Intervención de Juan Castillo, secretario general del PCU, en seminario internacional en Santiago de Chile.
En el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe fascista que derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende y la Unidad Popular, el Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz (ICAL), organizó el Seminario Internacional “Continuidad, Cambio, Aprendizajes y Desafíos del Proyecto de la Unidad Popular”.
La actividad con una amplia convocatoria, con participantes de nuestro continente y el mundo, se está realizando en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) de Santiago.
Juan Castillo, secretario general del PCU, está en la capital chilena participando de este seminario y otras actividades.
EL POPULAR publica el texto íntegro de la intervención de Juan Castillo, en el seminario internacional que se está realizando en Santiago de Chile.
“Medio siglo después, ¿cuál es la tarea principal de la etapa?
En ocasión del cincuentenario de los hechos históricos en Nuestramérica; de la década perdida para la democracia y las libertades públicas; de los golpes de estado de las clases dominantes y las fuerzas armadas; de las políticas de terror y los planes de exterminio del imperialismo; de malos patriotas, traidores y de testaferros, que sembraron terror y miedo, asesinatos y desaparecidos en todos nuestros pueblos, en buena hora la invitación al debate.
Hace 50 años, el imperialismo y la oligarquía, con los sectores fascistas, civiles y militares, usaban el terror como instrumento para frenar la acumulación de fuerzas de nuestros pueblos, con distintos grados de avance, en Chile y Uruguay, e impedir le disputáramos el poder y la hegemonía en la sociedad. Los golpes de Estado y las dictaduras fascistas fueron la respuesta del imperialismo y las oligarquías a los avances de la perspectiva revolucionaria en todo el continente; en esta fecha conmemoramos los que se dieron casi simultáneamente en Uruguay, en junio de 1973, y en Chile, en setiembre de 1973.
En Uruguay para impedir el acceso al gobierno del pueblo con el Frente Amplio y el avance de la perspectiva revolucionaria que implicaban los niveles de unidad y capacidad de movilización social y política. En Chile para tirar al pueblo del gobierno, que había conquistado con la Unidad Popular y Allende y de la perspectiva que abría de disputa del poder y transformaciones profundas. Un mal ejemplo, según los yanquis y los oligarcas, para todo el continente.
En un libro de 1972, que recoge planteamientos de aquel entonces, Rodney Arismendi, dirigente histórico de nuestro Partido, que en su trayectoria militante aportó desde la teoría y desde la construcción práctica, realizó valoraciones sobre Chile y la Unidad Popular, que entendemos importante volver a traer hoy. “Es menester – decía – concebir la revolución latinoamericana como un solo proceso histórico con dos fases enlazadas: una fase obligatoriamente democrática y antimperialista y otra socialista”.
“En Chile -acerca de cuyo curso tantos presuntos profetas se burlaban negando la posibilidad del triunfo popular- se desarrolla la unidad del pueblo, se gana la elección y hoy se plantea aplicar desde el gobierno -defendiéndolo con la unidad del pueblo- un programa radical que abra paso al socialismo”, agregaba Arismendi.
Luego citaba pasajes del primer mensaje de Salvador Allende al Congreso de Chile como presidente: “Como Rusia entonces, Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada. Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; además teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo marxista y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno”.
Entonces debemos comenzar diciendo que las experiencias vividas por nuestros pueblos hace 50 años, nos dejan muchas enseñanzas que siguen siendo válidas para hoy, incluso con más razones que hace medio siglo. El problema fundamental de un proceso de emancipación social era y sigue siendo, construir la unidad política y social del pueblo. Es fundamental conquistar espacios de poder, el gobierno es uno de ellos, central, pero hay que dar respuestas concretas a los problemas urgentes de nuestros pueblos que no esperan. Es muy importante el papel del Estado, como garante de derechos, con políticas públicas, también con incidencia y planificación en la economía y la producción. Pero, a la vez, también es cierto que no hay transformaciones profundas sin el protagonismo popular organizado y sin movilización y lucha.
