Paola Beltrán
En 1975, un operativo de la dictadura cívico militar en el departamento de Treinta y Tres secuestró y torturó a treinta y nueve adolescentes, de entre 13 y 18 años, integrantes de la UJC. En 2011, un día antes de la fecha en que prescribían los delitos cometidos por la dictadura, 19 de las víctimas, una de ellas Liliana Pertuy, presentaron una denuncia en el Juzgado Letrado de primer Turno de Treinta y Tres y no fue hasta hace unos días, cuarenta y nueve años después de los hechos y trece años posteriores al inicio del proceso judicial, que la justicia condenó a tres de aquellos militares: Héctor Sergio Romboy, Juan Luis Álvez y Mohacir Leite Urioste.
EL POPULAR entrevistó a Liliana Pertuy quién, al momento de los hechos, tenía 15 años. Liliana fue y es una de las víctimas que decidió dar la pelea por la verdad y la justicia.
-Liliana ¿qué balance hacés de todo este proceso?
Cuando me llamó el Fiscal Ricardo Perciballe lo primero que sentí fue como alivio y después un montón de sensaciones encontradas porque hice la cuenta y fueron cuarenta y nueve años y cinco meses desde que sucedió el hecho, es como toda la vida. Toda la vida porque tengo 65, porque mis compañeros y mis compañeras también están en los sesenta y pico y éramos unos adolescentes chicos, entre 13 y 18 años, la mayoría menores de edad.
Entonces pensaba, toda la vida hemos pasado, después de lo atroz, de lo tremendo que nos pasó, que no debe volver a suceder en ninguna parte, a ningún niño, niña y adolescente. Vivimos casi cincuenta años en la injusticia, es como extraño eso, no sé si me explico, tengo esa sensación.
Pensaba en mis compañeras y compañeros que ya murieron, muy jóvenes, porque está comprobado que los que hemos vivido estas situaciones límites tenemos una esperanza de vida un poco más corta o enfermedades distintas y graves y pensaba en todo eso y decía «mientras nosotros vivimos cincuenta años de injusticia, toda nuestra vida o casi toda, porque fue desde la adolescencia a esta edad, ellos vivieron toda la vida sin ningún cargo, sin ningún peso, sin ningún remordimiento, sin ninguna condena social.
Una podría decir: «entonces no vale la pena luchar», porque lo que te pasa después es que tenés que esperar cincuenta años para que haya justicia. Es horrible ese mensaje y yo creo que sí, que ellos apostaron a eso, a que nosotros nos íbamos a morir, a que no íbamos a luchar; cuando digo «nosotros» digo en mi caso y el de todas las víctimas del terrorismo de Estado; que no íbamos a luchar, que íbamos a dejarla por esa y por suerte, un grupo de empecinados, empezando por Madres y Familiares, que eran las únicas que se juntaban en la Plaza Libertad a la salida de la dictadura a reclamar, que después nos fuimos plegando otra gente, dijimos que no, que esto tenía que conocerse, que tenía que haber justicia.
Porque, además, pensá que nuestra dictadura se caracterizó por llevar presos y torturar y no se hacían denuncias de torturas. Nosotras éramos como unas locas que golpeamos puertas y costó muchas décadas también que nos vieran, que nos escucharan, que se solidarizaran con nosotros.
En estos últimos años se comenzaron a visualizar otras víctimas: los hijos e hijas de los presos y presas, los y las torturadas, las violencias hacia las mujeres, las que quedaron sosteniendo las familias siendo estigmatizadas ¿Por qué crees que se dio de esta manera, por qué se reconocen estas historias ahora y no antes?
Yo te voy a contestar como una mujer política que he sido toda la vida, desde antes de caer presa y lo sigo siendo, como una militante política, como una mujer feminista, como una mujer rotundamente de izquierda.
Yo creo que ahí se conjugan varias cosas; la primera obviamente el miedo. Al principio había mucho miedo, incluso en los primeros tiempos de la democracia, no era tan fácil vivir en este país. Yo recuerdo cosas, por ejemplo, ir a ONG, a gente bien, abogados y abogadas, a contarles mi historia con los papeles que tenía, la gente lloraba, legisladores en aquella época, lloraban, pero nadie decía sí, vamos a hacer algo, porque había miedo. Miedo de verdad.
