Por Santiago Manssino
El 23 de enero de 1940 nacía Jorge Mario Varlotta Levrero en Montevideo Escritor singularisimo, inclasificable, Levrero nos muestra ser uno de los escritores más audaces en el terreno de la imaginación que han dado estas tierras.
Eligió para firmar sus obras su segundo nombre y su segundo apellido. Se vinculó en la década de 1960 a la neovanguardia, participando en revistas como Los huevos del plata. También participó en revistas de humor, como Misia Dura. En 1970 publica su primera novela, La ciudad, una novela corta de tono muy kafkiano (de hecho se presenta con un epígrafe de Kafka) con la que irrumpe con fuerza en la literatura nacional. Un hombre perdido en una ciudad extraña que funciona con una lógica distinta, las relaciones que establece con los habitantes y con la propia ciudad, que parecería ser el personaje antagonista, un ente cargado de ominosidad, y sus intentos por salir de allí, de esa especie de pesadilla. La ciudad formará parte de lo que luego se denominó la Trilogía Involuntaria, tres novelas agrupadas por un criterio editorial más que por otra cosa, más allá de ser las tres primera, aunque no deja de ser cierto que tienen cierta temática en común; personajes solitarios en un lugares cuya lógica y funcionamiento le son ajenos y hostiles. Las otras novelas que componen la trilogía son París (1980) y El lugar (1984). Tienen además un intenso tono onírico, sobre todo París, y cierto nivel de absurdo y de sinsentido de la búsqueda del ser humano. Se entremezcla allí, está claro, lo fantástico.
En el mismo año de la publicación de su primera novela, publica La Máquina de pensar en Gladys, su primer volumen de cuentos; en él la imaginación sobrepasa los límites, rompe fronteras, desborda el lenguaje, desconcierta y hasta es usada con un humor muy agudo. Se trata de un gran libro de relatos, donde encontramos cuentos como La calle de los mendigos, donde la tarea de desarmar un encendedor puede volverse insospechadamente peligrosa o interesante, o Ese líquido verde en el que un circo irrumpe en una casa.
Levrero, siempre prefiriendo un narrador-protagonista en primera persona, recoge una herencia literaria y la transforma; recuerda por el desconcierto que pueden producir ciertos pasajes (alas que crecen de la nada, cambios repentinos de escenario, cambios del sueño a la realidad y de la realidad al sueño) al Conde de Lautréamont, por lo fantástico, el juego lingüístico y el lugar que se le da al lector a Cortázar, de quien en un momento fue un gran lector; a Kafka, por cierto sentido que encierran sus relatos sobre la imposibilidad humana del entendimiento con el otro; a Felisberto Hernández, por lo extraño de los ambientes que construye, por esa atmósfera siempre en la frontera de lo onírico y de lo real, y esa incertidumbre que genera un narrador cuya percepción es ambigua y en donde se pone en juego los diferentes niveles de la conciencia.
Las otras intertextualidades con las que juega don Mario tienen que ver con la cultura de masas; gran consumidor de novelas policiales, de cómics, de dibujos animados, de revistas de humor y por supuesto, del cine. Realizó inclusive algunos cortometrajes y fue fotógrafo amateur.
Muchos prefieren el último Levrero, el de El discurso vacío (1996) y sobre todo el de La novela luminosa (publicada póstumamente en 2005), que tiene el formato de novela-diario. Se trata de un narrador más intimista, de un tono más existencial, más confidencial, cotidiano, incluso a veces metaliterario, donde también se mezcla el Zen
No desprecio a este Levrero y la que se considera su gran novela; pero me quedo con el otro, el de los cuentos, el de los giros sorprendentes y desconcertantes, el de los relatos exóticos y llenos de pirotecnia como los de Todo el tiempo (1982), el de los sótanos interminables, que esconden un mundo y de los que cuesta años salir; el de la trilogía e incluso el de la novela El alma de Gardel (1996), donde lo cotidiano y lo imprevisible se funden en un solo ambiente.
El laberinto es, quizá, la figura que más se repite en la obra levreriana; el encendedor, el sótano, la ciudad, el conventillo, la conciencia todo es un laberinto; y encontrar la salida no es lo más importante, porque lo importante es su búsqueda, transitar el laberinto, conocerlo.
Levrero fue incluído, con justeza, entre los raros de este suelo por Ángel Rama; decía ser más bien de izquierda, pero su pensamiento estaba siempre en la literatura. Poco reconocido al comienzo, sus seguidores fueron creciendo. Hoy es uno de los autores uruguayos de culto. ¿Es Levrero un escritor de relatos fantásticos? ¿Es Levrero un deformador absurdo y escéptico de la realidad? Quizá es ambas cosas, o haciendo lo segundo entra en lo primero, o al menos lo roza.
Además de los libros de cuentos mencionados publico 5 más: Aguas salobres (19839, Los muertos (1986), El portero y el otro (1992), Ya que estamos (2001) y Los carros de fuego (2004). En cuanto a las novelas, además de las mencionadas publicó Dejen todo en mis manos (1996).
Se trata entonces de uno de los grandes autores nacionales, de los que se disfruta la lectura a la vez que se sospecha en su fondo una tragedia, pero también una esperanza de encuentro y paz con uno mismo.
En sus últimos años dirigió un taller literario. Levrero falleció en 2004, en Montevideo.
Para nuestra suerte nos quedan sus textos, signos complejos de una conciencia lúcida y alerta. Por suerte, también, este suelo oriental sigue dando “raros” al mundo.