Florencia Tort (*) y Pablo Da Rocha (**)
Han transcurrido más de 50 años desde el golpe cívico militar que sacudió a nuestro país, sin embargo, aún hoy son varias las heridas abiertas. Una de las que nos vamos a ocupar hoy, tienen que ver con la política económica llevada adelante durante esos oscuros años.
La historiografía uruguaya dará cuenta que la dictadura se inició el 27 de junio de 1973, cuando el entonces presidente Juan María Bordaberry, con el apoyo de las fuerzas armadas, disolvió el Parlamento; la cual se extenderá de acuerdo a la bibliografía hasta el año 1985, luego de las elecciones nacionales en noviembre de 1984, que fueron ganadas por el entonces candidato del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti; marcando de este modo, el fin oficial, de la dictadura militar y el retorno a un gobierno democrático.
La dictadura militar representa uno de los períodos más oscuros y represivos para la sociedad uruguaya en general y para el movimiento sindical en particular. La dictadura no solo buscó silenciar cualquier oposición política, sino que también atacó de manera directa a las organizaciones sindicales, intentando desmantelar el tejido social que estas representaban. Lo que se intentaba entre otras cosas, era desintegrar la resistencia, particularmente en tanto la política económica implementada, requería el “dejar ser y dejar hacer”.
Desde el comienzo de la dictadura, las actividades sindicales fueron severamente restringidas. Se declararon ilegales muchas de las principales centrales sindicales, y se prohibieron las huelgas y cualquier forma de protesta laboral. Los líderes sindicales fueron perseguidos, encarcelados, torturados e incluso desaparecidos. La Central Nacional de Trabajadores (CNT), que había jugado un papel crucial en la organización de la resistencia laboral, fue desarticulada y sus miembros enfrentaron duras represalias.
La represión no solo buscaba acallar las voces de los trabajadores, sino también destruir las estructuras organizativas que habían construido con tanto esfuerzo. Las sedes sindicales fueron allanadas, y muchos documentos y archivos fueron confiscados o destruidos. Esta violencia institucional tenía como objetivo desmoralizar a los trabajadores y desarticular cualquier forma de resistencia organizada.
El análisis desde la historia económica que hoy podemos hacer, está asociado a revisar los vínculos de la estructura militar – civil que proponía el denominado “Plan Nacional de Desarrollo” llevado a cabo en el año 1974, y que si lo vemos en clave regional, no resulta innovador, ni casual; pues, da cuenta de la planificación económica de los regímenes, que compartieron esencia desde el aterrizaje de los llamados “Chicago Boys” en la realidad chilena de los 70’s y que permean al continente hasta la explosión -luego de su época “esplendorosa”- de los 90’s; inmortalizados para nosotros en las funestas imágenes del 2001 y 2002 en ambas orillas del Río de la Plata.
Estos modelos económicos, de privilegio, que se pretendieron instalar, no solo dejaron las impagables deudas externas y la destrucción total del espiral de precios y salarios que recayó en todas las economías domésticas, sino que, dejó consigo la práctica “desaparición de una generación”, que luchó por un mundo basado en la justicia social.
Analicemos algunas cifras para dar cuenta del impacto de la política económica de estos años que supusieron un lastre, que aún hoy en muchos casos no se han logrado equiparar, por ejemplo en materia salarial.
Gráfico 1: Salario real (1968-2018)
Elaboración propia
Como se puede apreciar en el gráfico, la caída del salario real fue impactante, se perdió en promedio aproximadamente la mitad de la capacidad de compra durante esos años. Incluso como puede observarse, a pesar de los enormes esfuerzos llevados a cabo durante gobierno del Frente Amplio, aún la distancia en términos de poder de compra es significativa respecto a 1968.
Otros indicadores también reflejan el duro golpe para los trabajadores y la población en general. Como se puede apreciar en el siguiente gráfico el desempleo fue trepando durante los primeros años –luego desciende para sobre los últimos años despegarse –aún a niveles superiores a los registrados durante los años 70. Niveles de desempleo que luego de retornar a la democracia se tornaron estructurales, es decir, un nivel de desocupación el cual cuesta superar, aun bajo desempeños macroeconómicos “buenos”.
