Morir en la calle

La muerte nos puede sorprender en cualquier momento, tal como lo cantó el Sabalero, «esta vieja, puta y fría, nos tumba sin avisar». Aunque a estar por la triste realidad uruguaya hace rato que viene dando señales sin que le demos la debida atención.

Es que esa caprichosa señora no se asusta con frases marketineras y así fue como siguió mostrando su peor cara sin que se terminara el recreo prometido. Hoy, esa misma te puede sorprender en cualquier rincón, y hasta no dejarte entrar a tu casa, quitándote el último suspiro por nada.

La muerte está en los barrios uruguayos y anda desquiciada movida por el consumo y no necesariamente de alguna sustancia. Morir en la calle se nos está haciendo una trágica costumbre…

Vivir#Morir a la intemperie

La noticia del homicidio de un hombre en situación de calle ocupó unos segundos de la agenda noticiosa del último domingo de enero. Con el adicional de tratarse de una muerte no reciente, donde el cuerpo estuvo tres días abandonado en la explanada de un liceo (Liceo Nº 30, de Rivera y Propios, frente al cementerio del Buceo). Una situación que nadie advirtió sino mucho tiempo después de consumado el hecho, el que pudo reconstruirse por las cámaras de videovigilancia del Ministerio del Interior que hay en la zona.

Los hechos no dejan de ser una triste reiteración de la realidad uruguaya de los últimos tiempos donde las personas en situación de calle se han multiplicado siendo uno de los indicadores a tener en cuenta si en verdad queremos cambiar la realidad. Esa cantidad de personas que optan por vivir a la intemperie traen consigo un montón de problemas adicionales que nadie presta atención y que lejos de resolverse se complejizan cada día que pasa. Los refugios no dan la contención suficiente ni ofrecen las rutas de salida que permitan la reincorporación al entramado social de quien termina viviendo al aire libre. Ya son miles y parece que nos hemos acostumbrado a su presencia al punto de ignorarlos como si con ello resolviéramos el tema. Pero ellos siguen allí, esperando una respuesta y siendo parte de un problema que nadie parece inclinado a resolver convenientemente.

Hace unos años atrás, en ocasión del Diálogo Social dispuesto por el Presidente Tabaré Vázquez, existió una propuesta de las Fuerzas Armadas de trabajar con grupos de personas en situación de calle. Una iniciativa que quedó en eso, sin más desarrollo y como una expresión de buenas intenciones y nada más. Sería buena idea que se reflotara la iniciativa y que los cuarteles se constituyeran en verdaderos refugios que den abrigo y contención a los cientos de personas que pernoctan en las calles de Montevideo y que, al mismo tiempo se les ofrezcan opciones de trabajo que siempre abundan en los cuarteles. Y para aquellos que sufran alguna patología, internarlos para su tratamiento. Todos, lejos de la calle que nada bueno les aporta.

Sin embargo, la realidad es porfiada y a la vez triste, pues nos deja en evidencia que somos una sociedad egoísta que solo repara en lo que cada uno requiere sin importar el prójimo y debieron pasar varios días para reparar que había una persona asesinada. Nos acostumbramos a verlos postrados en su abandono y cuando acudimos es tarde.

Tan tarde como la respuesta del Estado que deja demostrado -una vez más- que no hay previsión sino mera reacción. Los visualizadores de las cámaras de seguridad del Estado no cumplen función preventiva alguna a estar por situaciones como estas. Las imágenes permitieron reconstruir los hechos y comprobar que fue un homicidio tras una pelea con otra persona. Si se hubiera monitoreado en tiempo real quizás los resultados hubieran sido otros, la persona podría haber sido auxiliada a tiempo y el autor de las lesiones estaría detenido. Lamentablemente eso no ocurrió ni ocurre y el vasto circuito de videovigilancia instalado en el país viene siendo un mero instrumento probatorio, dejando de lado la parte preventiva que fue uno de los principales argumentos para su instalación. 

Vivir#Morir en la puerta de casa

Un enfermero del Banco de Seguros del Estado llegaba a su hogar en el barrio de la Unión luego de cumplir el turno y fue sorprendido en la puerta misma de su casa por desconocidos que intentaron robarle su mochila. Tras el forcejeo, los delincuentes -que viajaban en una moto- le dispararon con una escopeta y en la puerta misma de su casa le arrebataron la vida. La imagen quedó estampada en la vereda donde un impresionante aureola carmesí marca el lugar donde se desangró el trabajador.

La cuadra en cuestión (calle Félix Laborde) es una boca de lobos según relatan vecinos del lugar. Las luminarias están desconectadas desde hace mucho tiempo, demasiado. Los cables colgando dejan en evidencia que no fue accidental ni mucho menos la desconexión y que la misma obedece a otras razones que la Policía conoce y trabaja -sin éxito- desde hace tiempo.

Nobleza obliga reconocer que la zona de la Unión hace un tiempo viene siendo intervenida por aproximación con su vecina Villa Española, epicentro de sendos enfrentamientos de bandas que asolaron la zona y dejaron varias muertes a su paso. Hoy la presencia policial es notoria sin embargo no han logrado prevenir este tipo de verdaderas ejecuciones. Es que no es el patrullaje la respuesta a este tipo de situaciones, aunque algo es algo, por cierto.

La alcaldía hizo su trabajo restableciendo la conectividad de las luminarias hace un par de semanas, sin embargo los mismos vecinos reportaron que al otro día de su reconexión fueron virtualmente descolgadas y la prueba evidente son los cables colgando de las columnas de la fatídica cuadra en que ocurrió el crimen (Félix Laborde entre Rousseau y Fray Bentos).

Es verdad que es muy difícil prevenir un homicidio cuando se sale a la calle dispuesto a matar por obtener un botín. Pero también es cierto que no es lo mismo un barrio iluminado que uno a oscuras, pues la sensación de impunidad que da la oscuridad no se compadece con la de seguridad que aporta una cuadra bien iluminada. Mucho más a partir de la incorporación de luces leds, que marcaron un antes y un después que los vecinos celebraron.

Ambas muertes deben doler por igual, sin embargo soy consciente que esta última ocupará más titulares y llenará de indignación a muchos. El tema está en que ambas son muertes evitables y eso es lo que debería importarnos. Pero estamos inmersos en una crisis de profundo y exagerado egoísmo, donde importa muy poco el prójimo si no es de nuestro entorno familiar o cercano. Olvidando que somos parte de una comunidad mayor y que deberíamos funcionar de manera más solidaria. Sin embargo poco contribuimos en ese sentido y dejamos marcas indelebles de un accionar egoísta en grado extremo.

Mientras tanto, morir en la calle se ha vuelto una trágica costumbre…

el hombre lloraba en silencio,

el perro se refugió en su casilla…

Fernando Gil Díaz – «El Perro Gil»

 

Compartí este artículo
Temas