Entre otras cosas porque las oligarquías y el imperialismo, hoy como ayer, están dispuestas a cualquier cosa por defender sus privilegios y tienen mucho poder. Es necesario dar a las luchas del hoy una perspectiva de largo aliento, construir una síntesis en nuestras sociedades superadora del capitalismo que ni ayer ni hoy da respuestas a los problemas de la humanidad, más bien los agrava. Es necesaria la unidad continental y antimperialista para hacer posibles los avances y defenderlos luego. Estas son, desde nuestra modesta opinión, algunas de enseñanzas que nos deja de la Unidad Popular y Allende y las nuestras propias.
Es importante señalar algunas condicionantes históricas que debemos tener en cuenta para desarrollar nuestra teoría en la práctica, y “avanzar en democracia hasta las últimas consecuencias”, camino en el que creemos hoy, al igual que hace 50 años. No nos planteamos un camino reformista, focalizado en algunos aspectos que maquillen al capitalismo, nos proponemos superar el sistema y no simplemente administrarlo. La alternancia no es un objetivo, en todo caso podrá ser la consecuencia de errores o de cambios en la correlación de fuerzas. Pretendemos construir una acumulación dialéctica de cambios profundos, con una perspectiva revolucionaria, construir una síntesis social y política, superadora del capitalismo.
Todo esto está basado en objetivos concretos sostenidos, en la participación de las grandes mayorías que los identificarán y asumirán como propios, pues serán partícipes de su construcción y realización. Nuestro objetivo no se construye sobre sueños o deseos, el mismo se sustenta en la verdadera posibilidad de concretarlos. Para ello necesitamos una amplitud que derrote el sectarismo y nos posicione como impulsores de ese proceso de síntesis, con capacidad de incidir en la conducción del proceso en general y actores principales, donde el papel de vanguardia sea el resultado real de una construcción social y política concreta y no una condición auto declarada.
Nuestra vía democrática para los cambios profundos, nació en un contexto complejo en donde la derecha arremetió sin contemplaciones contra nuestro pueblo, esa ofensiva se consolidó en 1973 con un golpe de Estado y la instalación de una dictadura cívico-militar. Los comunistas – no solos ni únicos – fuimos actores principales en la lucha contra la dictadura, antes y durante ella, actuamos como fuertes opositores y defensores de las libertades democráticas y por ello fuimos un blanco preferido de los aparatos represivos del Estado. Asesinatos, desapariciones, torturas, encarcelamientos, secuestros, destituciones y exilios, fueron solo algunos de los métodos utilizados contra las y los comunistas uruguayos.
Arismendi, nos planteaba el desarrollo en profundidad de una idea de Lenin: “El desarrollo de la democracia hasta sus últimas consecuencias, la indagación de las formas de este desarrollo, su comprobación en la “práctica”; todo esto forma parte integral de la lucha por la revolución social.” Concomitante con esto deja claro que el democratismo por sí solo no desemboca en el socialismo, este es parte de un proceso dialéctico más amplio que interactuando con elementos movilizadores y de acción popular influyen en el desarrollo político, económico y social transformándose en la dialéctica de historia viva.
Esta teoría no es estática, está sujeta a permanentes transformaciones y su programa radical de cambios se construye y se reconstruye, se forma y se transforma en los espacios de lucha siempre enmarcada en una conceptualización teórica no presentada como receta, sino con la convicción de que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria.
Nuestras democracias – al menos en nuestro continente – tienen características similares, pero identidad propia y está internalizada en nuestros pueblos, en su historia e idiosincrasia, ese espacio de disputa de los partidos, las organizaciones sociales y el conjunto de la sociedad es lo que defendemos, con una mirada superadora y en un juego dialéctico de crítica y defensa. Nuestra defensa es para evitar desbordes autoritarios como a finales de los años 60 y a principio de los 70, o cuando por medio de la legalidad se quieren imponer elementos carentes de legitimidad popular.
Nuestro rol, conjuntamente con nuestros aliados políticos y sociales, es de defensa de la democracia, de la libertad y la igualdad, y por ello de enfrentar con lucha las imposiciones y desbordes de la clase dominante. Nuestro accionar no solo cuida la democracia, sino que avanzamos y militamos por instancias superiores, para la conquista de soluciones de fondo para nuestro pueblo.
