“El 8M es en sí mismo un acto político, y no corre en paralelo a todas las luchas que enfrentamos diariamente”
Este 8M miles de mujeres marchamos, en distintas partes del país, todas juntas contra todas las opresiones, en un contexto que ha estado marcado por el ascenso de discursos conservadores, y de retroceso en relación a nuestros derechos y a los avances logrados para garantizarlos.
Los hechos de los últimos tiempos que han salido a la prensa son la punta del iceberg de violencias que sufrimos las mujeres todos los días y que han generado aún más rebeldía. A pesar de la propaganda del gobierno contra una de las movilizaciones políticas más grandes del año, cada vez más mujeres de todas las edades nos movilizamos por una sociedad en donde estar viva y habitar los hogares y el espacio público sin violencia por ser mujeres no deba ser parte de una reivindicación.
El sistema de inequidades e injusticias que hace al funcionamiento de esta sociedad capitalista, tiene entre sus caras más duras la violencia cotidiana hacia las mujeres, y en particular hacia quienes la tienen más jodida: las mujeres que viven de su salario, las mujeres pobres, racializadas, con personas a cargo.
El cuidado de los hogares y las personas sigue recayendo principalmente en nosotras, seguimos ganando en general menos, seguimos siendo peor ponderadas para muchos puestos de trabajo y en particular para roles de poder y decisión. Cabe seguir entonces luchando por lo obvio: debemos garantizar igualdad de oportunidades y perspectiva de vida digna y derecho a existir a un grupo cuantitativamente muy significativo de personas, nada más y nada menos que a la mitad de la población. Y esa mitad de la población que venimos a representar las que nos identificamos mujeres, no se conforma con que esa deuda histórica siga pendiente.
Las marchas y concentraciones de este 8Mr, como las anteriores, evidencian una movilización extremadamente convocante y un movimiento que existe en base al trabajo de muchísimas organizaciones de distinto tipo, con distintas reivindicaciones, distintos enfoques, distintas prácticas, distintas metodologías.
En esa diversidad, algunas organizaciones colocamos el Si por derogar 135 artículos de la LUC, porque entendemos que lo más regresivo de esta ley nos pega fuerte a las mujeres. El 8M es en sí mismo un acto político, y no corre en paralelo a todas las luchas que enfrentamos diariamente, como no lo hizo ni lo ha hecho ningún mojón de movilización. Tampoco el 8M corre en paralelo a la reivindicación de los derechos de las mujeres, y la resistencia al retroceso en esos derechos es una obligación histórica.
Entre lo más preocupante de esta ley está que empeora el abordaje específico de la violencia basada en género a través de cambios en el esquema institucional para atenderla, que reduciría los recursos para ello -menos lugares de denuncia, menos funcionarios, peor distribuidos- y prevé la designación de una persona que lidere sin necesidad de que esté formada en el tema. También compromete el seguimiento y control a quienes han ejercido violencia, haciendo referencia a que el agresor debe preservar el dispositivo rastreador que se le coloque con la conducta de un “buen padre de familia” -concepto que parece más un mal chiste que algo pasible de ser evaluado por la ley en el contexto de una situación de violencia basada en género-, y simultáneamente reduce las sanciones por romper estos dispositivos a multas económicas.
El golpe al acceso a la vivienda también es un particular problema para nosotras, ya que la mayoría de hogares monoparentales donde habitan niños y niñas son sostenidos por mujeres que viven de su trabajo, y es ahí donde pegará la cara más dura de la vulnerabilidad para quienes acceden a la vivienda de formas más precarias. No hablamos de una abstracción o de cosas que pueden suceder en el futuro, son cosas que ya están pasando y que nos perjudican inevitablemente.
Nuestra lucha histórica pone, sobre todo, desafíos a futuro. Desafíos para avanzar hacia la igualdad plena, donde el rumbo de nuestras vidas no esté restringido por nuestra condición de mujeres, donde no seamos violentadas cada día. Desafíos también desde la organización y desde lo metodológico. ¿Cómo llegar a muchas más mujeres en todas partes?, ¿cómo hacer que la igualdad esté en la agenda de todo lo que hacemos?, ¿cómo lograr que sea parte de la óptica con la que todas y todos miramos el quehacer político en general?, ¿cómo trabajar para erradicar la violencia basada en género de los espacios?, ¿cómo apuntar a que crecientemente la preocupación y las acciones que llevamos adelante sean patrimonio de todas y todos?
Tratando de responder a algunas de estas preguntas, la UJC ha sido y es parte del proceso de cambio que implica reconocer, identificar y generar acciones también desde las organizaciones para trabajar por la igualdad plena. Interpelándonos, discutiendo y definiendo colectivamente, hemos avanzado hacia la paridad en nuestra dirección nacional, hacia la creación y puesta en marcha de un protocolo de recepción de denuncias por violencia basada en género, hacia espacios de encuentro y discusión entre mujeres como usina para seguir profundizando y modificando nuestro trabajo. Tenemos por delante aún un trabajo político muy fuerte para que todas nuestras acciones y perspectivas sean transversalizadas por una mirada feminista, no es fácil avanzar en ello, pero para transformar debemos transformarnos.
El feminismo apunta a revolucionarlo todo, y es incómodo, porque interpela y se mete en las individualidades, en los hogares, en las aulas, en los vínculos de amistad y de pareja, en el trabajo y en la calle, en las organizaciones políticas y las instituciones. Hay que poder incorporarlo con toda la revisión y autocrítica que implica, y modificar nuestras prácticas entendiendo que lo personal es político, si -pero no al revés-. A diferencia de lo que alguna religión ha querido enseñarnos, y parafraseando a Angela Davis: no aceptamos lo que no podemos cambiar, estamos cambiando todo lo que no podemos aceptar.
UJC