Por María Luisa Battegazzore (*)
Rodney Arismendi fue esencialmente un hombre de partido, un comunista. No sólo porque perteneció al PCU desde su temprana juventud sino porque asumió siempre esa condición en su vida, haciendo del partido el centro y el fin de todo su trabajo. Se quiso un “revolucionario profesional”, siguiendo a Lenin, su maestro, en quien ve la reafirmación de los principios angulares del marxismo y la elaboración creadora en la época del imperialismo.
Vivió personalmente la experiencia del sectarismo, la represión interna y el culto a la personalidad y, claramente, trató de erradicar esas prácticas de la vida partidaria. Si bien podemos no acordar retrospectivamente con algunas expresiones como la “unidad monolítica”, por disimular disensos cuando existieron, lo cierto es que la discusión era habitual en los organismos partidarios. Luego, si bien todos aceptaban la unidad disciplinada para poner en práctica la posición acordada, no se excluía la diferencia de opinión ni al opinante.
Teoría y política
La elaboración teórica de Arismendi comenzó años antes de asumir la Secretaría General. La filosofía del marxismo y el Sr. Haya de la Torre (1945) y Para un prontuario del dólar (1947) son sus obras de mayor enjundia en esa época.
Sin duda pueden atribuirse a Arismendi dos grandes contribuciones al marxismo: la teoría de la revolución continental y el concepto de democracia avanzada.
Es estéril debatir si Arismendi fue un teórico o un político: fue las dos cosas pues, a su entender, eran inseparables. Real de Azúa comprendió bien ese rasgo. Hablando de Arismendi señala que “…el dirigente marxista-leninista que escribe en forma regular no lo hace lujosa, evasiva o lateralmente a la labor central de sus días sino, justamente, para servir al entendimiento de la realidad cuya transformación revolucionaria la acción ha de acometer”. [Antología del ensayo uruguayo contemporáneo]
Aunque sus escritos desarrollan temas complejos y demuestran una importante erudición, su estilo es directo y vital, algo torrencial, con un lenguaje culto, pero llano y sencillo, matizado con expresiones populares y un recurso permanente al humor y la ironía. Arismendi no escribió para la academia; aún cuando se dirige a intelectuales –estudiantes, artistas- los destinatarios son también los militantes políticos y sociales y, en particular, los comunistas. Trabajos como el Informe a una asamblea de intelectuales comunistas y amigos, de 1948, Encuentros y desencuentros de la universidad con la revolución, de 1965, ¿Qué hacer por amor al arte?, de 1988, eran difundidos por los medios partidarios y muestran la constancia de su preocupación por la problemática de los intelectuales , en momentos históricos y condiciones socio-políticas muy disímiles.
En libros signados por las polémicas políticas del momento, como Lenin, la revolución y América Latina, hay páginas de debate filosófico, cuya relectura asombra por su actualidad, quizás más significativa hoy que cuando fueron escritos. El evolucionismo, las “incrustaciones positivistas” en el marxismo, el relativismo y el pragmatismo, el materialismo mecánico, el idealismo, son algunos de los blancos principales a lo largo de su obra. Porque hay que subrayar –en tanto ha sufrido muchas interpretaciones en otros sentidos- que Arismendi siempre sostuvo una posición revolucionaria, que filosóficamente sólo podía identificarse con la dialéctica.
La conocida frase de Lenin “Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”, es un alegato contra el eclecticismo y el pragmatismo. En la valorización de la teoría, reclama afinar los conceptos filosóficos y su análisis “hasta en los matices”.
Arismendi fue un gran polemista, no sólo por temperamento personal, sino porque creía en la discusión como vía de elaboración colectiva en el partido y en el movimiento comunista internacional y la reclama en diversas ocasiones, en la línea de una tradición controversial del marxismo, en el cual buena parte de la elaboración teórica tiene como partera la polémica.
