El pasado 14 de marzo se confirmó la condena por el espionaje sufrido por los senadores Mario Bergara y Charles Carrera, tras un acuerdo abreviado al que llegó la Fiscalía encabezada por la fiscal Sabrina Flores con la defensa de Marcelo Acuña, exgerente de la empresa Vertical Skies. Un caso que sonó fuerte tras los audios divulgados entre este último y el ex jefe de seguridad presidencial, Alejandro Astesiano, y por el cual se había acordado la confección de carpetas personales que involucraran a los senadores espiados en casos de supuesta corrupción que los hicieran desistir de su denuncia penal por la entrega del puerto de Montevideo hasta el año 2081. Tras la aparición del caso, el presidente Lacalle Pou salió al cruce relativizando la denuncia y sembrando un manto de duda que hoy se corrió de forma contundente confirmando el espionaje. Mientras tanto, transcurrido un tiempo prudencial del fallo, el silencio impera en la Torre Ejecutiva…
Del supuesto al hecho, hubo un corto trecho
La velocidad parecía ser la regla en el estilo comunicacional del presidente. Ávido por mostrarse informado y respondón, no se guardó nada al momento de relativizar los hechos. Una modalidad recurrente en su gestualidad que lo ha llevado a cometer gruesos errores, por apurado no más.
Así ocurrió en el recordado caso del exsenador Gustavo Penadés: ¿A quién iba a creerle sino al amigo? Un error que si algo no tuvo fue exclusividad, pues fueron varios más que aplicaron la misma lógica correligionaria.
En otros casos tuvo la brutalidad de cometer un verdadero sincericidio, cuando interrogado sobre los cambios operados en la flexibilización de la normativa antitabaco, reveló claramente quién se lo había pedido. Y que no fue -precisamente- ninguna “fábrica de chicles”.
Tan frontal para salir en cámaras cuando saltó la pandemia, y tan alejado cuando los resultados nos pusieron en el peor podio mundial de muertos cada 100 mil habitantes; así se ha movido el presidente de los uruguayos. Eligiendo los tiempos y los temas sobre los que salir a hablar, midiendo el rédito político siempre.
En los últimos tiempos ha cometido groseros errores que lo han expuesto de forma contundente sin que pudiera argumentar coherentemente sobre lo que se le preguntaba. Tal el caso de la destrucción de un documento público que le valió la remoción de dos ministros, dos subsecretarios y de su asesor en comunicación. Todo ello como corolario inevitable de otro exceso inexplicable como fue la expedición del pasaporte al narco peligroso y pesado, Sebastián Marset.
Si contar con una verdadera asociación para delinquir instalada en el piso 4 de la Torre Ejecutiva no le pareció bochornoso, no es descabellado pensar que tampoco le haya parecido un escándalo que se comprobara el espionaje a dos senadores de la oposición.
Y ahí es donde deberíamos poner el foco, en que el primer mandatario debiera ser el primero en defender la institucionalidad democrática ofreciendo las máximas garantías a los uruguayos. A los que le votaron y a los que no, en tanto es el presidente de TODOS.
Sin embargo, lejos de condenar con firmeza tales acciones, su primera reacción fue la de desacreditar la denuncia y relativizar los hechos. Los mismos hechos que hoy fueron plenamente probados y que demuestran que hubo espionaje a senadores de la oposición y que tales acciones tuvieron a su jefe de seguridad personal como protagonista.
El silencio no es manifestación de consentimiento salvo cuando la ley lo establece expresamente. Esta máxima, que rige en el derecho, no es del todo válida en la vida cotidiana pues muchas veces la omisión de emitir un pronunciamiento termina siendo la confirmación de una postura o un pensamiento.
En el caso es imprescindible para la democracia uruguaya, que el presidente de la República se manifestara de forma clara y contundente sobre el fallo de condena. Pues es la máxima autoridad que elegimos los uruguayos para defender los valores republicanos y el propio estado de derecho. Sin embargo, no ha reconocido -hasta el momento- que se equivocó cuando relativizó la denuncia ni tampoco se ha solidarizado con las víctimas del espionaje probado.
No hubo ni la más mínima empatía no ya con representantes de la oposición ni excolegas legisladores (antes de ser presidente compartió cámara con los involucrados), sino que no tuvo la virtud de interpretar que más allá de las personas hay miles de uruguayos a los que representan. Tan siquiera por respeto republicano debió romper el silencio autoimpuesto.
El silencio, a veces, puede tener un efecto contrario al buscado, al punto de convertirse en un grito ensordecedor por la contundencia de su manifestación. Así se muestra cada 20 de mayo en que los uruguayos hacemos sentir su estridencia sin emitir ningún decibel.
El silencio también se mide por el intérprete ocasional que lo produce, y así como el pueblo uruguayo es uno altamente calificado, el primer mandatario es alguien que califica la magnitud de su existencia.
El silencio en la Torre Ejecutiva en el caso del espionaje a senadores de la oposición es una mala señal que debiera corregirse rápidamente, para evitar que se disparen múltiples conjeturas.
Mucho más cuando queda por saberse quien fue el que dio la orden de espiar…
el hombre hizo silencio,
el perro esperaba algún grito…
Fernando Gil Díaz – «El Perro Gil»