El presidente estadounidense, Donald Trump, reconoce que Gaza se ha convertido en un «infierno» para los palestinos. Pero no lo hace para acusar a Israel del genocidio de más de 47.000 gazatíes y de convertir su hogar en un montón de ruinas en dieciséis meses. No, Trump quiere expulsar a los palestinos de Gaza, hacer allí una limpieza étnica, controlar la Franja, reconstruirla como «la Riviera de Oriente Medio» y hacer de ella la punta de lanza de Estados Unidos en esa región.
La apuesta (o despropósito) de Trump, formulada en Washington ante el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, encubre un crimen de lesa humanidad contra el pueblo palestino y revela la intención de recuperar la influencia de EEUU en Oriente Medio, aún a riesgo de provocar una crisis con los países vecinos.
Ni Egipto ni Jordania quieren alojar a los palestinos expulsados de Gaza y ya ven en las pretensiones de Trump un reforzamiento de Israel y una claudicación de los estados árabes ante un neoimperialismo estadounidense que está mostrando sus dientes en todo el mundo desde que el nuevo presidente asumió el poder.
Si a los más de dos millones de gazatíes que quiere erradicar Trump, Israel aprovecha para añadir los tres millones de palestinos de Cisjordania, ya bajo asedio de cientos de miles de colonos ilegales judíos, la catástrofe humanitaria que se desencadenaría sería mayúscula.
Ello llevaría a una inestabilidad regional sin precedentes (ya hay 5,9 millones de refugiados palestinos en todo el mundo, la mayor parte en Jordania) capaz de tumbar a la mayor parte de los gobiernos árabes de la región y crear un sustrato de violencia que podría durar décadas y renovar las revueltas islamistas por doquier.
Las declaraciones de Trump dan un golpe de timón a la política exterior estadounidense, leal a Israel, pero partidaria de la solución de los dos Estados, también el palestino. Lo más preocupante es que abre las puertas a una involucración directa y violenta de Estados Unidos en Oriente Medio, tal y como ocurrió en las guerras de Irak.
Una limpieza étnica por el bien de los palestinos, según Trump
«Mi esperanza es que podamos construir algo realmente bueno (para los palestinos), algo que haga que no quieran volver (a Gaza). ¿Por qué querrían regresar? Ese lugar ha sido un infierno», dijo Trump al recibir a Netanyahu, el primer líder extranjero con el que se ha reunido tras jurar su cargo el 20 de enero.
Trump afirmó que los habitantes de Gaza habían vivido «una existencia miserable» y por ello deberían dejar la Franja. Así, agregó, «no recibirán disparos ni serán destruidos». A quien no mencionó fue al autor de esta destrucción y responsable de esa miseria en la que intentan sobrevivir los gazatíes.
Pero para un magnate como Trump, los palestinos en estos momentos se han convertido en los inquilinos indeseados de un inmueble muy valioso, demandado por Israel, autor de su funesto sino, y ahora por EEUU, devenido con Trump en una gran corporación dispuesta a imponer sus prácticas de coerción comercial neoliberal en todo el mundo.
Si un día antes, Trump reclamaba para EEUU la entrega por parte de Ucrania de recursos minerales estratégicos a cambio del apoyo de Washington ante Rusia, ahora el empresario devenido en presidente formula la idea de convertir Gaza en un lujoso resort turístico del Mediterráneo Oriental, «la Riviera de Oriente Medio», dijo, que sirva como trampolín de la hegemonía estadounidense en la región.
«Seremos los dueños», de Gaza
«EEUU tomará el control de la Franja de Gaza y también haremos un trabajo con ella. Seremos sus dueños», afirmó sin tapujos el mandatario estadounidense para dejar claro que la expulsión de los palestinos será «permanente», aunque, admitió condescendiente, que se podría permitir la residencia de algunos de ellos.
No queda claro si en los planes de Trump figura más tarde la entrega de Gaza a Israel para su anexión, como reclaman los grupos más extremistas israelíes, o si la idea es que Washington controle permanentemente esa estratégica franja costera, como se podría deducir literalmente de sus palabras.
El caso es que Netanyahu pareció acoger con regocijo la idea y sobre todo el espaldarazo de Trump a su estrategia de crímenes de guerra en Gaza y a la posibilidad de acometer juntos la siguiente fase de la campaña de Israel en Oriente Medio, esto es, el ataque definitivo contra Irán tras las ofensivas en el Líbano y Siria del Ejército israelí, y la conversión de la «amenaza» palestina en un parque temático mediterráneo.
«Eres el mejor amigo que ha tenido Israel en la Casa Blanca», le dijo Netanyahu a Trump en la rueda de prensa conjunta, contento de que Estados Unidos esté dispuesto a mancharse también las manos de sangre en Gaza, pues no habrá otra forma de erradicar a los palestinos de su tierra natal.
Ante tal aquiescencia de Netanyahu a la violación del derecho internacional que propone Trump, las palabras del nuevo jefe de la Casa Blanca levantan la sospecha de que la invasión y destrucción de Gaza por Israel, con el aplauso y las armas de EEUU, no fueron solo una represalia por el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y el asesinato de 1.200 israelíes y el secuestro de 251 más por esas milicias.
