Gonzalo Perera
El pasado 5 de mayo se cumplieron 206 años del nacimiento en Tréveris de Carlos Marx. En su tesis XI sobre Feuerbach legó la célebre frase «los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». Vaya que él cumplió con su enunciado, pues, la obra de Marx transformó la historia humana, tanto por los miles de millones de personas que se han inspirado en ella, como por las sociedades u organizaciones que se han moldeado en función de la misma
El impacto transformador de la obra de Marx radica en algunas transformaciones muy profundas que logró imprimir a su propio pensamiento, en lugar de seguir el trillo intelectual de su época. Esto se podría resumir groseramente en dos ejes.
El primero es su capacidad de entender y atender las emergencias, en el doble sentido del término. En el sentido de la compleja dinámica de mecanismos encubiertos que emergen de acciones o discursos que son dados por incuestionables. Pero también en el sentido de la emergencia humana, del sufrimiento, de la explotación que esos mecanismos encubiertos generan en multitudes. Así, la extracción de plusvalía al trabajador por parte del capital emerge de su pensamiento con nitidez en tiempos que la revolución industrial hacía lucir como natural (y hasta sinónimo de progreso) las condiciones de vida del creciente proletariado, sumido en la cruel emergencia de las miserias de la explotación pura y dura. Imposible no recordar aquí el magnífico “Manual para entender quién vacía el sobre de la quincena” de José Luis Massera, recientemente reeditado, que contribuyó hondamente a que tanto trabajador se sumara a filas de quienes convocan a la clase trabajadora a ser protagonista de su destino. El maestro de Tréveris transformó la realidad haciendo emerger lo oculto o expuesto como imperturbable, ligando esa emergencia, él y quienes lo recrearon a lo largo del tiempo, con las emergencias humanas, y, en particular con la organización de los explotados para liberarse de todo yugo.
El segundo eje, es su visión sistémica de la realidad y de los procesos sociales e históricos. La metodología de análisis y transformación de la realidad hace apuntar siempre a los procesos estructurales, y a descubrir qué hechos que pueden presentarse como meramente anecdóticos, son en realidad un ejemplo muy claro del sistema que los causa, de la estructura social o proceso social de la cual son parte. Lo cual a menudo lleva a la conclusión de que, en lugar de conformarse con atenuar o paliar un hecho puntual nocivo (siendo evidente que en ocasiones las medidas paliativas son necesarias), el objetivo siempre debe estar en erradicar sus causas, transformando desde la raíz el sistema que lo generó.
Hace ya un buen tiempo que con varies compañeres venimos intentando realizar un análisis de la crisis ambiental (cambio climático, agotamiento de recursos naturales esenciales como el agua, etc.), desde una clave marxista. En este mismo espacio, hace varios años que cada tanto compartimos datos o impresiones sobre la aceleración de dicha crisis, sobre cómo es el gran capital y su voracidad quien en realidad tiene la responsabilidad plena del grave problema, así como hemos narrado una y otra vez los rotundos fracasos de las pomposas cumbres mundiales destinadas a detener el cambio climático. En este segundo caso, también hemos reiterado que el fracaso no es casualidad ni mala suerte, sino resultado inevitable de intentar detener la consecuencia (la crisis ambiental), sin tocar ni un pelo a su causa (el sistema capitalista globalizado, hiperconsumista, hiperextractivista, etc.).
Un impulso permanente para ello ha sido, obviamente sin poder colocarse ni a la altura de su sombra, tratar de seguir la ruta trazada por el maestro. Es decir, teniendo información sobre la crisis ambiental por nuestras actividades laborales y personales, intentemos hacer emerger las dinámicas y leyes ocultas tras la crisis ambiental, en particular su carácter estructural, y busquemos transformar de raíz, a nivel sistémico, las múltiples y desgarradoras emergencias humanas que la crisis ambiental desata.
Es bastante extendida la percepción que uno de los aspectos más tenebrosos de la crisis ambiental, del calentamiento global generado por la emisión de gases productores del efecto invernadero que recalienta nuestro planeta, es la creciente pérdida de un recurso absolutamente vital como el agua. Inmediatamente asociamos eso con la industria de los combustibles fósiles (petróleo, carbón, etc.), o con el uso irracional de agrotóxicos como el glifosato en algunas producciones agropecuarias a gran escala, etc., y todas esas asociaciones son válidas. Pero hay otras asociaciones menos evidentes: la industria de la vestimenta consume anualmente a nivel mundial 93 billones de litros de agua, equivalente a lo que necesitan 8.500 millones de personas (el planeta entero) para beber agua durante todo un año. Adicionalmente, la industria de la vestimenta vierte anualmente al mar, medio millón de toneladas de microfibra, equivalentes a tres millones de barriles de petróleo. Además, sus emisiones generadoras de efecto invernadero superan a lo que producen todos los aviones y barcos de carga (no de pasajeros) juntos.
Los seres humanos necesitamos vestimenta, es incuestionable. Sin embargo, tanto en las tiendas que las venden como en el ropero de amplios sectores de la humanidad hay vestimentas que nadie necesita, muchas veces en cantidades apabullantes, muchas veces de un lujo absolutamente superfluo, que muchas veces no se usarán nunca o sólo una vez en la vida. Decir a nuestra sociedad que no consuma más que lo que precise y que produzca acorde a ese consumo racional, es una suerte de herejía. En nuestra sociedad hay que producir cada vez más, consumir cada vez más, reproducir cada vez más el capital, aumentando la oferta de bienes innecesarios y fogoneando o induciendo su demanda.
Ahora bien, vivimos, en nuestro país y en buen parte del mundo, una grave ola de desempleo, de falta de trabajo. La industria de la vestimenta genera y puede generar muchos empleos. Si produce con menor intensidad, menores volúmenes, menor suntuosidad, y se centra en lo necesario, su baja de actividad generará menos empleo y por ende más gente penando por falta de trabajo.
Esta contradicción aparente, es aún más difícil de superar que la acusación de herejía anterior. Y no se responde desde la lógica del sistema. Mientras para la supervivencia de los seres humanos sea necesaria la venta de su fuerza del trabajo al capital, sea en la industria de la vestimenta o en la que fuere, la contradicción no es aparente, es real.
Si el sistema nos conduce a contraponer dos emergencias muy serias entre sí, hay que transformar el sistema. Cosa que no se hace por arte de magia, pero que cada vez es más urgente, porque el calendario que nos marca la crisis ambiental apremia.
Estos breves razonamientos, basados en todo cuanto uno puede informarse y reflexionar, con los medios que brindan los tiempos actuales, atestiguan la enorme admiración ante la profundidad de la visión del maestro de Tréveris, su increíble capacidad para lidiar con las emergencias, con las contradicciones que brotan de ellas y la necesaria ruptura del sistema que las origina.
Larga vida a la obra de quien naciera en Tréveris y que transformara la realidad con su obra, legando el deber de seguirla transformando hasta la misma raíz.
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Edición especial del semanario dedicada a los 200 años de Carlos Marx.