Pablo Da Rocha (*)
Hoy resulta habitual contraponer la intervención (estatal, sobre todo) como ausencia de libertad. En tiempos postmodernos, entiéndase, tiempos caracterizados por expresiones individualistas y de falta de compromiso social, un tiempo, donde pesa más lo emocional que lo racional. Podríamos decir, tiempos donde los límites son entendidos como restricciones para algunos y “caldo de cultivo” para otros.
De manera hasta intuitiva «Libertad y tolerancia” han ido de la mano, siendo el liberalismo en su esencia una postura de tolerancia. Así pues, reconocer el valor de cada individuo nos permite desarrollar nuestra propia identidad y aceptar las diferencias de opiniones, creencias y valores. Esto constituye el primer peldaño para la construcción de sociedades abiertas y democráticas.
No obstante, ¿hasta dónde se acepta o extiende esta aceptación? ¿Debe la tolerancia primar sobre todos los valores y principios? Si ser liberal implica apreciar la diversidad, acaso ello implica aceptar incondicionalmente cualquier forma de discurso, ¿incluso aquellos cargados de odio e intolerancia?
Karl Popper en los albores de 1945, nos brindó una valiosa enseñanza «…si deseamos una sociedad tolerante, debemos ser intolerantes con la intolerancia». De acuerdo a Popper si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. Así pues, como cita el destacado filósofo austríaco, por más paradójico que sea, entender la tolerancia… exige no tolerar al intolerante.
Sin embargo, una paradoja como la que postula Popper no resuelve la contradicción, pues no establece con claridad los límites entre una y otra: hasta donde la tolerancia es intolerancia (o viceversa). No basta con recomendar la lectura obligada de la obra «La sociedad abierta y sus enemigos» de dicho autor; aunque se trata de una lectura obligada para cualquiera que se llame “liberal”, aunque sería recomendable destacar su advertencia: «la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia… Tenemos por tanto que reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia».
En tiempos postmodernos y de campaña electoral el recurso discursivo retórico, puede llegar a ser letal. La ausencia de debate de ideas y los sucesivos intentos de inocular odios y maldades en el otro, son el menú habitual. ¿Invitan a la tolerancia o a la intolerancia? ¿A dónde está el límite? Porque al final del día se trata de construir una perspectiva apoyada en ideas y programa, se trata en última instancia en favorecer la voluntad de las grandes mayorías populares, ¿o no?
Así pues ¿hasta qué punto debemos tolerar ideas que limitan las libertades de los demás, como los discursos agraviantes o descalificadores, incluso la mentira como recurso? Es evidente que tolerar todo sin límites sería inaceptable. Sin embargo, establecer límites en la libertad de expresión parece contradecir los principios liberales. ¿Quién decide entonces dónde trazar la línea de la tolerancia a la intolerancia? Sin lugar a dudas que el límite se encuentra en la violencia. Sin embargo, no deja de ser ambigua la idea de violencia, no hay dudas que está generalmente asociada al insulto o a la agresión física; pero acaso parafraseando a Patricio Rey, violencia es (también) mentir. Acaso entonces, cuando se miente se es violento, y por tanto, no se debe tolerar; así pues, en definitiva, mentir, no constituye un acto de libertad.
Mientras las ideas intolerantes puedan ser contrarrestadas mediante el diálogo y la argumentación racional, no deben ser censuradas. La coacción y la violencia son los límites de la tolerancia, ya que el diálogo, el debate y el respeto siempre deben prevalecer en una sociedad libre. El discurso del odio representa una amenaza para los valores democráticos y la estabilidad social.
Una comprensión errónea de la tolerancia puede fomentar dinámicas iliberales y sociedades autoritarias. En la era de la información digital, combatir la desinformación, la polarización y la cultura de cancelación es crucial para preservar el pluralismo y el diálogo. Debemos ser críticos -incluso admitiendo ser liberales en este sentido- con los mensajes que escuchamos y compartimos.
Debemos ser sujetos reflexivos, cuestionadores de la información. Ser autocríticos y establecer límites no nos hace menos liberales, pues promover la libertad significa también defender ciertos valores centrales y fomentar el diálogo y el debate como herramientas para combatir la intolerancia. Solo así podremos preservar las sociedades abiertas, inclusivas y democráticas.
