Gonzalo Perera
En diversas culturas del mundo, las fechas que van desde fin de diciembre a principios de enero, revisten un significado muy hondo. Significan mucho para pueblos enteros y además, en muchos casos, se enmarcan en celebraciones que promueven valores de fraternidad, justicia, solidaridad con el más humilde y perseguido. La imagen de las distintas tradiciones cristianas de su maestro naciendo en el sitio más miserable, en un pesebre, huyendo del asesinato de bebés desatado por el poder en su tierra de origen, es un símbolo muy fuerte. A todos quienes, desde las tradiciones y culturas referidas, encuentran en estos tiempos una ocasión para la reflexión y el impulso de valores más humanos y solidarios, el mayor de los respetos.
Para otro amplio conjunto de personas, muy particularmente en países con fuerte tradición laica como el Uruguay, estas fechas se asocian con la reunión de las familias, de los amigos, de los afectos. Por supuesto que esto es muy positivo, como todo lo que cultive el bien querer y la empatía.
Pero para el sistema capitalista globalizado no hay flores que no terminen transformadas en estiércol. A estas fechas la maquinaria del sistema capitalista las transforma en un gigantesco operativo publicitario, comercial, de promoción del consumo vacío y enajenante. En un bombardeo demoledor, desde todo medio de comunicación social, se difunden mensajes que intentan tocar la sensibilidad de las personas, como imágenes de familias que se encuentran, de amigos que se reúnen, de distintas generaciones que disfrutan en torno a una mesa bien servida. El objetivo: incitar a comprar compulsivamente objetos completamente prescindibles, en muchos casos de dudosa utilidad, a menudo destinados a ser olvidados muy pronto. Dejando de lado el frecuente recurso publicitario a la imagen tradicional de la familia (mamá, papa, la abuela, el abuelo, hijos, nietos), que muy poco tiene que ver con la mayoría de las familias reales de nuestros días, la imagen de contención y de celebración compartida pega fuerte más allá de los clichés. De hecho, para los centenares de millones de personas que viven en soledad, muy particularmente en las grandes ciudades, ya sea porque debieron ir a buscar una nueva vida lejos de sus orígenes o porque simplemente la vida les ha cortado todo nexo cercano, hacerles ver la erupción volcánica de imágenes de familias felices y unidas, es un gran acto de crueldad.
Si quedan dudas al respecto, en buena parte del mundo, pero sobre todo en las grandes concentraciones urbanas, estas fechas son uno de los mayores picos de internaciones o tragedias originadas en picos depresivos ¿Pero desde cuándo al capital le importa la vida, el dolor o la sensibilidad ajena, si se trata de inventar demanda, producir, vender, lucrar y punto?
Así, estas fechas son muy contradictorias, con facetas que van desde lo mejor a lo peor de las manifestaciones humanas, de manera muy estruendosa. Posiblemente, sea muy numerosa la parte de la humanidad, o al menos de nuestro país, que vive estas épocas como algo intermedio y gris, de fiestas que “hay que celebrar”, bancándose al familiar con el que no hay trato, comiendo y bebiendo a más de 30 grados lo perfectamente adaptado a varios grados bajo cero, intercambiando deseos de felicidad, paz, amor y prosperidad de manera un tanto frívola y fugaz, sin que medie mayor intención de aprovechar la ocasión para cambiar algo de lo mucho que es necesario cambiar.
Porque fíjese, querido lector, que se desea paz en el mundo, y a lo mejor alguna que otra copa, sobre todo si no es la primera, se va a alzar acordándose de Ucrania, pero difícilmente haya muchos brindis por los pueblos de Palestina, Etiopía, Yemen, Siria, Mali, Burkina Faso, Somalia, Congo, Afganistán, etc. Conste que la lista no es exhaustiva en absoluto: según pudimos constatar, hay al menos 57 guerras en curso en el mundo en este momento, siendo obvio que se nos puede haber escapado más de una. Pero aún si nos quedamos dentro de fronteras, es un poco chocante el deseo de paz “espumante”, cuando en nuestro país está en franco ascenso la cultura del odio, los discursos de negación de todo rasgo de humanidad en quien se visualiza ajeno por alguna razón, que puede además ser una absoluta banalidad, como las simpatías futbolísticas, por ejemplo. O desear paz y felicidad, cuando la violencia campea, cuando los barrios trabajadores son testigos cada tanto de tiroteos, recibiendo como recordada muestra de sensibilidad del ministro Heber, el “chiste” de que así suenan varios barrios, al escuchar petardos y pirotecnia.
Tampoco parece feliz brindar por la paz ante la más tradicional imagen del pesebre, donde el centro del relato debe ser la mujer, María, que de manera enajenante fue asociada por siglos a la virginidad como sinónimo de pureza (“la Inmaculada Concepción”, para ser precisos), con todo el lastre psicológico que eso introduce, como desvaloración o condena de la sexualidad, del cuerpo femenino y un largo etc. Pero mucho menos feliz es cuando vivimos en un país, donde el derecho a la vida de las mujeres es un reclamo lacerante y donde desde legisladores hasta “influencers” de la derecha, se preocupan más de atacar las reivindicaciones feministas que sus causas: las flagrantes injusticias, abusos y violencia de la que son objeto las mujeres en nuestra sociedad capitalista y patriarcal.
Pero no podemos olvidar los deseos de prosperidad. En un país donde para cada vez más personas conseguir laburo es casi imposible, sobre todo en ciertas edades. Y que el empleo sea formal, con aportes y estabilidad en el tiempo, casi una quimera. No obstante, lo cual se pretende hacer necesario trabajar estable y formalmente hasta edades mayores para poder jubilarse recibiendo menos plata. Si no fuera tan grave, sería un chiste de humor negro, sinceramente. Porque, además, particularmente en la infancia, el problema no es comer turrón y pan dulce en las fiestas sino comer algo los 365 días del año ¿Cómo se puede hablar de prosperidad ante semejante escenario? Naturalmente tienen sentido los brindis por prosperidad (no en tiempo futuro sino muy presente) en los hogares de los grandes agroexportadores, operadores de la plaza financiera, propietarios de medios hegemónicos, en suma, de los pocos dueños del Uruguay.
Pero en muchas casas y casos, no hay motivos para brindar, ni con qué brindar, ni hay paz, ni prosperidad, ni nada para celebrar.
Discúlpeme la expresión querido lector, no es usual que utilice ciertos términos en esta página, pero a veces, hay que hacerlo. Uno debe preguntarse seriamente cómo se puede celebrar algo, brindar entre chirimbolos y falsa nieve, cuando mucha gente, demasiada, está viviendo hoy una situación de mierda, querido lector. Sin remedios para la salud, sin laburo, con problemas para asegurar el techo, sin poder garantizar la comida de todos los días, pudiendo ser robado, atacado o violentado en su propio barrio, sin poder estudiar o hacer posible el estudio de su familia.
Por eso, le propongo que en estas fiestas dejemos los lugares comunes y brindemos por un Uruguay radicalmente distinto, que ya está en construcción, pero que obliga a apretar los dientes todos juntos, las grandes mayorías, para hacerlo posible día a día, paso a paso. Brindemos, aunque sea sin nada en la copa, por ese Uruguay digno, de todas y todos, crítico y solidario, viviendo la verdadera paz, que surge de la conquista de más y mejores derechos.
Foto de portada:
Pesebre, adorno navideño en el Montevideo Shopping durante el año 2019. Foto: Ricardo Antúnez / adhocFOTOS.