Su obra estaba dirigida a la lucha de ideas, en un doble sentido: la ostensible refutación de concepciones que, a su entender, desvirtuaban el marxismo y, sobre todo, a la educación partidaria y la influencia en amplias masas. La controversia fue un medio para precisar conceptos, definir posiciones, esclarecer aspectos metodológicos y filosóficos. Los textos siempre van más allá del objeto circunstancial del debate, elevándose a los principios teóricos, a las bases conceptuales del problema y al análisis histórico general y por eso conservan su vigencia.
«En los movimientos como en los partidos, los problemas que existen para la vida deben existir para la teoría y la discusión. Y aquellos puntos escabrosos frente a los cuales adoptamos las prácticas del avestruz, se vengan más tarde o más temprano, golpeándonos con sus pies bien calzados en las partes que dejamos al aire…». [Lenin, la revolución y América Latina]
El “intelectual colectivo”
Arismendi subraya el papel educador y autoeducador del partido «…como unidad de teoría, táctica y organización. La fragmentación de estos tres elementos, inseparables, pero no reductibles uno en otro, afecta la naturaleza y la función del partido». [Vigencia del marxismo-leninismo] Por tanto, la formación teórica es tarea ineludible del militante y del partido, que podemos entender como intelectual colectivo, según la expresión gramsciana.
«El Partido es educador y autoeducador: no sólo en el sentido de que promueve la experiencia de las masas y aprende de ellas, sino en el sentido de la necesidad de la discusión política e ideológica permanente; y de la preparación teórica, que no puede nunca ser hija de la espontaneidad o librarse a la voluntad individual». [Lenin, la revolución y América Latina]
El vínculo del partido con las masas y su recíproca son ineludibles y no se mira la lucha popular desde afuera: se es parte de ella. Celebrando su 70 aniversario dijo Arismendi: “Nosotros luchamos por el pueblo porque lo amamos profundamente y somos parte de él”. Como dijera Gramsci “…el filósofo, entendido individualmente o como grupo social entero, no sólo comprende las contradicciones, sino que se coloca a sí mismo como elemento de la contradicción, eleva este elemento a principio de conocimiento y, por lo tanto, de acción”. [Cuadernos de la cárcel]
Por supuesto existió la elaboración colectiva en el partido y no es menor que, con la dirección de Arismendi, en la concreta práctica política, aún con errores e insuficiencias, en lo esencial, el PCU actuara consistentemente y lograra desplegar la orientación estratégica trazada desde el XVII Congreso. En los 15 años que van entre el XVI Congreso y la fundación del FA, los elementos centrales de una concepción, expresada en la Declaración Programática, se hicieron patrimonio del movimiento popular y se incorporaron en el pensar y sentir de amplias masas, aún cuando se desconociera y hasta se negara su origen.
La educación del partido, la capacidad de elaboración de sus integrantes, habilita la democracia interna, la participación efectiva. Sin ella, según Gramsci, se cae en una relación fetichista: el individuo ve el organismo al que pertenece como “una entidad extraña a sí mismo” con la que se identifica en forma verbal y pasiva.
Entre los pensadores latinoamericanos
El objetivo del dirigente comunista es socializar ideas: es propaganda militante. Inaugurando la biblioteca de la Casa de la Cultura del PCU, en 1987, Arismendi defiende “la nobleza misma de la gran divulgación” y de la propaganda, “cuando es auténtica”. Y hace suya una proposición de Gramsci que a la vez brinda la óptica más justa para apreciar su obra: “Que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo, es un hecho ‘filosófico’ mucho más ‘importante y original’ que el descubrimiento, por parte de un ‘genio’ filosófico, de una nueva verdad que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos de intelectuales”. [Acerca de la enseñanza, la literatura y el arte]
Arismendi podría ser incluido con justicia en la categoría que, según Leopoldo Zea es tan característica de Latinoamérica: los pensadores, que desarrollan una elaboración filosófica o “de ideas”, al margen de la academia y estrechamente vinculada a la acción.
(*) Artículo publicado en la edición especial de EL POPULAR dedicado al 100 Aniversario del PCU.
(**)Vicepresidenta de la Fundación Rodney Arismendi