTOS

La lucha en todas las luchas

Gonzalo Perera.

Una de las facetas más repugnantes de la lógica del sistema capitalista, es la cosificación de la inmensa mayoría de las personas, de las clases explotadas. Desde la visión de la reducida élite que constituye la clase dominante, sus pares tienen rostro, historia, familia, sentimientos. Pero quienes no formamos parte de ese círculo, somos simplemente cosas que, o aumentamos la renta del capital o sino, somos una molestia, un estorbo.
Esto que es válido en general, para todas las etapas de la vida, obviamente se agrava en el adulto mayor, el que desde una lógica sana debería vivir tranquilidad, disfrute, descanso por todo lo que trabajó durante su vida. Pero en la lógica enfermiza del sistema, el que ya cumplió su ciclo laboral, si no pertenece a la clase dominante, es una carga.
Decir las cosas de esta manera brutal puede parecer caricatural, pero es la base desde la cual se deben analizar las distintas visiones sobre la Seguridad Social.
No es ninguna casualidad que cuando gobernara Lacalle Herrera, el sistema previsional uruguayo, basado en el aporte solidario, se hiciera objeto de un gigantesco negocio, con la creación de las AFAP.
En efecto, si hay una empresa rentable para el capitalista, es una AFAP. Pues es capitalizada durante un muy largo período por grandes cantidades de personas, que no pueden tocar un peso de lo que aportan hasta el final del referido período. La diferencia con un banco o con una empresa de seguros es harto elocuente. Un banco recibe depósitos y una aseguradora vende, por ejemplo, seguros de vida. Pero mucha gente puede no hacer depósitos de manera regular en una cuenta bancaria y mucha gente puede no contratar un seguro de vida. En cambio, las AFAP, por el marco legal vigente, tienen mucha “clientela cautiva”, gente que, quiera o no, debe aportar a una AFAP. Pero, además, cuando alguien hace depósitos bancarios, puede también hacer retiros, por lo cual los bancos no pueden colocar en sus inversiones todos los depósitos que reciben. Y quien compra un seguro de vida, tras cierto tiempo puede cancelarlo y al menos algo de su plata recupera. Razón por la cual una aseguradora también debe “cubrirse” de la posibilidad de que parte de los fondos que ingresan, pueden egresar. En cambio, una AFAP tiene gran cantidad de aportantes mensuales durante (digamos) tres décadas, que no pueden retirar sus fondos, por lo cual manejan sumas muy elevadas que pueden invertir “a piacere” y obtener una gran rentabilidad. Para un capitalista, es “el sueño del pibe”. Para los trabajadores, claro perjuicio, porque la rentabilidad no sale de la nada, sino en definitiva de su bolsillo y esfuerzo.
El aporte solidario a un sistema no lucrativo es propio a una visión humana y humanizadora de la seguridad social. Cuando el trabajador se cosifica como fuente de generación de lucro para la clase dominante, lo que resulta es el sistema de las AFAP.
Hoy cuando nos preside una nueva generación Lacalle, aparece un nuevo ataque a los intereses de los trabajadores a nivel de la seguridad social.
El presidente ha asumido una inusual actitud de tratar de sondear el ambiente, porque sabe que se mete en un tema de muy alta sensibilidad , que puede generar descontento en la población y que se le caigan integrantes de la coalición. Sin embargo, el proyecto es claramente brutal y podría resumirse salvo excepciones, en “trabaje más para cobrar menos”. Las excepciones son, por ejemplo, oficiales de las Fuerzas Armadas, que un gobierno de derecha que exprime a los trabajadores profundizando desigualdades, siempre necesita tenerlos a disposición para ayudar a “convencer” a los descontentos. Pero para la inmensa mayoría de los trabajadores, se prorroga la edad jubilatoria y lo que se percibirá como jubilación será sustantivamente menor.
Es la enésima ratificación de que nos gobierna la lógica del capital, profundamente inhumana. En ella las personas son simples cosas que deben generar plusvalía por cada vez más tiempo, y las jubilaciones de los trabajadores son un lastre para el capital, ergo “trabaje más y cobre menos” es su conclusión.
La consonancia de lineamientos políticos Lacalle-Lacalle, entre padre e hijo, es casi total. El padre quiso vender las empresas públicas, particularmente ANTEL. El hijo simplemente las destruye, privando al ciudadano de servicios de alta calidad y disponibles para todos, privando al Estado de importantes recursos para generar políticas sociales, poniendo toda la infraestructura estatal al servicio de los negocios de multinacionales y de las contadas familias que poseen los medios de comunicación hegemónicos. El padre dejó sin recursos a la Educación Pública, particularmente a la Universidad de la República, siendo por el contrario muy generoso con las instituciones privadas que expedían títulos terciarios. El hijo, cubrió de elogios a la Ciencia y a la Universidad de la República en sus shows televisivos pandémicos, y luego, con absoluto desparpajo, las desvistió, reduciendo los fondos presupuestales que se les adjudicaban. El padre reformó la seguridad social atacando sus pilares solidarios y no lucrativos y generando el fabuloso negocio de los fondos previsionales. El hijo pretende avanzar aún mucho más, en la misma dirección. La lista es larga, demasiada larga, con coincidencias muy marcadas.
Pero lo que hay que tener particularmente claro es que no se trata de Lacalle padre o hijo, ni del Partido Nacional, ni de dar batallas en cada uno de los campos en que la derecha que representan avanza como el caballo de Atila, destruyendo todo a su paso. Se trata de muchos escenarios distintos donde se va expresando, con sus especificidades, una única lucha: el enfrentamiento al sistema degradante, cosificador de las grandes mayorías, privador de derechos elementales, fiel servidor del gran capital.
Por eso son tiempos de enfrentar, acumular y radicalizar en el sentido más genuino de la palabra. Por supuesto que hay que enfrentar una nueva ofensiva regresiva en la seguridad social, defender los derechos de los trabajadores a jubilarse en edad razonable y con remuneraciones dignas, provistos por un sistema solidario y sin fines de lucro. Por supuesto que hay defender la Educación Pública, la Universidad de la República, la Ciencia, la Investigación y el Desarrollo. Por supuesto que hay que defender las empresas públicas del ataque al que se las somete. Pero en todos esos escenarios de disputa, y en muchísimos más que se pueden enumerar, hay que generar alianzas, acercarse, escuchar y lograr acuerdos con muchas personas. Personas que quizás no tengan clara percepción ideológica del proceso que estamos viviendo pero que sienten, al menos en algún tema, indignación o que se les está asfixiando. Con esos gestos de unidad con amplias masas unidas en torno a alguna reivindicación compartida, poco a poco hay que forjar la unidad conceptual: visualizar que todas esas luchas aparentemente distintas, son una sola, en distintas presentaciones. Es la lucha contra la lógica del sistema capitalista en crisis estructural y decadencia, destructor de sociedades, del delicado equilibrio ambiental del planeta, sembrador de guerras, desigualdad y hambre por doquier. Lograr ver que en todas las luchas se expresa “LA” lucha: la de cambiar de raíz un sistema enfermizo y degradante. Que eso es ser radical, no usar discursos recargados ni para la tribuna: Forjar la unidad, en sus múltiples dimensiones, necesaria para un cambio de raíz.

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Foto: Ricardo Antúnez / adhocFOTOS

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