Después otra variable que creo que es también importante, es que se instaló un relato, en los libros del MLN, que eran de varones, en realidad bastante heroicos, adultos, montevideanos. Hubo años que hubo mucha confusión de la gente pensando que ellos habían luchado contra la dictadura. Ahora no, ahora ya está claro que fueron derrotados, que en 1972 ya no quedaba nada y que el golpe de Estado fue dado contra las instituciones de la Democracia y la República y contra las organizaciones del pueblo y los partidos legales, históricos de este país. Eso fue así. La FEUU, la CNT, eran organizaciones legales y contra todo eso fue dado el golpe de Estado.
Lo otro que hay que saber es que acá hubo miles y miles de presos, torturados, perseguidos, miles. Entonces, se empezó a descorrer ese velo y se empezaron a conocer (esas historias), pero costó mucho más todavía sobre las mujeres. Porque es eso, es el patriarcado y es una concepción de aquella época, que lamentablemente sigue en nuestro país, las mujeres no aparecían. Fuimos rotundamente invisibilizadas y tuvimos que ser las propias mujeres las que corriéramos ese velo y fue difícil porque era descorrer el velo, en primer lugar, en nuestras filas. Acá también luchamos, acá también fuimos combativas, acá también nos jugamos el pellejo.
Después, cuando empezamos a denunciar la violación como práctica de tortura cotidiana a las compañeras, el abuso y la violación. ¡Cuánto tiempo pasó para que nosotras pudiéramos verbalizar! Porque no te olvides que también tenemos familias, hijos, es muy difícil contar estas cosas, es muy difícil…
Está bien que nos resguardáramos y resguardáramos a la familia, porque teníamos rotundo derecho a hacer nuestra vida después de todo lo que nos pasó y tener hijos, familia, parejas, casarnos y yo que se. Todo eso pasaba junto. Teníamos que recomponer tanta cosa destrozada junto con denunciar, junto con visibilizarnos.
Y lo otro, que yo siempre digo, que además tenemos otra discriminación más, es que éramos del interior y menores de edad. Entonces eso fue tremendo, el caso nuestro era muy poco conocido, te diré hasta hace cuatro, cinco años. Ahí nos han dado una mano muy grande las nuevas generaciones, ustedes, las y los nuevos periodistas, porque yo reconozco en los más jóvenes una cuestión de querer hacerse cargo de su historia, porque ya no es mi historia, es la historia de todos y de todas. Lo que han hecho los estudiantes de la FIC, de Ciencias Sociales, de Psicología. Yo estoy sumamente agradecida porque no era conocido nuestro caso, porque no entraba dentro del patrón, de ningún patrón.
-La denuncia que hacen en 2011 recién cuando se crea la Fiscalía Especializada en delitos de lesa humanidad (2017) se empieza a mover un poco más. ¿Qué importancia tiene esta Fiscalía en todos estos procesos?
La experiencia personal en relación al caso es que hubo un antes y un después de la creación de la Fiscalía. Recuerdo que nuestro caso estaba ahí, dormido, los genocidas, los torturadores, interponían recursos ante la Suprema Corte (de Justicia) y no se movía absolutamente nadie.
Llegó un momento que fuimos a Treinta y Tres a hablar con la Jueza de aquel momento, no la de ahora que fue la que hizo todo esto, la jueza de Treinta y Tres, agradecida, porque movió todo y fue la que agilizó el caso, hizo su trabajo, en definitiva. Pero la que estaba antes, una vez fui a Treinta y Tres a ver (qué pasaba con el caso) y me dijo «lo que pasa que no encontramos las direcciones», entonces yo, ya tan cansada porque, de verdad, te cansa, imagínate, cincuenta años haciendo estas cosas, yendo, escuchando cualquiera, entonces la miré y le dije «bueno, menos mal que usted es jueza acá en Treinta y Tres porque si fuera en San Pablo…» La tipa me quedó mirando con una cara… ¡Claro! ¿Cómo te va a decir que no encontramos las direcciones en Uruguay? Tres millones. Esas cosas ¿no? El destrato, porque eso es destrato, el desinterés, eso es muy difícil. Vos sabés que yo estos días pensaba: “¿cómo sostuve todo esto? ¿Cómo sostuvimos algunos esta lucha?”. Se ve que soy una empecinada salada, no se metan conmigo porque pierden.
Después ya deja de ser personal y lo tomás como bueno, esto para que Nunca Más. Yo siempre decía eso, yo sigo y voy a seguir para que nunca suceda esto, para que se sepa la verdad, que se haga justicia ¿y sabés que? que ustedes lo difundan y lo divulguen importa, porque necesitamos que haya condena social. Porque el único reaseguro para el “Nunca más» es que haya condena social, que la gente quiera que nunca pasen estas cosas, ni parecidas, en nuestro país.
Foto
Nunca más Terrorismo de Estado. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.