Buscando vida fuera de la Tierra
Oscar Méndez Laesprella (*)
-¡Papá, Mamá! ¿Vive gente ahí arriba? –
La cara de perplejidad de mis viejos pasó inadvertida. Yo tenía la vista perdida en el cielo de una noche de verano, acostado sobre una frazadita en la azotea del desvencijado edificio de Belvedere en el que vivíamos. Era 1975, y meses después, en la escuela Nº 23 del Parque Bellán, tuve que escribir a diario en cada cuaderno, en cada hoja Tabaré, la letanía fascista de “año de la orientalidad”. Mis viejos, hijos humildes de la Teja y del Cerro, invirtieron parte de sus menguados ingresos en comprar unos pocos libros de Astronomía y me contestaron algunas de esas primeras preguntas de niño curioso.
¿Hay vida en el Universo, más allá de nuestro planeta? Esta es una de las interrogantes más removedoras jamás hechas. ¿Será tan rara la vida, que somos un caso único? ¿O la vida es tan común como las estrellas que poblaban ese cielo que tanto me impactó de chiquilín?
Estoy seguro que casi todo ser humano con un ratito de tranquilidad como para mirar hacia el cielo nocturno, se debe haber quedado maravillado. A cada uno de nosotros nos sobrecoge, nos deja boquiabiertos. Y estaría tentado a apostar que la gran mayoría de nosotros, a lo largo de las miles de generaciones desde que el homo sapiens existe, debe haberse preguntado si hay vida ahí arriba.
El primer registro de alguien pensando en estos temas viene de la antigua Grecia. En el entorno del año 300 antes de nuestra era, Epicuro de Samos, en su Carta a Heródoto, decía: Hay un número infinito de mundos, algunos como el nuestro, otros diferentes. Suena razonable. Tanta estrella desparramada en el firmamento, tanto espacio… ¡No puede ser que únicamente aquí se haya dado la vida!
Casi dos milenios más tarde, en 1584, Giordano Bruno publicaba Del universo infinito y los mundos, trabajo en el que conjeturaba que las estrellas que vemos en la noche son otros soles, alrededor de las cuales orbitan otros mundos, poblados, decía él, por animales y seres inteligentes. Sus especulaciones no cayeron bien a la iglesia de la época, que consideró éste y otros razonamientos de Bruno como una herejía. Finalmente Giordano es procesado por la Inquisición, y es ejecutado en la hoguera. Actualmente, un monumento en su honor se alza en el mismo lugar en donde fue quemado vivo, en Campo de’ Fiori, Roma.
Arriesgándome a adelantar el final de la película, al estilo de “el asesino es Jack el forastero” de los inigualables Les Luthiers, les advierto que en próximas entregas contaré cómo el sueño de Giordano Bruno es una realidad que, si existiera el infierno, quemaría los ojos de sus inquisidores. A cuenta de más, les dejo unos versos que le tomo prestados a Silvio:
Cuando este ángel surca el cielo,
no hay nada que se le asemeje.
El fin de su apurado vuelo
es la sentencia de un hereje.
No se distraiga ni demore,
todo es ahora inoportuno.
Va rumbo al campo de las flores
donde la hoguera espera a Bruno.
Silvio Rodríguez, fragmento de “Cita con ángeles”.
(*) Director del Planetario de Montevideo «Agr. Germán Barbato».
Foto de portada:
Monumento a Giordano Bruno en Campo de Fiori, Roma, Italia.