La Memoria estalla hasta vencer

Como dice León Gieco, “todo está cargado en la memoria, arma de la vida y de la historia”. Más que nunca tenemos que tener presentes estas palabras, frente a los intentos de sectores de nuestra sociedad, vinculados a los grupos más conservadores y cercanos al fascismo de nuestro país, que intentan re escribir la historia, que buscan justificar las atrocidades del último período autoritario que tuvo nuestro país, que regó de sangre nuestra tierra y que aún nos tiene sin saber dónde se encuentran un montón de personas cuyo único delito era soñar con una sociedad diferente, más justa, más igualitaria, en definitiva, más libre.

El autoritarismo en nuestro país no comenzó en Junio de 1973, sino que fue precedido por un conjunto importante de acciones que fueron llevando a la legitimación del Estado a que ciertos sectores pudieran ejercer violencia contra la izquierda social y política. O lo que es peor, un proceso de degradación de la institucionalidad por la cooptación del Estado por sectores que respondían a intereses realmente foráneos y que fueron naturalizando la violencia injustificada por parte del propio Estado, lo que deriva posteriormente en crímenes de Lesa Humanidad y Terrorismo de Estado. No hubo guerra, lo que hubo fue el intento de los sectores que tienen el poder de acallar los reclamos y los sueños de un pueblo cada vez más movilizado que quería respuestas frente a la crisis económica que el país enfrentaba en aquella época, y que un gobierno tras otro decidía no privilegiar. La cultura siempre es transmisora de las vivencias de la época, no hay mejor que leer “El Astillero” de Onetti o “El País de la cola de paja” de Benedetti para entender el clima de deterioro económico y social que se vivía en la década del 60 y principios del 70.

Escuchamos al general Manini Ríos reivindicar la declaración de “Estado de Guerra Interno”, inconstitucional por cierto, frente a los embates de grupos “terroristas” que aparentemente destruyeron la sólida e igualitaria democracia que tuvo nuestro país. La crisis institucional aparentemente comenzó ahí. Pero, ¿es eso cierto? Desde esta tribuna siempre se remarcó que el camino de transformaciones debía ser lo más pacífico posible, que se debía construir campo popular y organizar, a las grandes mayorías nacionales que sufrían y sufren un sistema injusto que solo provoca la exclusión de muchos, y la apropiación de una riqueza indecente para unos pocos. Por eso se trabajó en la unidad de la izquierda sin exclusiones, en la creación de la CNT, en el Congreso del Pueblo, en el Frente Amplio. Nunca estuvimos de acuerdo que un pequeño grupo armado podría generar transformaciones sin el respaldo de la amplia mayoría de su pueblo, sin embargo, no caemos en la vil mentira de señalar que la violencia comienza con el “Club de Tiro Suizo”.

La violencia se desplegó en muchas formas, y el Estado uruguayo, aquellos que lo representaban, fueron legitimándolas. Podríamos hablar del asesinato de Arbelio Ramírez cuando el “Che” dio aquella famosa charla en el Paraninfo de la Universidad. También podríamos hablar de Soledad Barrett, una chica de 17 años, que en 1962 fue secuestrada por un grupo nazi y al no querer gritar a favor de Hitler le marcaron las piernas con una esvástica. Parece que el Uruguay de tranquilidad democrática no era tal.

La acción de la CIA en Uruguay no ha sido menor, contratando bandas denominadas “Escuadras de castigo” que buscaron atacar manifestaciones sociales, así como su vinculación con el aparato institucional, como por ejemplo la “asistencia técnica” en el programa de seguridad pública que buscaba vigilar y reprimir las manifestaciones. Ni hablar el vínculo con altos actores políticos y militares, como puede ser el caso de Juan María Bordaberry.

Frente al aumento de la movilización los sectores reaccionarios han ejercido la violencia, contra cualquiera que piense distinto. El gran exponente de esta práctica sistemática fue Jorge Pacheco Areco, quien asume en 1967 por la muerte de Oscar Gestido. En sus primeras acciones se vio su amplio talante democrático. Proscripción de partidos políticos y de medios de prensa que no eran afines a su gobierno. También se dio la militarización de los empleados públicos que reclamaban frente al congelamiento de precios y salarios. Sin dudas, tampoco olvidaremos que frente a la movilización de estudiantes en defensa de la educación pública la respuesta del gobierno fue la muerte: Liber, Hugo y Susana.

En esos años, la justicia se vio atacada por sectores de derecha por ser demasiada benigna y no seguir los lineamientos oficiales. ¿Les recuerda a alguien en la actualidad? El Senado en una comisión especial probó la existencia de torturas sistemáticas en la acción de la policía. Estamos hablando de 1970. Además, se da la intervención de la educación donde se clausura liceos públicos y privados. En 1971 se asesina a dos estudiantes más: Heber Nieto y Julio Spósito.

Ni hablar del surgimiento de la JUP, una organización fascista que planteó un conjunto de ataques a la movilización estudiantil en secundaria, entre cuyos lideres se encontraba un tal Hugo Manini Ríos. Tampoco podemos olvidar la democrática elección de 1971 con sistemáticos intentos de agresión y asesinato al líder del Frente Amplio, Liber Seregni. Parecen demasiadas casualidades, demasiados actos violentos sin una respuesta por parte de la derecha que buscaba justificar sus acciones contra grupos que actuaban en el marco de las leyes.

No parece casual entonces que en 1972 frente a esta legitimación por parte de las fuerzas represivas y fascistas, el gobierno de Juan María Bordaberry permitiera la masacre que se dio en la 20. El Estado de Guerra interno fue una justificación para que las fuerzas conjuntas y grupos fascistas atacaran y reprimieran la protesta pacífica. Ya había pasado unos días antes, que bandas armadas de extrema derecha atacaron un activo de la UJC, que fue saldado por la pronta llegada de legisladores al lugar de los hechos. La noche del 17 fue el Ejército que acompañó a esas bandas, para generar una de las mayores tragedias en la historia de nuestro país, vergüenza por parte de un Ejercito que ya se mostraba contrario a la tradición artiguista y servil a los intereses de los Estados Unidos y sus esbirros de la oligarquía nacional.

Recordar a nuestros mártires es luchar por la memoria histórica en el presente, no dejarnos doblegar por el discurso que algunos actores buscan instalar de defensa de las instituciones, cuando fueron los primeros en atentar contra la democracia y los reclamos pacíficos de las principales organizaciones. La respuesta que se dio: de masas, con movilizaciones y no revanchismo, es la que debemos tener en estos momentos frente a esta nueva oleada de ataques y provocaciones por parte de sectores que coquetean con el fascismo, o se alían con él. Nuestra lucha es como una canción que cantamos en coro: “Sombra de Gancio y de Mora, de Fernández de Mendiola. No canta sola”.

UJC

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