Porque la Cultura es un campo donde se generan acciones políticas, quizás las acciones más importantes y profundas.
Enrique da Rosa (*)
Los estigmas, los preconceptos, las naturalizaciones e invisibilizaciones se dan en el campo cultural. En ese campo de construcción cotidiana es donde definimos cómo hacemos nuestra vida con lo que tenemos a mano. Y es en ese ámbito donde debemos dedicar un tiempo superior en cantidad y en calidad política, porque los cambios en la cultura exigen mucha escucha atenta y predisposición a entender al otro.
Es en ese campo cultural que se crea la preferencia por ir al acto del 1º de Mayo, o quedarse en casa y hacer el asado, o marchar por Aparicio hacia Masoller, o marchar por la Diversidad en setiembre.
Ese campo cultural que es tan colectivo y personal al mismo tiempo, es el centro de nuestras identidades, desde él decidimos en que creer, en que votar, y más importante aún desde allí decidimos a que dedicar nuestro tiempo vital.
Todo esto para complejizar el concepto de cultura, o por lo menos para distanciarlo de la sola enumeración de disciplinas artísticas, porque es mucho más que eso.
Y si estamos de acuerdo que es más que eso podemos acordar que las políticas del estilo Centros Culturales de André Malraux (primer ministro de cultura de Francia) ya no son suficientes. Solos no tienen sentido en el mundo de hoy.
¿Qué es esto? Es la política estatal de reunir en UN solo lugar físico TODO lo que se entendía que hacía parte del arte y «cultura» de un pueblo. De alguna manera se extirpaba la cultura del cuerpo social y se la exponía en una sala. O sea, MI cultura está allí encerrada en ese edificio. Sola, sin mí.
Y TODO el universo de cosas, acciones, costumbres y prácticas sociales que no estaban allí adentro de esa sala no eran consideradas parte de la cultura.
Aclaro que acá me refiero a la política estatal de Centros Culturales Nacionales, y no a los centros culturales que nacen de las propias expresiones populares.
Antes de los gobiernos frenteamplistas funcionó así (encapsulando la “cultura” en vidrieras), durante los gobiernos frenteamplistas hicimos esfuerzos para que dejara de ser así, y ahora en épocas post frenteamplistas ese modelo volvió con mucha más intensidad.
Adonde existió un Centro MEC hasta 2019, luego pasó a existir una tapera, y luego sobre esa tapera el herrerismo inventó un Centro Cultural Nacional. De nuevo encerrando allí lo que ellos entienden por Cultura.
Frente a esto algún liberal aggiornado podría proponer: “entonces multipliquemos estos centros culturales por varios para poder tener una gran cantidad de lugares donde tengamos guardada o representada la cultura de cada lugar”. O sea, desconcentración. Es la repetición del mismo modelo en muchos puntos del territorio nacional.
En todo este trajín ha quedado de lado lo más importante de la cultura, las personas. Todas ellas, artistas, espectadores, trabajadores, participantes, todas quedan afuera de esta lógica. Y con cada persona ausente en las políticas estatales de la cultura también dejamos afuera a un territorio.
De la misma manera que cada una de las personas son parte de una época, también lo son de un territorio. Y no es ninguna novedad decir que las culturas también son hijas de sus épocas y territorios. La misma expresión artística se modifica según el tiempo y espacio, porque son expresiones vivas que se modifican con la vida misma de la sociedad en su conjunto.
Recuerdo que nuestro querido Gonzalo Carámbula trabajaba mucho la idea de que la importancia de que la ciudadanía desde sus espacios, fuera creadora y forjadora de su propia cultura.
Para él, la cultura no era una simple agenda de espectáculos, sino que tiene que ver con algo superior, con cómo elegimos vivir en comunidad.
La descentralización es otro proceso diferente, políticamente diferente a la desconcentración.
No se trata solo de quitar la toma de decisiones del centro político y administrativo, replicandolo en otros lugares. Se trata directamente de un proceso de construcción colectiva de la política cultural en su totalidad, tal como una práctica democrática avanzada.
De las políticas públicas frenteamplistas, destaco dos con ese sentido avanzado de la descentralización: las mesas de desarrollo rural del MGAP y los Centros MEC.
