Abrazo para Cuba

En Uruguay el 69 aniversario del Moncada no pasó como un día más. Se conmemoró con un muy emotivo acto en la sala Zitarrosa desbordada. Fue un hermoso acto, con amplitud y profundidad. También se hicieron decenas de actividades, se colgaron pasacalles, se pintaron muros. El 69 aniversario del Moncada fue un momento de expresar solidaridad. De darle un abrazo solidario a Cuba y su Revolución. De devolver un poquito, apenas un poquito, de todo lo que las y los uruguayos, los revolucionarios, la izquierda, el movimiento popular, el país todo, ha recibido en estas casi siete décadas de la Revolución cubana. Porque como dijo José Martí, con el cual ya nos unen a las y los uruguayos lazos profundos: Amor con amor se paga.

El Moncada es un parteaguas histórico para Cuba, marcó un antes y un después. Fue y es un nodo, un punto que permanece fijo en un cuerpo vibrante, de la historia. Un punto de síntesis, de resumen y proyección. En él se expresó la fuerza de la lucha histórica del pueblo cubano por su independencia, encarnada en José Martí, primero contra el colonialismo español y en seguida contra el naciente imperialismo yanqui, y siempre contra la oligarquía cipaya. Y también la decisión de lucha de una nueva generación de revolucionarias y revolucionarios, justamente la del centenario del nacimiento de Martí, encabezada por Fidel Castro. La continuidad de la lucha por la independencia y la soberanía, por el derecho a existir como nación, vivió en el Moncada un momento de encuentro. La acumulación de fuerzas, que siempre se mide y se realiza en términos históricos, vivió un salto en calidad.

El Moncada enseña, siempre y mucho. Enseña que se pueden tener las mejores causas, pero sin decisión de luchar por ellas y sin organización, no hay victoria posible. Enseña que las luchas adquieren profundidad y potencial transformador cuando se expresan en un programa que recoge el sentir más genuino del pueblo, eso y no otra cosa logró Fidel con su alegato en medio de un juicio, con “La Historia me absolverá”. También enseña que la unidad del pueblo es decisiva en cualquier circunstancia. Que los liderazgos son importantes, vaya si lo son, que la organización política y la firmeza de quienes encabezan la lucha y la impulsan, la vanguardia en términos nuestros, es fundamental, pero que la tarea de la emancipación social, la revolución, es siempre obra del protagonismo popular. Es el pueblo organizado el sujeto de la historia.

Todo eso es el Moncada, para Cuba y para todos quienes creemos en, y luchamos por, una alternativa superadora al capitalismo y por la segunda y definitiva independencia de nuestros pueblos latinoamericanos.

Cuba y su Revolución han sido y son referencia y faro. Depositarias de la esperanza y el amor de los pueblos y, en directa proporcionalidad inversa, del odio del imperialismo y de las oligarquías le rinden pleitesía.

La Revolución cubana es haber logrado el primer territorio libre de analfabetismo del continente, es tierra para quien la trabaja, es salud y educación para todos, es cultura y ciencia al servicio de la gente y no del mercado. Es reconocer y construir la igualdad y el protagonismo de la mujer.

Es solidaridad, práctica, concreta, con todos los pueblos del mundo. Con Argelia recién liberada, con el Vietnam heroico, con la independencia de Namibia y de Angola, con Etiopía y sus luchas. Es haber dado una contribución fundamental para la caída de esa vergüenza para la humanidad que fue el apartheid en Sud África y para la libertad de Nelson Mandela. Es refugio y auxilio para miles de latinoamericanos perseguidos por el fascismo y las dictaduras. Es brigadas médicas en cuanto rincón del mundo son necesarias.

