Gonzalo Perera
Suele decirse que el trato que una sociedad brinda a los dos extremos de la vida, a la primera infancia y a los adultos muy mayores, es un claro indicador de la sensibilidad de la misma. Bien podría decirse que el lugar que ocupan los jóvenes y los adultos veteranos pero aún en plenitud, indica la inteligencia de la comunidad.
Se comenta, y con cierta razón, que no hay suficientes jóvenes en los comités de base, o que el promedio de edad en las organizaciones de la izquierda es elevado, o que la incidencia de la izquierda entre la generación de los primeros votantes ya no es la misma que antes. Muy probablemente todo esto sea cierto. Sin embargo, es lamentable el discurso que suele suceder a esas afirmaciones, que a menudo culpa exclusivamente a la juventud, a la que se trata de individualista o indiferente.
Buenas razones hay para no “comprar” ese discurso que desconoce la rebeldía y capacidad de sintonizar causas colectivas en las nuevas generaciones. Veamos imágenes de una marcha del 8 M, por ejemplo. Entre mujeres de todas las edades, sobresale claramente una inmensa cantidad de mujeres jóvenes, muy jóvenes. Veamos imágenes de una marcha del silencio del 22 de mayo, día de la Memoria, Verdad y Justicia en la agenda de nuestro pueblo. Entre la multitud muy plural, se hace muy ostensible la presencia de grandes masas de jóvenes. Lo mismo pasa en las marchas por la diversidad, o las movilizaciones en solidaridad con el pueblo palestino, o en casi cualquier causa justa, asociada con rebelarse y no mirar para el costado.
No hay, en ninguna sociedad, una masa abstracta y homogénea llamada “juventud”. Hay jóvenes y jóvenes. Es harto evidente que en este país hay una gran cantidad de jóvenes dispuestos a ponerle piel, horas, pensamiento y militancia a muchas causas colectivas, Puede que haya otros jóvenes que practican la indiferencia, pero acusar genéricamente de dicho mal a la “juventud” es una grosería y un desconocimiento total de nuestra sociedad.
Es para hilar más fino, y eso excede el alcance de ésta página, la diferencia que hay entre las multitudes que convocan las causas concretas antes aludidas y la cantidad de jóvenes que tienen filiación orgánica política o social en el campo popular. Esa brecha existe y seguramente su explicación sea multicausal. Y claramente bilateral: habrá pasos que no dan algunos jóvenes, pero seguramente habrá también puertas que las generaciones mayores no sabemos abrir para dejar pasar a las nuevas generaciones.
Sin pretender un análisis que, como se ha dicho, debe ser fino y claramente excede las posibilidades de esta página (y de este escriba), conviene pensar si este fenómeno es nuevo o si tiene ya historia previa.
Disculpando la autoreferencia, a la que recurro solamente para hablar de lo que más de cerca conozco, permítanme describir mi generación. Fuimos los que votamos por primera vez en 1984, los que vivimos la caída de la dictadura. Una generación por lo tanto sumamente politizada. Toda mi generación tenía muy claro a quién iba a votar al menos un mes antes de las elecciones, y había de todo como en botica. Pero así como cacerolas contra la dictadura reventamos prácticamente todes, así como participamos una gran cantidad de nosotres en marchas como las tres grandes del 1983 (1° de Mayo, Marcha del Estudiante y el Río de Libertad del Obelisco), militando de forma sistemática en el movimiento estudiantil (legal o clandestino), éramos un porcentaje menor. Ni hablar de afiliados a una orgánica partidaria (nuevamente, legal o clandestina): éramos, en términos relativos, unos pocos. Pero esa generación después se topó con el mayor esfuerzo desmovilizador del campo popular que se haya visto (el primer gobierno de Julio María Sanguinetti), y apenas un lustro después entró en la era de Lacalle, Menem, Tinelli, Fido-Dido y “hacé la tuya”. Y para ese entonces, militando a nivel gremial, ya éramos muy pocos. A nivel partidario, ni hablemos. Este recuerdo tiene una moraleja evidente: seria un claro ejercicio de pensamiento mágico el que, ya de grande, uno tuviera la aspiración que las generaciones jóvenes no muestren una realidad similar a la que me tocó vivir a mí cuando tenía su edad. Si algo no pueden o saben hacer los jóvenes de hoy, no lo supe hacer yo entonces, por lo cual difícilmente me podría sentir autorizado a cuestionar.
Naturalmente que alguien puede decir que en otras generaciones la realidad puede haber sido distinta. Pero me atrevo a aventurar que salvo verdaderas excepciones, hay cosas que responden más a la selectividad de la memoria que a su ejercicio fidedigno.
Hay otras cosas que se repiten generación tras generación. Cada nueva camada tiene costumbres, dichos, vestimentas, músicas e incluso formas de insultar que son completamente ajenas a la generación de sus ancestros y que no pocas veces les horroriza. Si cuando ya hace mucho que no merecemos el adjetivo de jóvenes, no nos acordamos de cómo escandalizamos a nuestros mayores cuando éramos jovencitos, es imposible que empaticemos con la – necesaria, a mi juicio- diferenciación de quienes hoy son jóvenes y tratemos de entenderlos que se rebelan, despegan y si pueden escandalizan, tanto como cada generación lo hizo con la precedente.
Puede que hoy todo sea más visible, más difundido, más veloz, pero hay fenómenos que son más bien esenciales al desarrollo de la sociedades humanas, sobre todo en sus dimensiones psicológicas y culturales. La rebeldía es en parte necesidad de diferenciación, pero no debe jamás menospreciarse ni mirar como “superado”, como si fuera una suerte de acné. No, hay rebeldías que nacen en la adolescencia y que son compromiso de vida, formas de tomar partido por la vida. El gran desmovilizador Sanguinetti repetía, como si fuera original o inteligente. que una persona sana es socialista a los 18 y deja de serlo a los 40 o 50. Equivocadísimo. Ni todo el mundo es socialista a los 18, ni todo el mundo se “modera”con el paso del tiempo. Muy por el contrario, hay quien a los 15 es rebelde, a los 30 más rebelde y a los 60 está absolutamente convencido que la única salida razonable, sensata, a la crisis ambiental, a la amenaza de la guerra y del armamento nuclear, es hacer trizas el sistema capitalista global que consume lo que no necesita, que extrae lo que no se repone, que explota hasta matar y que destruye hasta la posibilidad de un futuro cercano.
Uruguay, no por demografía sino por cultura, tiene dificultad para abrir el pasillo para que pase la juventud, para hacer las cosas a su modo, tomando lo mejor que entiendan del pasado, pero a su manera y forma, con sus innovaciones de todo tipo, desde el lenguaje hasta las visiones del mundo. Por ejemplo, la demografía uruguaya y la francesa no son muy diferentes. Los altos cargos públicos y de conducción en la esfera privada, en Francia, promedialmente no superan las cuatro décadas de vida, algo impensable en Uruguay.
Pero Uruguay también recae en el otro extremo: menospreciar al que la remó, la luchó y aún tiene mucho para aportar, pero sin necesidad de sangrarlo.
Por eso en condiciones muy adversas recolectamos firmas para tirar abajo la peor reforma jubilatoria, la del despojo, Por eso tanto joven se sumó a esa causa.
La verdadera edad del revolucionarie la pauta las ganas de cambiar el mundo que tiene y de escuchar a quien es diferente.
Porque la juventud siempre debe relevar. y si es desde el rico aporte de las diversas miradas y generaciones, releva más y mejor.
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Movilización por el día de los mártires estudiantiles. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.