No es cosa del fútbol

Gonzalo Perera

Hace pocos días hacía el esfuerzo de pensar qué recuerdos o ideas asociaba al Morumbí, el gran estadio donde oficia de local el Sao Paulo FC, uno de los más poderosos de Brasil y por ende de Sudamérica. Me venían recuerdos coloridos, bonitos. Como ver jugar dentro del formidable equipo conducido por Telé Santana, a Raï. Raï, hermano menor del inolvidable Dr. Sócrates impulsor de la ‘Democracia Corintiana” en plena dictadura y con quien compartía su estatura elevada, su capacidad creativa y una inteligencia general inusual. Cuando el Paris-Saint Germain forma sus primeros planteles competitivos a nivel europeo (antes de la opulencia catarí e invirtiendo con mucha más mesura), RaÏ era la estrella. Su mente siempre tenía un par de jugadas por delante y hacía algo genial: que todo pareciera sumamente sencillo. Pero, además, en su tiempo libre estudiaba Lingüística en la Sorbona, rompiendo las barreras de integración al punto de ser elegido entre las celebridades que promocionaba institucionalmente la Copa del Mundo 1998 que se desarrolló en Francia. Todo un grato hilo de recuerdos de talento, inteligencia, valores culturales en general, eran la respuesta al disparador “Morumbí”.

Eran

El 15 de agosto pasado Sao Paulo recibió en el Morumbí a Nacional por el partido de vuelta de octavos de final de la Libertadores. Habiendo empatado 0 a 0 en el Gran Parque Central, Nacional debía al menos empatar para forzar penales. En el entretiempo, entró a la cancha Juan Manuel Izquierdo, de 27 años, quien pocos días antes había recibido la bendición de ser padre nuevamente (ya era padre de una criatura de 2 añitos). En el minuto 83, Sao Paulo ganaba 2 a 0 y si bien Nacional estaba atacando mejor que antes, el resultado ya parecía difícil de cambiar y, deportivamente hablando, reflejo justo de lo hecho por cada quien. El juego se detiene y Juan Izquierdo hace un típico movimiento de reubicación en cancha. Una galopa lateral de ligero retraso, de izquierda a derecha y desde la línea media a unos metros más atrás. En medio de esa galopa, se nota que ha perdido el equilibrio y su compañero “Charly” Lozano se acerca para contener su desplome. En pocos segundos, la reacción inmediata de los futbolistas (con dignísima actitud de los paulistas), el inmediato ingreso de una ambulancia a la cancha, etc., hizo pensar a muchos que esa sería solamente una fea imagen y punto. Debo confesar que la escena me dio muy malos presagios, que, en la medida que los partes del CTI poco a poco se hicieron más explícitos, se fueron tornando en la casi certeza de que Juan Manuel, un luchador siempre positivo, esta vez no lo lograría. En el 27 de agoto, Juan Manuel Izquierdo falleció.

Falleció un trabajador cumpliendo con su trabajo. Inmediatamente me dirán, y con razón, que hay grandes cantidades de accidentes o fatalidades laborales de las que nadie se entera y que éste es un evento de máxima difusión. Les propongo invertir los términos. Si no podemos sacar algo en limpio, algo que ponga el eje en que un caso así no se dé nunca más, o al menos se reduzca su riesgo, con toda la notoriedad que tiene y la sensibilidad que genera, es harto difícil avanzar en contextos menos difundidos. Una precisión es de orden: nada diremos de forma retroactiva y sobre Juan Manuel. Lamentablemente nada que digamos cambia lo ya inmodificable. Se trata de pensar de manera más bien estructural y a futuro.

Obviamente no soy deportólogo ni ningún entendido sobre la base médica de situaciones como esta, de muerte súbita o paros cardiorespiratorios en atletas. Sin embargo, la vida me ha llevado a conocer a varios profesionales prestigiosos, con recorrido por el fútbol de diferentes países y de ellos he escuchado aclaraciones muy coincidentes y que requieren profundizar en el concepto del deportista de alto rendimiento y en particular del futbolista de alto rendimiento.

Digamos (mero ejemplo) que hubiera 100 posibles causas para este tipo de fatalidad. Una revisión periódica (electrocardiograma, ecocardiograma, ergometría, etc.) permite detectar 90 de las 100. Pero hay 10  “que pueden no verse”. Pueden ser problemas estructurales casi imperceptibles, o peor aún, problemas circunstanciales (desequilibrios iónicos, etc.) que obviamente sólo podrían notarse ‘cuando están actuando’.

Ese esquivo 10% hace una crucial diferencia entre quien practica regularmente deporte de forma amateur y quien lo hace en alta competencia. En líneas generales, el amateur, que no vive del deporte, sino que simplemente lo disfruta, si siente que su organismo no está respondiendo bien, que está muy forzado, bajará su esfuerzo, respirará, se oxigenara, etc. En cambio, si es un deportista de alto rendimiento con las exigencias crecientes e irracionales, presión económica, etc., intentará sostener un rendimiento forzado e incluso posiblemente calle su malestar, para “no perder pie” en la competencia. Si se trata de fútbol de alta competencia, donde para cada puesto hay varios, que en cada práctica y partido se juegan “la oportunidad”, donde la obsesión por el “pase que hace la diferencia económica” es un objetivo central, donde las presiones de todo tipo son inmensas, lo anterior se agudizará.

Por lo tanto, y sin pretender sobre simplificar, la gestión de ese 10% de problemas indetectables muchas veces reside en las presiones y contexto de la competencia. A un amateur que cuando no se siente cómodo reduce su carga, puede no generarle ningún problema en toda su vida. En deportistas de élite, más aún en un medio tan tensionado como el fútbol, las obligaciones varias que siente el atleta para dar más de lo esperable, pueden llevar a que ese 10%, si no es detectado, pueda ser fatal.

Pero entremos un poco más en lo estructural de la dimensión social y económica del asunto.  Cuando la FIFA comienza a transformarse en una de las mayores y más turbias corporaciones multinacionales, establece como criterio implacable que “el mundo del fútbol” se autorregula y no puede ser tocado por los estados y sus legislaciones específicas. Si una asociación miembro de la FIFA deja que el Estado donde tiene sede haga algo, por menor que sea, sobre su astronómico negocio, la asociación es desafiliada automáticamente, sin más vueltas. Como correlato, la FIFA puede decidir (y decide) calendarios completamente enfermizos para los físicos de los atletas, hacerlos jugar en alturas o climas imposibles, etc., porque así lo dicta el monumental negocio que gira en torno al fútbol y nada más importa. La FIFA ha vuelto las “cosas del fútbol” una categoría aparte, donde solo la FIFA puede actuar y bajo códigos de “Omertá” implacables. Si es en este contexto que se mira ese 10% indetectado en el futbolista que jugará calendarios exigentes o a cuatro mil metros de altura, no hay que ser genio para adivinar el resultado.

Como dijimos desde un principio, nada de lo anterior refiere a lo que pasó o pudo pasar con Juan Manuel Izquierdo.

A la memoria de Juan Manuel, en solidaridad con su familia y seres queridos, poca cosa cabe decir.

Pero, hacia el futuro, hay que sacar de la categoría “cosa del fútbol” la salud misma de sus jugadores.  Que, literalmente, victorias y derrotas pueden ser cosas del fútbol, pero jamás la vida y la muerte, asuntos humanos y de toda la sociedad.

Foto

Homenaje a Juan Manuel Izquierdo en la sede del Club Nacional en Montevideo. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS.

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