Avalados y financiados por los Estados Unidos, grupos mercenarios intentarían frenar la naciente Revolución cubana, pero se encontraron, a pesar de las arteras acciones de ese día con la voluntad y la firmeza de un pueblo.
Ese sábado 15 de abril de 1961, en horas de la mañana, dos aviones mercenarios, camuflados con las insignias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, ingresaron al espacio aéreo cubano con un solo objetivo: afectar la capacidad de las unidades de aviación de la Revolución y sembrar la muerte.
Los objetivos de los ataques fueron el aeropuerto de Ciudad Libertad y de Santiago de Cuba, así como la base aérea de San Antonio de los Baños.
Aviones B-26 de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, basificados en Puerto Cabezas, Nicaragua, partieron rumbo a la isla para intentar “despejar” el camino a la invasión mercenaria.
Tal y como intentan en la actualidad, pero usando otra metodología, aquél ataque pretendía que la opinión pública internacional lo viera como la evidencia de rebeliones internas y divisiones entre los revolucionarios de Fidel casto y el Ejército Rebelde.
Buscando tal objetivo, recuerda hoy el diario Granma, “uno de los aviones camuflados aterrizaría en Miami validando la teoría de que se trataba de una sublevación de la fuerza aérea”.
Pasados los primeros momentos y despejada la natural confusión que los ataques produjeron, la respuesta no se hizo esperar, la novel defensa antiaérea revolucionaria repelió el ataque y las ocho aeronaves mercenarias se relegaron, no sin antes producir el derribo de una de ellas.
“En medio del caos, los jóvenes combatientes supieron crecerse como hombres forjados en contienda, porque hubo arrojo y valentía, pero también ese amor sublime a la Patria por el que se entrega, incluso, la vida”, destaca el medio de prensa, quien hace especial mención a uno de aquellos jóvenes.
Eduardo García Delgado, joven artillero de 23 años de edad fue uno de los siete cubanos que cayeron esa mañana mientras rechazaban la agresión.
Su respuesta y su entereza ante el ataque mercenario, pasaron a la historia de Cuba, cuando con su propia sangre, emanada de la herida mortal que lo asesinó, escribiera el nombre del líder cubano Fidel.
No fue el único acto de heroísmo y abnegación, al siguiente día, como respuesta al vil ataque y durante el sepelio de las víctimas de los bombardeos, el Comandante en Jefe Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana.
Allí, ante el pueblo congregado por el dolor y la voluntad de defender la Revolución, Fidel denunció “que los bombardeos a los aeropuertos no había sido otra cosa más que la consecuencia de los planes de agresión que se venían fraguando por Estados Unidos. Era la culminación lógica de las quemas a los cañaverales, de los centenares de violaciones a nuestro espacio aéreo, de las incursiones aéreas piratas, de los ataques piratas a nuestras refinerías por embarcaciones que penetran de madrugada”.
Atento a ello, el legendario e invicto Comandante, advirtió: “Si este ataque aéreo fuese el preludio de una invasión, el país en pie de lucha resistirá y destruirá con mano de hierro cualquier fuerza que intente desembarcar en nuestra tierra”.
Pocos días después y toda vez que comenzara la invasión mercenaria, el pueblo cubano, unido a sus Fuerzas Armadas y agrupado en torno a las nacientes Milicias Nacionales Revolucionarias, propinó, en menos de 72 horas, la más rotunda derrota al imperio norteamericano en América Latina.
Al frente de aquella gesta, estuvo Fidel, quien una vez derrotada la invasión tomó la inesperada decisión, no prevista por los Estados Unidos, de cambiar a los mercenarios por compotas.
El gesto no pudo ser más simbólico, era el de un pueblo digno que se alza sin rencores, ni venganzas, pero que se resiste a ser sometido.