En 1948, en Colombia comienza una “era” denominada “La Violencia”. El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, reconocido por su apoyo a las causas populares, mostraba como los sectores más poderosos no estaban dispuestos a ceder frente al avance de los reclamos por un mundo más justo. El “Bogotazo” circunscribió a Colombia en una era de guerrillas, paramilitares, narcotráfico y la intervención de los Estados Unidos. Los intentos de paz han sido boicoteados por una derecha que lo único que ha generado son niveles de desigualdad inaceptables, así como un desprecio por los Derechos Humanos de aquellos pobladores que quieren un mundo más próspero y están sometidos a los vaivenes del narcotráfico.
64 años después de Gaitán, la luz arrima sobre las poblaciones que han sido históricamente postergadas, las más pobres, las más discriminadas, las que han sido excluidas de las decisiones del rumbo del país y han tenido que sufrir las consecuencias del abandono del Estado frente a grupos armados que muchas veces presentan un Estado paralelo. Colombia es esa hermosa tierra donde los sectores más poderosos han usado la guerra para frenar y asesinar a aquellos que ven como indigno que en una sociedad de 50 millones de habitantes, 20 se encuentren en la pobreza.
Colombia no se entiende sin el conflicto. El Frente Nacional, esa alternancia arreglada que se dio después de los años 50 selló la imposibilidad de los sectores más pobres de poder incidir realmente en los destinos del país. Eso hizo surgir guerrillas que buscaron dar vuelta ese poder por las armas, así como organizaciones paramilitares de ultraderecha que eran los custodios de los sectores más conservadores. En esas disputas armadas, ingresa el narcotráfico con la introducción de las plantaciones ilegales, que aún hoy hacen sobrevivir a muchos campesinos mientras enriquecen a unos pocos clanes que tienen vinculo muy cercano con sectores de la política, Pablo Escobar fue el ejemplo más vivido, pero de esos hay bastantes.
Lo peor ha sido la legitimación de la propia violencia por parte del Estado, y sobre todo el ejercicio de la misma, así como la omisión deliberada de los gobiernos frente al hostigamiento y asesinato de dirigentes sociales y lideres de izquierda. En un país donde esos sectores nunca gobernaron, el asesinato se ha vuelto costumbre. En mayo de 1985 se funda la Unión Patriótica, organización integrada por el Partido Comunista Colombiano, que surge de los acuerdos de Paz que se buscaban generar con las FARC-EP. El resultado de esto, fue el exterminio de aquellos dirigentes políticos que pertenecían al partido y de los ex guerrilleros desmovilizados. Según la Justicia Especializada de Paz (JEP), entre 1985 y 2016 se determinó que 5.733 personas fueron asesinadas o desaparecidas en ataques dirigidos contra el partido político, en hechos en los que están vinculados principalmente paramilitares y agentes estatales, quienes actuaron de manera masiva, generalizada, sistemática y selectiva contra esta organización.
En 2002 con la llegada de Uribe al gobierno se institucionalizan los vínculos del gobierno con los paramilitares. También con la CIA, dejando un país cada vez más servil a los intereses norteamericanos. Se comienza con la Doctrina de la Seguridad Nacional, otra vez en nuestro continente. Como resultado de esa acción, que también busco acallar los reclamos populares, la JEP reconoce al momento que más de 6.400 colombianos fueron asesinados, por fuerzas militares, en los llamados “falsos-positivos”, haciéndolos pasar por guerrilleros cuando eran civiles desarmados. El uribismo ha sido la institucionalización de lo peor de los sectores dominantes, trayendo miseria y muerte, fomentando la existencia de grupos armados y luchando contra la existencia de acuerdos de paz que traigan a las tierras más lejanas del país la existencia de un Estado presente. Fue el gobierno de los intentos de disciplinamiento de las protestas populares, pero que no permitió el avance de ningún derecho para el mismo. En Colombia ser dirigente social o sindical implica un constante riesgo de vida.
La lucha permitió la generación de los acuerdos de paz con las FARC, en el gobierno de Juan Manuel Santos, lo que generó una expectativa para la sociedad de terminar un conflicto que ha llevado pobreza y muerte al país. Sin embargo, desde la llegada de Iván Duque, servil a Uribe, los acuerdos de paz se han boicoteado constantemente. La ayuda en la sustitución de los cultivos ilícitos que plantan los campesinos pobres no ha sido promovida, solamente se los ha criminalizado por intentar sobrevivir. La Reforma Rural Integral que implica reducir la desigualdad y pobreza en el campo colombiano, así como la vuelta de miles desplazados por el conflicto no ha ocurrido.
Lo peor de todo ha sido la masacre constante de ex combatientes y lideres sociales, que desde la firma del acuerdo de paz en 2016 se ha cobrado la vida de más de 1.000 personas. La violencia sigue continuando sin garantizar la vida de aquellos que quieren retomar la lucha civil, auspiciado todo por un Estado corrupto que le limpia la cara a los paramilitares.
En 2019 el pueblo colombiano, y en especial las juventudes, se cansaron de que les robaran el futuro. El Paro Nacional fue la expresión del hartazgo de que los de siempre sean los que ganen mientras mueren lideres sociales y mucha gente pasa hambre. ¿La respuesta del gobierno? Paramilitares y el Escuadrón Móvil Antidisturbios asesinando jóvenes por manifestarse.
En 2021 lo mismo, frente a la desidia del gobierno, y una reforma fiscal regresiva el pueblo salió a manifestarse. El pueblo unido jamás será vencido. Es el comienzo del fin del uribismo y sus delfines, que han atacado tanto tiempo a los sectores más postergados. Duque ya no tiene ningún tipo de legitimidad. Pero eso no basta, se conforma el Pacto Histórico una alianza de los sectores de izquierda que buscan por primera vez gobernar Colombia. Otra vez la unidad como eje central de las conquistas populares.
La fórmula presidencial es representativa de los sectores más golpeados por la política de muerte que ha tenido el uribismo y Estados Unidos en Colombia. Petro, economista y ex combatiente, junto con Francia Márquez, una figura excluyente en esta campaña, mujer afro proveniente de los lugares más empobrecidos. Es hora de un nuevo tiempo en Colombia, de ser “Potencia Mundial de la Vida”, de “Vivir Sabroso”, como alguna vez dijo Seregni, es tiempo de paz para los cambios y cambios para la paz. Fue el pueblo movilizado que logró esta victoria, y como dice la canción “Lejos de la perfección, se avanza al caminar cuando se tiene ilusión”. Y ahí vimos a la Madre de Dilan Cruz, uno de los tantos asesiandos, llorando porque el cambio en la Patria de Bolívar está más vivo que nunca.
Lo de Lacalle sin saludar a Petro es una muestra más de la política exterior uruguaya errática y servil a los EEUU, de los que hay que tener cuidado en este escenario. Sin embargo, América Latina se vuelve a teñir de izquierda y de pueblo. Y se viene Lula…
UJC