Para nosotros la democracia avanzada crece y se desarrolla en procesos reivindicativos permanentes, allí donde la lucha de clases expresa sus contradicciones y la resolución de éstas a favor del pueblo se transforma en conquistas producto del desarrollo de la democracia «hasta sus últimas consecuencias». El democratismo activo, sostenido en una elevación de la conciencia producto de la acumulación, que nace de la experiencia de lucha de las masas populares, y superadora de los valores burgueses impuestos históricamente transforma la base material, insertándose en un proceso dialéctico de transformación y autotransformación que posibilita el nacimiento del socialismo visto como instancia superior.
La democracia avanza y se profundiza multi direccionalmente interpelando y permeando a toda la sociedad, y es nuestra tarea desarrollar en su seno una fuerza revolucionaria que cuestiona en forma permanente el statu quo para desembocar en una sociedad a favor de los intereses de las grandes mayorías. Esto no será sencillo ya que la defensa de la democracia entrará en contradicción con su avance y profundización, defender no implica conservar, por el contrario, desde nuestra visión implica superarla, buscando valores solidarios en permanente evolución donde estos se alejan de los mandatos culturales dominantes y construyen nuevos valores, desde las clases sociales que hoy les disputan la hegemonía.
Para nuestros objetivos, y en nuestra concepción, los elementos estratégicos y tácticos imprescindibles son: i) la organización de la clase trabajadora y sus herramientas unitarias, ii) la unidad de la izquierda que en Uruguay es el Frente Amplio, iii) el gobierno del Frente Amplio y el desarrollo del proceso social político de avanzar en democracia hacia una democracia avanzada y iv) para contribuir a todos esos objetivos, desde la praxis, la construcción de un gran Partido Comunista.
Estos factores no transitan caminos aislados, por el contrario, deben confluir en un periodo histórico y la duración de sus fases no pueden ser anteriormente determinada, ya que será el propio proceso dialéctico de la lucha popular, de la disputa real de la hegemonía con las clases dominantes, donde se medirán los avances. El desarrollo de las herramientas unitarias de los trabajadores y el proceso de avanzar en democracia, transitan por caminos que se relacionan dialécticamente, que se condicionan y se potencian.
En nuestro país, la principal organización de clase – el PIT-CNT – central única que tiene casi 60 años, y sus aliados de la Intersocial, han demostrado históricamente la capacidad de asumir como propias las reivindicaciones de otros sectores sociales. Esto les permite ser actores políticos, hacer pesar su perspectiva unitaria, en toda la sociedad y no quedar reducidas a meras organizaciones con fines economicistas que miran y atienden solamente sus problemas. Para que esto se proyecte se necesitan conquistas y avances en la profundización democrática, a su vez, debe estar latente la posibilidad de ampliar la política de alianzas en base a procesos de acuerdo. Es fundamental, con la importancia que tiene la construcción unitaria, de lo que llamamos el bloque histórico, político y social, democrático y radical de los cambios, respetar y mantener la independencia de las organizaciones y de los sectores que lo conforman.
Para nuestro Partido, la fortaleza del movimiento sindical es fundamental para garantizar el rumbo de un gobierno popular y, para que esto sea posible, debe de existir una distinción compleja, desde el punto de vista teórico y práctico, que garantice la independencia, pero no la prescindencia del movimiento sindical y las organizaciones sociales a las expresiones políticas de los procesos de cambio.
Los partidos no pueden sustituir a las organizaciones sociales de masas en sus procesos de maduración política, de hacerlo, se estaría poniendo en riesgo su propio avance y consolidación democrática.