Gráfico 2: Tasa de Desempleo (1968-1986)
Elaboración propia
La caída en el desempleo durante la segunda parte de la década de los 70´s se debe a la forma en que se calcula. La tasa de desempleo se obtiene a partir de la relación entre los que no tiene éxito buscando empleo; justamente entre todos los que lo están buscando (población económicamente activa). Lo que sucedió durante esos años, es que se registró una baja importante entre las personas que buscaban empleo, pues aumentó fuertemente el exilio y la clandestinidad.
Lo que resulta sorprendente, es que la caída del empleo y los salarios reales no se dio en el marco de una crisis económica; todo lo contrario. Las medidas de política económica que se llevaron a cabo permitieron el crecimiento del producto, durante aproximadamente toda la década, tal como se puede observar en el gráfico siguiente:
Gráfico 3: Desempeño Económico (PIB 1968-1986)
Elaboración propia
Recién tras el impacto de la crisis de la “tablita” de 1982, el producto cae. Se trató una crisis económica significativa que ocurrió a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980. La «tablita» era un sistema de deslizamiento cambiario implementado por el entonces ministro de Economía, Alejandro Végh Villegas; que dada la sobrevaluación del peso, el déficit en la balanza de pagos, el endeudamiento externo, la fuga de capitales y el impacto de la recesión mundial llevaron al colapso del sistema en 1982.
Lo cual, a la postre resultó en una devaluación abrupta, hiperinflación, recesión económica y una profunda crisis social y política, que contribuyó a la deslegitimación del régimen militar y al retorno a la democracia en 1985. A quienes implementaron estos modelos, los teóricos y los ejecutores, los de detrás de un escritorio y los que ejercieron el terror en las calles, cuarteles y centros clandestinos: el objetivo justificaba todo.
El trasladar a nuestros países a un nuevo orden económico basado en los privilegios a los grandes capitales, debía ser obtenido mediante la fuerza, la violencia y el exterminio al enemigo interno: los subversivos, aquellos que lucharon por los derechos de la clase obrera.
Es necesario por tanto hoy, no perder de vista la génesis de los procesos dictatoriales. Apoyados en civiles representantes de los grupos económicos poderosos, llevaron al estado a convertirse en una banda terrorista por 12 años. No es casualidad, que autores como Hayek plantearan en la década de los 60 ‘s, que era preferible una dictadura sangrienta a una democracia que permitiera el avance del socialismo.
El objetivo fue el robo, y la deuda la saldamos todos los uruguayos, una deuda entendida en el espectro más amplio posible. Hoy a un nuevo aniversario de aquella fatídica fecha, no perdamos de vista cuáles fueron las bases estructurales de la dictadura, que lamentablemente hoy muchos reivindican.
Lamentablemente, hoy la complicidad civil en dichos procesos, no ha sido condenada y no ha estado sobre la mesa en discusión pública. Esa complicidad civil que se enriqueció y acumuló en sus bolsillos dinero resultante de este modelo de exclusión y terror. Es por ello que, muchos de ellos, conviven hasta hoy, cara a cara y voto a voto en nuestras sociedades contemporáneas con nosotros, herederos de un sistema de privilegios, campantemente aclamando su posible regreso, con otros nombres, con otros discursos, pero con la misma génesis.
Tomando parte de las palabras de Strassera en el juicio a las juntas militares argentinas en 1985:
“Señores jueces, este proceso ha significado, para quienes hemos tenido el doloroso privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la abyección y el horror registran profundidades difíciles de imaginar antes y de comprender después. Dante Alighieri, en La Divina Comedia, reservaba el séptimo círculo del infierno para los violentos, para todos aquellos que hicieran un daño a los demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto, sumergía en un río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados…”
Solo la memoria…. Nunca más.
(*)Profesora de Historia.
(**) Economista.