Cuando se vaciaron las cárceles de la dictadura

Gabriel Mazzarovich

Cuando conmemoramos los 40 años ininterrumpidos de democracia es importante recordar los hechos principales que hace cuatro décadas marcaron su recuperación.

El 14 de marzo de 1985 se vaciaron las cárceles de la dictadura. Ese día cerca de 60 presas y presos políticos recuperaron su libertad y no quedó ningún compañero o compañera presa.

La libertad de las y los presos políticos era una cuestión central para todas y todos quienes luchamos contra la dictadura. No aguantábamos un día más de la democracia reconquistada con compañeras y compañeros presos. Así de sencillo. Así de duro. Sin embargo, tuvieron que pasar dos semanas para que lo lográramos. Y cuando se logró fue una explosión popular enorme. Si hubiera una manera de medir la energía humana liberada ese día se habrían roto todos los registros.

Querida lectora, querido lector, fue difícil festejar en la calle la democracia, sacar las banderas, recuperar locales y, a la vez, tener compañeras y compañeros presos, por esas mismas banderas que estábamos levantando en las calles.

La discusión política

El daño causado por la dictadura fascista a la sociedad fue de tal magnitud que persistían las llagas abiertas, por todos lados. Había que restituir a miles de trabajadores públicos, con los trabajadores de la actividad privada, despedidos por miles, fue mucho más difícil. Caía la intervención en la Universidad de la República y las autoridades legítimas retornaban. Se festejó el retorno de Hugo Villar al Hospital de Clínicas con una enorme pancarta que decía: “Bienvenido compañero director”. En cada espacio de la sociedad se daba esa batalla de la democracia por avanzar y la dictadura que no se quería ir. Pero había dos situaciones que lastimaban especialmente: las y los presos políticos y las y los desaparecidos y asesinados.

Las denuncias sobre los desaparecidos y los asesinados cobraban fuerza, se instalaban en el Parlamento Comisiones Investigadoras. Con ese dolor y esa incertidumbre, en esos días era central lograr la libertad de las y los presos. Con el apoyo de todo el Frente Amplio, los sectores wilsonistas del Partido Nacional, el Movimiento Nacional de Rocha y la Corriente Batllista Independiente del Partido Colorado, se presentó un proyecto de Amnistía General Irrestricta. Se oponían y planteaban una amnistía con restricciones, la lista 15, que respondía al presidente Julio María Sanguinetti, la 85, que respondía al vicepresidente Enrique Tarigo, y el Pachequismo, en el Partido Colorado y el Herrerismo en el Partido Nacional. Además de los sectores fascistas, con uniforme y sin él, que presionaban, amenazaban y chantajeaban de todas las formas posibles para impedirlo.

El 6 de marzo en Diputados se aprobaba por mayoría la amnistía, pero esa votación fue modificada. El Senado votó por mayoría un nuevo proyecto de ley que recogía elementos del aprobado en Diputados, pero incorporaba elementos del proyecto de “pacificación” del Poder Ejecutivo, los condenados por delitos de sangre, serían sometidos a la Justicia Civil que reconsideraría sus casos y juzgaría su inocencia o culpabilidad, en este último caso, se consideraría que la pena ya había sido cumplida. 

El 9 de marzo, La Hora titulaba “Libertad de presos cuestión de horas” y agregaba: “Van 9 días de democracia quedan 234 patriotas en prisión”; anunciaba que las presas enviaron un mensaje por el Día Internacional de la Mujer desde Cárcel Central y publicaba la ley aprobada de 27 artículos, destacando, con razón, lo que era central: “posibilita la libertad de los presos”.

La cárcel y su lugar en la represión

La dictadura impactó de múltiples maneras a la sociedad para imponer un modelo económico y social que solo benefició a la oligarquía financiera, industrial y agropecuaria, de sometimiento al imperialismo y para cortar el proceso de acumulación de fuerzas popular.

Sus consecuencias más dolorosas fueron los 197 desaparecidos y desaparecidas y los más de 100 asesinados y asesinadas en la tortura y en prisión. Las modalidades principales de represión en Uruguay fueron la prisión prolongada y la tortura. Hubo más de 15 mil presas y presos, 7 mil de ellos procesados por la Justicia Militar, sin ningún tipo de garantías. Todas y todos fueron torturados. Sufrieron prisión y tortura adolescentes, niñas y niños.

La cárcel y la tortura fueron herramientas de represión y disciplinamiento social. Su utilización no empezó en la dictadura; si bien fueron aplicadas desde antes, hay un momento de inflexión: 1968 con las Medidas Prontas de Seguridad del gobierno del Partido Colorado, encabezado por Jorge Pacheco Areco. Se encarceló y se torturó en los 19 departamentos del país, en más de 30 establecimientos militares y policiales, lugares clandestinos, se usaron hasta locales sindicales y centros educativos. Participaron el Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea, la Policía, se coordinó, en el marco del Plan Cóndor, con las dictaduras que asolaban la región y con la CIA. 

