20240622/ Javier Calvelo / adhocFOTOS / URUGUAY / MONTEVIDEO / En el marco de la campaña electoral hacia las Elecciones Internas en el Frente Amplio la precandidata Carolina Cosse cerró su campaña en Montevideo con un acto en el Club Aguada. En la foto: Durante la previa del acto de cierre de campaña de Carolina Cosse hacia las Elecciones Internas en el Club Aguada en Montevideo. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS

La única confrontación

Gonzalo Perera

Para junio del 73, las fuerzas más reaccionarias de la derecha habían logrado hacer confluir múltiples actores. Entre ellos, y desde un lugar netamente imperial, único jugador que podía subir o bajar el pulgar a todos los demás, estaba, fuerte y clara, la voz de los intereses geopolíticos del Departamento de Estado de USA, con su obsesión por evitar en el cono sur una nueva Vietnam, una nueva Cuba o una nueva experiencia como la de Allende en Chile, porque “su patio trasero” no podía generarles dolores de cabeza. En un segundo lugar, pero absolutamente indispensable, un reducido conjunto de actores económicos, algunos de carácter corporativo multinacional, otros clanes familiares de la oligarquía vernácula acostumbrados al privilegio incuestionable y con notoria filiación cipaya.  Para quienes una organización popular que osara cuestionar sus grandes negocios era merecedor del más duro y aleccionador castigo. En esos tiempos, además, esta aristocracia sin título diversificaba su accionar, y a su tradicional presencia en la oligarquía rural, sumaba un creciente interés por hacer de Montevideo una fuerte plaza financiera y por ende, ámbito de circulación de voluminoso fondos, algunos de origen lícito y otros extraordinariamente lucrativos y no se pregunte más. En tercer lugar estaban los cerebros que entendían cómo anudar los intereses previamente citados con la política partidaria más tradicional del Uruguay , en que la corrupción y decadencia había ganado insólitos espacios. Era un grupo de economistas confesionalmente neoliberales, que desde 1968, habían comenzado a elaborar el plan de saqueo masivo de la población uruguaya más audaz de la historia, largamente superior, por sus efectos, a una invasión militar extranjera. La fría y tan mal usada inteligencia de estos actores, sumados a los reflejos autoritarios de la oligarquía local, había permitido, con participación crucial del jefe de orquesta (USA), incorporar a esta trama a un actor que en Uruguay hasta entonces había sido excepcionalmente esquivo (en comparación a la región) a las tramas palaciegas ajenas a la Constitución y las leyes: los militares y las fuerzas de seguridad del Estado en general. El 27 de junio de 1973, en la disolución de las cámaras y decretos dictatoriales firmados por Bordaberry, confluían todos los niveles de actores anteriores, de forma coordinada y aceitada: el poder imperial, los grandes intereses económicos y financieros cipayos, los economistas predicadores del neoliberalismo, lo más degradado de las divisas políticas fundacionales (blanca y colorada) y los militares entrenados y dispuestos para ejercer el terrorismo de Estado.

En el bando antagónico, se había dado un extraordinario proceso de acumulación, a lo largo de décadas, que llevaron a hechos únicos en el mundo, como la conformación de la central única sindical, la CNT y la confluencia de todo el espectro de sectores defensores de derechos, políticas sociales avanzadas, posiciones internacionales soberanas y anti-imperialistas, herederas del verdadero legado artiguista, en un proyecto signado por la esperanza: el Frente Amplio. Las clases trabajadoras, gran parte de las capas medias, la pequeña y mediana producción, veían sus intereses  (opuestos a los que custodiaba y propiciaba la dictadura) reflejados en esta expresión popular. La CNT respondió inmediatamente al golpe con la Huelga General que marcaría desde el comienzo las barreras insalvables para los terroristas de derecha, con y sin uniforme, al tiempo que el FA se movilizaría de manera intensa (a las cinco de la tarde del 9 de julio, por ejemplo) contra la dictadura y todo el campo popular pasó a ser obsesión de la insanía represiva.

El próximo 30 de junio, mientras los medios hegemónicos, la derecha  y algunos actores más, intentan convencernos que la decisión más relevante en juego es si sería Carolina Cosse o Yamandú Orsi quien encabece las filas del FA hacia octubre, encuestas, opinólogos y un demasiado largo etc. mediante, en realidad la disyuntiva es sorprendentemente idéntica a la de 51 años atrás.

La única confrontación que el 30 de junio sube con toda intensidad al escenario de los actos partidarios, es la contraposición de dos modelos de país, de sus apoyos, sus lineamientos estratégicos, los intereses que representan y las acumulaciones que sintetizan.

Por un lado, en absolutamente cualquier manifestación del arco multicolor, está, con palabras más o menos crudas, con mejor o peor marketing, el malla oro: la oligarquía, los grandes sectores financieros, los broadcasters por derecho divino, el alineamiento al Departamento de Estado (sea en sabor Biden o Trump), los defensores de la plaza financiera donde tanto se zurce como se lava o se plancha, los obstructores de la Memoria, Verdad y Justicia, los que han hecho de la corrupción a lo largo y ancho del Estado el motor de las noticias cotidianas más trilladas.

Por otro, la necesaria victoria del FA para habilitar a un pueblo suficientemente organizado a gestar no sólo un gobierno, sino un proceso político de defensa, recuperación y avance en materia de derechos, de todos los derechos. Eso, vale acotar a la pasada, también pasa por opciones que se tomarán en octubre, como en  la consulta popular sobre las jubilaciones y pensiones. Pero avanzar requiere inexorablemente que las urnas avalen el programa del FA, para que desde sus lineamientos, los sectores populares construyan una nueva y más profunda trama de  derechos. Vale observar que la expresión usada, de que el aval al programa es lo que abre el paso a los actores  (en suma, sectores populares organizados), no es mera floritura. Los programas pensados, como a menudo nos ocurre, como documentos, son el reflejo de ideas, proyectos, planes y no hay texto per se capaz de cambiar la realidad. La vida se cambia desde la vida, la sociedad se transforma para avanzar desde sus mismas raíces, cuando hay suficientes personas organizadas para ponerle carne, pienso y concreción a los planes. Por ende, si bien desde estas páginas hemos dicho que Carolina es quien mejor refleja en su discurso y trayectoria política ese abrir las puertas a las transformaciones populares, a nadie le puede caber la menor duda que, sea cual sea el resultado del 30 de junio, nuestra tarea primordial a partir  del 1 de julio seguirá siendo organizarnos como pueblo que quiere concretar las profundas transformaciones que las grandes mayorías necesitan y para las cuales el programa del FA  brinda un  marco de canalización.

Si se deja de atender la noticia más ruidosa, el opinólogo más provocador y otras formas más o menos infelices de pretender hacer circo de las elecciones internas, vaciarlas de opciones reales, presentándolas como algo simple: elegir la cara que verás actuar más o menos de igual modo, con la permanente letanía subyacente de “son todos lo mismo” (lema de quienes operan ferozmente para algunos) y eso aparece como la única confrontación del 30 de junio.

Pero es bien diferente la cuestión, tenemos por un lado, el proyecto del saqueo a las grandes mayorías populares, la consagración de privilegios, de sometimientos y tanta represión como sea necesaria para intentar eliminar rebeldías que lleva adelante la derecha, desde todes les candidates que la representan.

Por otro lado, el proyecto de las grandes mayorías populares, liberador y dignificante, que corresponde al pueblo organizado impulsar su concreción, desde un nuevo período de apuesta a la esperanza con el FA.

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