Más allá de que esas acciones desencadenaran la venganza israelí sobre Gaza, la propuesta desvelada el martes por Trump apunta a un macabro plan israelí con las bendiciones estadounidenses para acabar con el futuro de un estado palestino reclamado internacionalmente y cuya creación se prometió cuando en 1948 se fundó el propio Estado de Israel.
Casi 80 años después, solo ha prevalecido uno de estos dos estados, Israel, levantado sobre los pilares de la guerra, la ocupación ilegal y las violaciones de los derechos humanos. El temor es que, azuzada por Trump y Netanyahu, ahora se desencadene en Gaza una limpieza étnica similar a la ocurrida entre 1947 y 1949 en Palestina, en la llamada Nakba, la «catástrofe», el éxodo de cientos de miles de palestinos y que fue el origen del odio que hoy predomina en esa parte del mundo.
Ahora, la idea de Trump es que al menos 1,5 millones de gazatíes, de los 2,3 millones que habitaban la Franja antes de la guerra, salgan de Gaza. Del resto no dice nada, aunque parece muy poco probable que vayan a hacinarse en los poquísimos lugares de ese territorio palestino que no han sucumbido aún a las bombas israelíes.
El fin del alto el fuego
Zonas aún no destruidas de Gaza que corren el altísimo riesgo de serlo en breve, pues el alto el fuego que rige desde el 19 de enero en la Franja tiene muchas cartas de no perdurar. De momento, corre el tiempo de las seis semanas de la fase inicial de la tregua en la que se están liberando a prisioneros israelíes que estaban en manos de Hamás y presos palestinos de cárceles de Israel.
Pero si las posteriores fases eran ya muy complicadas de implementar, la apuesta de Trump por expulsar a los palestinos de Gaza las deja ya sin ningún sentido.
La primera fase del alto el fuego ha permitido hasta ahora poner en libertad a 13 cautivos israelíes, además de cinco tailandeses, a cambio de más de medio millar de palestinos que estaban presos en cárceles de Israel. La segunda fase de la tregua prevé la liberación de todos los prisioneros israelíes, pero también la negociación del fin de la guerra. En la tercera fase comenzaría la reconstrucción de la Franja de Gaza.
No parece probable que Hamás ni la Autoridad Nacional Palestina que gobierna el otro territorio palestino, Cisjordania, vayan a aceptar que el fin de la guerra traiga consigo el fin de Gaza y de la creación de un Estado libre de Palestina. Menos aún la limpieza étnica que acaparará la erradicación de los palestinos de la Franja para convertirla en un lugar de vacaciones para israelíes y estadounidenses.
En coincidencia con esta visita del líder israelí a EEUU, Trump advirtió, efectivamente, de que «no existen garantías» de que se mantenga el alto el fuego al concluir la primera fase de la tregua, el 1 de marzo.
Uno de los portavoces de Hamás, Sami Abu Zuhri, también puso en duda la continuación de las siguientes fases de la tregua, pues, subrayó, la propuesta del presidente estadounidense es «una receta para crear caos y tensión en la región».
«Nuestro pueblo en la Franja de Gaza no permitirá que estos planes se aprueben. Lo que se requiere es el fin de la ocupación y la agresión desatada contra nosotros, no la expulsión de nuestra tierra», añadió.
Los saudíes rechazan el Plan Trump para Gaza
Quizá las palabras de los palestinos caigan en saco roto en la Casa Blanca, pero sí escuchará a Arabia Saudí, tradicional aliado estadounidense en el Golfo Pérsico. Tras la conferencia conjunta de Trump y Netanyahu, el Ministerio de Asuntos Exteriores saudí advirtió que Riad no establecerá relaciones formales con Israel si no se crea un Estado palestino. Esta postura, indicó el Ministerio, es «firme e inquebrantable», y «no es un asunto que se pueda negociar».
La postura de Arabia Saudí puede ser un afilado escollo para los planes de Trump en Gaza. En su anterior mandato, entre 2017 y 2021, el actual presidente de Estados Unidos hizo todo lo posible para acercar a Israel a algunos países árabes en los llamados Acuerdos de Abraham. El premio gordo de estos esfuerzos debería haber sido el acercamiento entre Riad y Tel Aviv, que avanzó mucho en el mandato del presidente Joe Biden, pero quedó en suspenso con la invasión israelí de Gaza.
Si uno de los objetivos de Trump en Oriente Medio es, con el respaldo israelí, acabar con la amenaza de Irán, la ayuda de Arabia Saudí es indispensable, sobre todo para evitar que la onda sísmica de la eventual caída del régimen de los ayatolás se expanda por toda la región y la devaste. Ya solo con este escenario en mente, el Plan Trump se revela cortoplacista y hace aguas por todas partes.
Juan Antonio Sanz
Fuente: https://www.publico.es/internacional/trump-entierra-sueno-palestino-convertir-gaza-resort-turistico-manchado-genocidio.html