Foto: Presidencia de la República.

Fuera de control

Por Gonzalo Perera

Por un lado la situación real del país, de su gente, de (casi) todas y todos, tanto a nivel sanitario como económico y social, donde la instalación de un política neoliberal fundamentalista, tan dogmática como para privilegiar los mercados ante la salud, es la causa primaria y más profunda de una crisis social muy grande y, sobre todo, que se agrava a velocidades inquietantes. Sobre esa causa de fondo ha actuado como serio factor agravante la pandemia Covid-19, cuyos números evolucionan de manera catastrófica, al punto de ser ya generalizada la advertencia de profesionales de la salud y académicos sobre el riesgo inminente de colapso. Y no menos fuera de control está el gobierno, que a su dogmatismo le suma abundantes dosis de soberbia, de incapacidad para escuchar ya no a los ajenos, sino ni siquiera a los propios, con constantes maniobras de marketing de medio pelo para tratar de desviar la atención de que quien comanda el barco, no está a la altura del timón.

El descontrol de la situación sanitaria es casi total. El gobierno se empecinó desde un principio en considerar mala palabra la cuarentena sanitaria obligatoria (medida antipática, claro, pero que fue tomada por los países que superaron la pandemia) y desde la soberbia pretender controlar las complejidades de una sociedad desde unas pocas perillitas, privilegiando los intereses del malla oro, tomó medidas imprudentes o mas bien vacías (como toda la sanata de “la libertad responsable”, eufemismo por “sálvese quien pueda) y emitió cantos de victoria anticipados. Al llegar los meses cálidos, tal cual se observó en el Hemisferio Norte, tuvo lugar la primera explosión de casos y la primera entrada en rojo del Índice de Harvard para el Uruguay (es decir, el promedio de casos nuevos en la última semana cada cien mil habitantes es mayor a 25), con tres departamentos con fuerte tonalidad roja: Rivera, Montevideo y Rocha. En el momento de escribir esta nota , los números de aquella ola suenan a poco, pues hoy no sólo el país está en rojo sino que 18 de los 19 departamentos lo están. Sólo Flores es la excepción aunque está al borde del rojo.

La información de casos diarios que brinda el SINAE desde hace ya una semana está completamente viciada: se ha constatado que el nivel de subestimación de la información difundida llega a ser el 50% (si hubo 3.200 casos, se informan 1.600, por ejemplo), por lo cual la información cotidiana ya dejó de ser creíble. Las cifras más duras, como las vidas perdidas se acercan ya a las mil y las camas de CTI ocupadas están creciendo a un promedio de 25 casos por días, lo que hace temer el colapso a nivel de atención intensiva, lo cual es un eufemismo para decir algo terrible: que no se puede atender a personas que lo necesitan o que alguien deberá decidir a quién sí y a quién no le toca atención. El gobierno ha dispuesto generar nuevas camas para CTI, en un claro ejemplo de no escuchar al que “está en la línea de combate”. En efecto, el personal de la salud, y en particular la sociedad que nuclea a los intensivistas, han remarcado una y otra vez que el problema no son sólo las camas, sino los recursos humanos para atenderlas. Porque si un CTI no se desborda pero se mantiene varios días ocupado totalmente, dada la constante atención que precisa cada paciente, no alcanza la cantidad de personal especializado para cubrirlos. Y médicos, técnicos, enfermeros, etc., capacitados para dicha tarea no se pueden conseguir rápido como una nueva cama. Este tema fue advertido muy tempranamente, hace un año, en Plan Estratégico presentado por el Frente Amplio, elaborado por decenas de técnicos y científicos, lo publicó entero EL POPULAR.

Pero con un presidente que habla mucho y escucha poco, no se puede esperar sensatez. La sensatez necesaria como para entender de una buena vez que ni todos los médicos ni los científicos somos gente de izquierda. Algunos lo somos, pero muchísimos no. Y entender que no se está respondiendo adecuadamente ante el problema, entre otras cosas porque se ignora y se descalifica a todo aquel que no aplaude por ejercer un acto de observación crítica, que no es propiedad exclusiva de la izquierda.

La sensatez necesaria para no confundir la Presidencia de la República con el stand-up y dejar de pretender caer gracioso o canchero ante el público para atender la solución de problemas tan graves.

Problemas de esta magnitud requieren actuar en conjunto, en un gran acuerdo nacional e invertir fuertemente desde el Estado, como lo han hecho muchos gobiernos decididamente liberales. Actuar en conjunto gobierno y oposición, lo cual implica que el gobierno debe, aunque sea de vez en cuando, dejarse ayudar por la oposición. Hace pocos días el INE revelaba que el 11,6% de la población no cubre sus necesidades alimentarias (hay información al respecto en http://www.elpopular.uy ).Traducido al castellano más crudo y directo: hay más de 380 mil personas pasando hambre en el Uruguay. Más de cien mil personas más que en el anterior registro. Un problema de esta magnitud, sino es con una renta básico de emergencia, no hay forma de atenderla. Cuidado, hablamos solamente de personas que están pasando hambre, no hablamos de los que apenas llegan a comer pero tienen otras múltiples necesidades básicas insatisfechas por pérdida de empleo o de ingresos.

El gobierno ante esta situación reinstala por dos meses el impuesto del Fondo Coronavirus, que se paga desde los bolsillos de salarios públicos más altos. Esto es, claramente, pretender apagar un incendio forestal con una cucharita de agua. Es una medida ridícula. Pero además injusta. Y no tanto porque sólo afecta a trabajadores públicos y no privados, sino fundamentalmente porque no afecta al sojero, al arrocero, al gran agroexportador en general, al financiero, al que tiene cuentas bancarias millonarias en dólares. Una medida ridícula, ineficaz y encima injusta, es lo que el gobierno por sí solo puede pensar. Parece indispensable que este gobierno se deje ayudar de una buena vez.
Pero en un acto de claro infantilismo político, el presidente sale a capear el descontento interno con una jugadita externa muy burda. Apelando a reflejos chovinistas y particularmente anti-argentinos que están instalados en varios sectores de nuestra población, particularmente en sus capas medias, el presidente genera un cruce verbal completamente innecesario con el presidente argentino, poniendo en riesgo nuestra política exterior. Pretendiendo ganar aplausos internos y ser funcional a la derecha argentina, provoca. Pero más allá de los esfuerzos de los medios hegemónicos de ambas orillas del Plata y de muchos “comunicadores” que salieron a hacer de esta tema absurdo una causa mayor, a nivel popular no funcionó. La gente tiene demasiados problemas reales como para atender uno claramente inventado.

Lacalle sigue errando feo. Personalista, soberbio, negador de la realidad, se está encerrando cada vez más entre quienes son como él, piensan como él, le aplauden hasta las bromas de dudoso gusto o lo defienden cuando se crispa frente a una pregunta punzante.

Si por algún milagro, en estas fechas tan peculiares, Lacalle Pou decidiera salir de su burbuja política y aceptar aportes y ayudas, el FA y las organizaciones sociales estarán a la altura. No por el presidente ni por el gobierno, sino por toda nuestra gente. Porque el país entero está fuera de control como nave a la deriva cuyo timonel abandonó su puesto.

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