La unidad de la izquierda es sustancial para el avance y la profundización democrática. Esta se construye cuando los partidos de izquierda y progresistas superan sus prejuicios y logran colocar, como objetivo primordial: la unidad del pueblo. Sobre este punto, queremos destacar algunos elementos centrales: no debe ser un acuerdo solamente para los tiempos o los objetivos electorales; debe tener como centro los acuerdos programáticos y construir espacios de militancia común, de acción común. La unidad no es una construcción que se dé solamente por arriba con acuerdos entre direcciones partidarias. Sin dejar estos de ser importantes, la unidad tiene su base de sustento más firme, en la militancia común, por abajo.
Este proceso no es fácil, en nuestro país fue y es complejo, ya hemos superado tiempos difíciles, de avances y retrocesos, de luces y sombras, de períodos de disputa interna. El PCU ha sido, y por sobre todo debe seguir siéndolo, garante de unidad.
Nuestro Frente Amplio gobernó a nivel nacional durante 15 años, de nuestros errores hemos aprendido y seguimos aprendiendo, no para flagelarnos, sino para generar instancias de profundización democrática. Nuestro accionar será generador de más y mejor democracia, defendiéndola y criticándola, en un estado permanente de desarrollo dialéctico. Arismendi señalaba la necesidad de que el gobierno esté impregnado de calor y control popular rodeado de movilización. Es de destacar que en referencia a este tema hemos tenido falencias, las identificamos y hemos tomado nota.
Debemos construir un gobierno popular sustentado y sostenido por las grandes mayorías, nuestro pueblo no necesita un administrador del sistema. Necesita un gobierno que aplique un programa transformador y cuya acción acumule, junto con el pueblo movilizado, a un futuro diferente.
La democracia avanzada no es, ni una receta ni un modelo a exportar, es una concepción del proceso revolucionario, una vía de aproximación a la superación de esta organización social, es una construcción dialéctica y compleja que necesita de la participación activa de las grandes mayorías, organizadas y movilizadas. De la misma manera que reafirmamos críticamente nuestra teoría y nuestra práctica, debemos reconocer que no tenemos todavía ni el tamaño, ni la correlación de fuerzas necesarios, para lograr esa síntesis en toda la sociedad. Necesitamos más pueblo organizado, política y socialmente, para construir procesos de acumulación, en los que se actúa y se aprende, en los que se avanza y se consolidan conquistas, donde nos podemos equivocar, y de inmediato debemos rectificar a tiempo.
El bloque de poder, las clases dominantes y el imperialismo, vacían la democracia de contenido. Nosotros queremos precipitar procesos democráticos que cambien la desigualdad existente, con una más justa distribución de la riqueza. Queremos y debemos complejizar y profundizar la democracia, y, en ese proceso, lograr resultados tangibles para nuestro pueblo.
A 50 años de la muerte del compañero Salvador Allende en Chile, y de la Huelga General de la clase obrera y los estudiantes de Uruguay y de las luchas desplegadas por otros pueblos, el imperialismo y las clases dominantes criollas, continúan con su objetivo de dominación, de acrecentar sus riquezas e intereses. Pero nuestros pueblos, su clase obrera, campesinos, indígenas, sus estudiantes y jubilados, sus mujeres, sus más humildes habitantes, esperan y merecen ya, la postergada pública felicidad, concepto que nos viene desde el fondo de la historia, planteado por José Artigas, en la lucha por nuestra primera independencia.
Para ello, en Nuestramerica, debemos construir la unidad de las fuerzas revolucionarias, de izquierda y democráticas, trabajar con y para las grandes mayorías, superando dogmas, debilidades y sectarismos, que muchas veces nos inmovilizan y nos convierten en meros espectadores de los procesos políticos, en lugar de ser actores transformadores y protagonistas de ellos. Unidad y amplitud, con perspectivas integradoras y antimperialistas.
En nuestro país eso pasa por reconquistar el gobierno para el pueblo con el Frente Amplio, con un peso mayor del bloque político y social de los cambios, con mayor protagonismo popular, para avanzar en democracia hacia una democracia avanzada, con perspectiva socialista.
En nuestra modesta visión resulta ser ésta, la tarea más revolucionaria de la etapa.
Abrazos fraternos camaradas”.
Foto de portada
Juan Castillo frente a la casa del cantautor chileno Víctor Jara.



