Tiros en la madrugada

En mi barrio se había calmado la furia pero en los últimos meses se ha vuelto una constante los repiqueteos de pistolas automáticas que cortan el silencio nocturno. Y lo hacen de una manera trágica, porque sabemos que atrás de esos estruendos hay violencia, dolor y -muchas veces- muerte.

La sensación de inseguridad que dejan esos sonidos, que se han naturalizado en algunos barrios, es latente. Es cierto que hubo un tiempo de calma, fue cuando surgió el PADO, una forma de policiamiento altamente especializado que rompía las rutinas y respondía concretamente a los mapas del delito que arrojaban las denuncias. Esa presencia policial en los horarios donde había mayor ocurrencia criminal, permitieron pacificar muchas de las zonas rojas que empezaron a mutar al verde rápidamente.

Tras el cambio de gobierno, la lógica (y los buenos resultados acumulados), permitían pensar en la continuidad de aquel eficaz patrullaje, sin embargo ocurrió lo contrario. ¡Que vuelva el PADO!, reclaman en los barrios, mientras siguen sonando los tiros en la madrugada…

Fuego cruzado

Si el anuncio de cifras de homicidios antes de cerrar el mes había sorprendido a muchos, lo que siguió después pareció confirmar el desacierto. Una sucesión de muertes ese fin de semana (y de mes) de Octubre sellaron por completo la imagen de un improvisado Ministro al que nutren de desinformación de manera contumaz.

Es que pretender manejar el Ministerio del Interior únicamente con carpeta política no alcanza, a ella hay que sumarle profesionalismo en la materia porque de lo contrario los efectos de tamaña incapacidad lo sufre la población. Y todo parece indicar que estamos a la deriva porque a poco de empezar a moverse de nuevo la economía y dejar atrás la pandemia, los eventos de inseguridad campean. Encima, se conocen episodios de corrupción policial que manchan la gestión que empieza a ser amenazada por una delincuencia en crecimiento.

No alcanza –tampoco- con el blindaje mediático, para contener una gestión en base a información subjetiva que omite difundir todo lo que antes ocupaba sendos espacios informativos. Cómo será la cosa que hasta renuncian corresponsales del que fuera el informativo más visto de la TV abierta uruguaya, motivado en una gestión que responde a intereses alejados de una prensa que se diga independiente.

Basta con recorrer los barrios de todo el país y conversar con los vecinos para conocer la realidad de la seguridad; a pesar del relato que siguen matrizando de manera hasta por demás ridícula. No hay barrio que no reclame la presencia policial de antes, ese patrullaje que ya no se ve. Y que es una de las explicaciones de esta realidad nocturna que empieza a generar honda preocupación en muchos de nosotros.

Porque es esa ausencia de Policías en la noche uruguaya la que permite ese descontrol violento que se resume en tiros y muertes. Es esa suerte de zonas liberadas la que permite -ante la notoria ausencia de la autoridad policial- la guerra entre bandas y con ella los que ahora sí se califica sin remordimientos como ajustes de cuentas. Lejos quedaron las críticas que hacían pie en esas definiciones catalogándolas de excusas, sin embargo hoy usan los mismos argumentos para justificar una realidad que desconocían y que les explota en la cara sin tener respuestas atinadas para enfrentarla.

Extrañamente acumulan expresiones como que «los asesinatos son difíciles de prevenir», o la descarnada confesión del extinto Larrañaga cuando afirmaba que «se la están dando entre ellos». 

Instalaron una maquinaria propagandística que les rindió durante la pandemia, porque fueron a favor de aquella y, mientras producía el letargo criminal, no tuvieron mejor idea que atribuirse dichos efectos como fruto de su recién llegada gestión. Tienen el mérito -exclusivo- de haber instalado al Uruguay como el único país que se atribuye el mérito propio de la baja de los delitos producidos por la pandemia. Y encima, lo afirman en base al «respaldo» político que hoy dicen darle a la Policía, como si con ese respaldo fuera suficiente para parar la olla policial, dotarle de tecnologías y de conocimiento a la hora de formarlos para la función. 

Lejos de ello, tomaron decisiones que fueron a contramano del profundo proceso de transformación de la Policía Nacional. Así, la promocionada descentralización del PADO (sacándolo de la jurisdicción exclusiva del Centro de Comando Unificado, para entregarla a cada Jefatura Departamental), significó otorgar un poder discrecional a cada Jefe de Policía para disponer a su antojo de un núcleo de recursos policiales sin destino fijo, con los cuales cubrir los servicios que se le caen a diario. Una especie de bolsa de trabajo de la que sacar Policías para cubrir otros servicios, antes que profundizar un patrullaje especializado que diera respuesta efectiva y real a la delincuencia siguiendo los patrones de comportamiento que arrojan los mapas de calor producidos a partir de las denuncias.

Pero todo tiene su razón de ser, pues al precarizar el registro de denuncias, no fomentar las mismas, dificultar el acceso de la población para denunciar rápida y eficazmente los eventos sufridos, deriva en la depreciación de los mapas de calor que pierden valor efectivo en cuanto a representar verdaderamente lo que pasa en los barrios.

Tristemente asistimos a una devaluación de la Policía Nacional, no solo por esa forma de gestionar con viejos vicios y prácticas, sino por el recorte de presupuesto que hizo esta administración negándole recursos y evidenciando -por la vía de los hechos- que la seguridad no es una prioridad como decían. Y se sabe que cuando se cortan los recursos, hay espacio libre para la corrupción, que intenta suplir esa carencia.

Los tiroteos se hacen cada vez más recurrentes en los barrios de todo el país, no solo de la zona metropolitana. Los daños colaterales ya se sufren con vecinos que temen por sus familias y deben encerrarse temprano para no quedar en medio de un fuego cruzado inesperado, como el que le costó la vida a una cuidacoches de la Ciudad Vieja. 

Los homicidios van marcando una triste tendencia de crecimiento descontrolado sin que las autoridades puedan ponerle freno. Los episodios de violencia extrema se multiplican de manera creciente. 

Es hora de tomar en serio el problema, antes que sea demasiado tarde.

el hombre se encerraba temprano,

el perro rascaba la puerta para entrar…

Julio Fernando Gil Díaz
«El Perro Gil» 

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