Cientos de miles, en toda la hermosa y martirizada geografía de nuestro continente, miramos con esperanza a Cuba cuando la noche negra de las dictaduras fascistas, impulsadas, financiadas y armadas por los yanquis, sembró de terror, oscurantismo y muerte nuestras tierras. ¿Cómo no vamos a ser solidarios con Cuba?
Nada fue fácil para la Revolución cubana, nunca. Tienen el imperio enfrente, a pocos minutos de vuelo de un avión de guerra. Es más, tienen una base naval en su propio territorio. Una provocación constante cotidiana, que les recuerda lo que serían si no hubiera Revolución. Tienen además el bloqueo más largo y cruel de la historia contemporánea, que lleva más de 60 años. Eso que Fidel definió tan bien: una guerra económica contra Cuba y su Revolución. Y tienen el odio cerril, criminal, terrorista, de una oligarquía parásita, que se refugió en Miami y que quiere recuperar sus privilegios, su derecho sagrado a explotar a los demás para vivir en el lujo.

Nuestra solidaridad con Cuba no es inocente ni ilusa. No asume, ni pide, perfecciones imposibles e inexistentes. No es deudora de la búsqueda de un modelo a repetir con devoción y mecánicamente. Estamos con la Revolución cubana por convicción. La sabemos imperfecta, con errores pasados y presentes. Nos señalan que hubo y hay disensos. Lo extraño y anormal sería que no los hubiera. La obra de construir una sociedad nueva, sin recetas, sin descansos, con recursos escasos y demandas grandes, que se mide con la realidad y con nuestros sueños, nada menos, es una tarea compleja y difícil. Claro que hay diferencias de opiniones y rechazos, tanto en una parte del pueblo cubano que no apoya la Revolución, como entre los propios revolucionarios y revolucionarias. Claro que se cometen injusticias y que duelen.

Pero nos paramos ante Cuba y su Revolución desde una posición de principios. En América Latina ser revolucionario, ser de izquierda, implica ser antimperialista. El imperialismo yanqui es el principal obstaculizador de la independencia de nuestros países y del bienestar de nuestros pueblos. Lo ha sido en este último siglo y medio largo. ¿El imperialismo y su nefasto papel exime a Cuba y a nosotros de nuestros errores? Claro que no. Pero no tener en cuenta su influencia es un acto de ingenuidad, en el mejor de los casos, y de mezquindad, en el peor. Y el antimperialismo no es abstracto, es concreto, exige acciones prácticas, no solo declaraciones y sesudas elaboraciones. ¿Cómo se puede ser antimperialista y no expresar solidaridad con el país más agredido por el imperialismo de nuestro continente? Ser antimperialista, ayer y hoy, es ser solidario con Cuba.

No somos fiscales de otros pueblos. Aprendemos de sus luchas, en sus aciertos y en sus errores, y somos solidarios para defender su derecho a intentar realizar sus sueños de independencia y de construir una sociedad mejor. Cuba tiene derecho a ser independiente, tiene derecho a ser soberana, tiene derecho a ser libre, tiene derecho a su Revolución y tiene derecho al socialismo. El respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos incluye a la libertad de construir otro sistema social, si no es una simpática formulación diplomática para quedar bien.

Es por todo eso que este 26 de Julio, en un momento difícil para Cuba, en una situación compleja económica y social, que obviamente se expresa en lo político, y cuando los yanquis apretan más que nunca, más que nunca había que estar. Hoy Cuba tiene otros Moncadas, el principal, dicho por Díaz Canel y adelantado por Fidel y Raúl, es construir en el hoy, con todas sus complejidades, una síntesis política y social de la Revolución con la mayoría del pueblo cubano, y como parte de ella resolver los acuciantes problemas económicos y sociales sin dejar a nadie en el camino, sin perder las enormes conquistas alcanzadas. De ese proceso también queremos aprender. Pero no somos neutrales, estamos con la Revolución.

Por eso construimos ese abrazo solidario. Por todos los abrazos que nos dio Cuba. Por el “Yo si puedo”. Por la “Operación Milagro”. Por la solidaridad cotidiana. Por la decisión de no rendirse a pesar de todo. Por el heroísmo. Por la dignidad. Por todo eso, y pese a quien le pese, estamos, más firmes que nunca, con el Partido Comunista de Cuba, con su pueblo, con su Revolución. Con Cuba y contra el bloqueo. Orgullosos y orgullosas de ser y estar. Cuba no está, no estará nunca, sola.

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