En el discurso del 1º de Mayo, desde el escenario, el presidente del PIT-CNT compañero Marcelo Abdala apeló al diálogo, no solo combatiendo la postmodernidad caracterizada por el individualismo, sino que combate el discurso del odio. Exhorta a ser tolerantes, en definitiva, se apoya en ideas profundamente liberales, en el sentido de la libertad, confrontando por oposición a las ideas libertarias.
Es clave entender esta distinción: «libertad» es un concepto amplio que se refiere a la capacidad de actuar, hablar o pensar sin restricciones externas injustas u opresivas. Es un principio fundamental en la filosofía política y social que abarca una amplia gama de interpretaciones y aplicaciones, desde la libertad individual hasta la libertad política y económica. Por otro lado, «libertaria» se refiere a una ideología política que enfatiza la máxima libertad individual y la mínima interferencia del gobierno en la vida de las personas. Los libertarios abogan por un gobierno limitado que se abstenga de intervenir en asuntos personales y económicos tanto como sea posible, es decir, entre otras cosas, minimizar la intervención del gobierno. Así pues, no llama la atención que, en el contexto político, el término «libertario» se asocie comúnmente con el liberalismo clásico, el anarquismo de mercado o simplemente con las ideas “de derecha”.
No hace tanto tiempo, un destacado economista liberal Juan Carlos de Pablo publicó una nota en La Nación titulada: «La lógica y las presiones de los cepos cambiarios» una especie de provocación, pues comparaba el control de cambios con la asignación de órganos para trasplantes. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no. De Pablo argumenta que, al igual que en la mayoría de los países donde la demanda de órganos supera la oferta y se recurre a criterios de racionamiento, el control de cambios implica una asignación de recursos que puede generar desafíos similares.
Esta comparación, parte de un homenaje al economista John Williamson y su influyente Consenso de Washington, buscaba cuestionar el régimen cambiario argentino y destacaba la importancia de la intervención temporal del Estado en situaciones críticas, con el objetivo último de retornar a una asignación de recursos más mercantil.
De Pablo, en su enfoque neoclásico, presenta al “homo economicus” como un actor que guía estas reflexiones, destacando la economía como la relación entre el individuo y los bienes, no como una interacción social entre individuos. Su propuesta sugiere que la solución a problemas en la administración de precios y cantidades radica en despojar a estos bienes esenciales de su gestión estatal y devolverlos al ámbito mercantil. Sin embargo, el artículo plantea interrogantes sobre si esta mercantilización conlleva inevitables consecuencias como el tráfico ilegal de órganos y si debería reprimirse el mercado ilegal de divisas. Es decir, nuevamente parece confrontar esto de la libertad con lo libertario, o, dicho de otra manera, hasta donde resultan tolerantes ideas como éstas.
Pues veamos, la segunda parte del artículo, titulada «De hombres como bestias», ahonda en las consecuencias deshumanizadoras de la visión neoliberal en la economía, equiparando la cosificación de los trabajadores y la mercantilización de los órganos. Se critica la eliminación de las clases sociales en el discurso económico contemporáneo, reemplazándolas por categorías más abstractas como capital, trabajo y tierra. Plantea una visión de la economía que reduce a los individuos a meros agentes de producción y consumo, obviando las relaciones sociales y la identidad nacional.
Sin embargo, sobre el final de la nota, el autor reflexiona preguntándose si es necesaria una “democracia ampliada” que incorpore la esfera económica y que contrarreste la influencia del liberalismo neoliberal en la política. Es decir, el artículo en cuestión resulta de enorme utilidad para la reflexión, planteando una serie de interrogantes muy relevantes que confrontan fuertemente y ponen en cuestión los límites reales entre la libertad y el “libertinaje”, en rigor, preguntas relevantes sobre el futuro económico de un país y la necesidad de defender los principios democráticos frente a las presiones del mercado y los intereses de grupos privilegiados.
Entender estas ideas, no solo nos ayuda a establecer los verdaderos límites de la (in)tolerancia, y por ende de los discursos. Plantean una perspectiva. Por lo tanto, en tiempos de Milei y su “escuela austríaca”, es necesario recordar a Karl Popper; resulta obvio, que no todos los austríacos son iguales.
Salud
(*) Economista.