Se buscó destruir a miles de personas, a sus familias y usarlas como como instrumento de miedo. A eso le queríamos poner fin, a esa inmensidad.

Una explosión popular

Cada presa o preso que recuperaba la libertad recibía el cariño de su familia y el del pueblo. Íbamos con banderas a recibirlos. Cuando el padre o la madre iba a la escuela o al liceo por primera vez a acompañar a sus hijos e hijas, era una fiesta. Cuando subían con su cabeza rapada a cero al ómnibus no les cobraban el boleto y los aplausos los recibían. Lo que los fascistas quisieron usar como símbolo de miedo, nuestro pueblo lo transformó en símbolo de dignidad. 

Eran diarias las liberaciones. La Hora tiene notas en las casas de los recién liberados y liberadas. Uno de ellos dejó una definición conmovedora: “La prisión es un lugar de lucha. Fueron años de unidad y de lucha, no en las mejores condiciones, pero hicimos lo que pudimos, lo demás lo hizo el pueblo”.

En esos días vivimos cosas como la devolución del local de la 20, del Seccional Sur del PCU, que se anunciaba iba a llevar el nombre de Luis Eduardo Arigón, desaparecido por el fascismo.

Pero a la vez enfrentábamos las amenazas. El 3 de marzo se da la noticia de que militantes de la UJC fueron detenidos en Salto por la Policía cuando colgaban carteles de “Viva la democracia”. El 4 de marzo de los atentados contra dos locales frenteamplistas.

Los sectores fascistas amenazaban con volver, en Argentina los militares desafiaban abiertamente al gobierno de Raúl Alfonsín. La tensión era enorme.

Pero no nos rendimos. Tomamos las calles, con un solo grito: “Liberar, liberar, a los presos por luchar”.

Y hubo dos días que cambiaron todo: El 10 de marzo y el 14 de marzo. El 11 de marzo, el título de La Hora fue: “193 liberados, triunfo de la lucha de todo el pueblo. Aún quedan 63 patriotas presos”. Y el 15 de marzo, cuando vencía el plazo marcado por la ley recién aprobada: “El pueblo dio la bienvenida a los últimos presos de la dictadura”.

El 10 de marzo fuimos decenas de miles al Penal de Libertad. La noticia corrió de boca en boca: “Liberan a los compañeros”. Cada quien fue como pudo, en camiones, hasta caminando. La Ruta 1 era un mar de banderas. Había un dispositivo militar. Nos decían: “No pueden pasar”. Les respondíamos: “No queremos pasar, queremos que salgan y no nos vamos”. Germán Araújo con un megáfono, en aquel mar de gente, ubicaba a las familias, gritando los nombres de los liberados. 

Es imposible transmitir con palabras lo que vivimos. Los abrazos interminables, la respiración nasal de los compañeros, el llanto de miles. Los gurisitos y las gurisitas prendidas de sus padres. Una pregunta de una niña que me quedó grabada en el corazón: “¿No nos van a separar nunca más Papá?”. ¿Cómo se cuenta eso? No tengo la menor idea.

Una pareja de trabajadores de San José que habían ido con su hijo recién nacido en brazos y se lo mostraron a un compañero que recuperaba su libertad, como un homenaje. Y él, como si fuera lo más natural, lo agarró en brazos y solo les dijo: “Gracias, que linda es la vida”.

La escena se repitió más tarde en la Cárcel Central, donde habían llevado a las compañeras. Verlas asomar a las camionetas policiales con el puño en alto y una sonrisa hermosa. 

Ver a un padre, recién liberado él, con una bandera del FA y su hijo, esperando a su compañera y a la mamá del niño. El abrazo de la compañera con ese niño no se puede describir. 

Las compañeras, heroínas de la lucha por la libertad. Sí heroínas, eso eran, eso son.

No queríamos que estuvieran un segundo más en manos de los fascistas. ¿Me explico? No, que me voy a explicar.

Teníamos al lado a las y los familiares de los desaparecidos y de los asesinados, cuya angustia, que es nuestra, ese día no terminó. Nos quedaba y nos queda la batalla, irrenunciable, por verdad y justicia.

La memoria es parte de esa batalla. Y en la memoria, personal y colectiva, debe tener el lugar que se merece el día en que vaciamos las cárceles de la dictadura. El día en que la dignidad venció al miedo. El día en que respiramos un poco más libres.

Compartí este artículo
Temas