En ambos casos las características territoriales de cada comunidad incidían fuertemente en los diseños de políticas. Y con esto me refiero al conocimiento profundo de los actores sociales locales, conociendo los objetivos de cada uno de esos actores, las realidades infraestructurales de cada pueblo (todo lo que hay y lo que no hay), las distancias de las capitales, la capacidad vial, la presencia de las fes religiosas, las preferencias políticas partidarias y cien etcéteras más.
Y claro, las voluntades, demandas, solicitudes, dependencias que cada población tiene agendadas para resolver su futuro.
La diversidad política de nuestro país incluye, como ejemplo, muchos territorios municipales y departamentales que votan a la derecha en las departamentales y a la izquierda en las nacionales.
Esa particularidad territorial exige que toda política cultural descentralizada deba sufrir un replanteo en cada comunidad.
Incluso con la posibilidad de que tenga tiempos y procesos de ejecución diferentes. Y obvio que esta diversidad de planteos genera mayor cantidad de procesos en la maquinaria estatal. Y eso molesta en un Estado que sigue siendo macro cefálico y tacaño.
Porque al fin y al cabo la descentralización no la hace el Estado porque sea positivo para él, la reclama la población porque es efectiva para ella.
Y por eso, para el Frente Amplio y el bloque social y político de los cambios es fundamental transformar nuestro Estado por medio de políticas descentralizadoras
Es cierto que una política descentralizadora no hace por sí sola la revolución, pero brinda autonomía y participación real a la población. Y quizás, soló quizás, desde allí la revolución esté más cerca.
Hicimos bastante en 15 años frenteamplistas en ese sentido, pero nos quedamos cortos. Porque la descentralización exige responsabilidad del Estado para con la gente, porque en ese punto de compromiso que pretendemos la población ya no es un usuario o espectador, es un participante.
Un sujeto social diferente, de quien esperamos una retroalimentación necesaria para la superación de las situaciones iniciales, un sujeto que toma decisiones sobre el presupuesto público, que tiene opinión y voz en la evaluación de los procesos.
Pero ojo, no quiero romantizar, pero este sujeto social no existió en su totalidad en nuestros gobiernos. Hubieron acciones en ese sentido pero muy pocas y con exceso de trabas.
El detenimiento de algunas políticas descentralizadas en el final del tercer gobierno del FA y ahora en el gobierno herrerista significaron un retroceso enorme para la población, porque por un lado las políticas publicas pierden asidero al no tener la población actuando conjuntamente y por otro lado porque esos territorios y realidades volvieron en el tiempo. Realmente, retrocedieron.
Todo vuelve a funcionar dentro del amiguismo y contactos personales. Todos los canales de comunicación y participación creadas se quemaron y con escaso reclamo popular.
Se hicieron muchas cosas en los 15 años de gobierno frenteamplista, pero no se hizo política con la gente directamente. No se pudo politizar a la población, desde el punto de vista de que no se generó en ella la comprensión de que las políticas culturales llegaron a ellas no solo como un derecho, sino también como una demanda. Como una conquista propia.
Y esa ausencia de sentimiento de necesidad y de logro conquistado hace que se naturalice que un día te instalen un Centro MEC y al otro día te lo saquen sin que nadie reclame.
Vuelvo a la pregunta inicial.
¿Por qué queremos cambiar todo en la cultura? Porque una nación solidaria, humanista, democrática, amplia y participativa; y que permanezca en un proceso ascendente de conquista de derechos y eliminación de injusticias sociales, se hace desde la matriz cultural o no se hace.
De nada vale la ley, la norma, el ministerio, el edificio o la institucionalidad sino hay previamente una construcción cultural muy amplia. Llenar de personas los espacios participativos ya existentes y crear nuevos espacios participativos no solo es el proceso de la democracia avanzada, sino que también es el proceso de la descentralización de las políticas culturales.
(*) Integrante de la Comisión de Cultura del PCU.
Foto
La participación de la población es fundamental en el desarrollo de las políticas culturales. Foto: Actividades culturales en una plaza barrial. Intendencia de Montevideo.