Ministerio de Economía en el barrio Centro en Montevideo. Foto: Mauricio Zina / adhocFOTOS

Los equilibrios necesarios para un proyecto económico

Rodrigo Alonso (*)

Con las elecciones departamentales se cerró el extenso ciclo electoral que comenzó allá por los primeros meses de 2024, cuando empezaron a definirse las candidaturas a las internas partidarias. 

Durante más de un año, la política nacional se volcó por entero al calendario electoral: internas en junio, primera vuelta y dos plebiscitos en octubre, balotaje en noviembre, y ahora, finalmente, elecciones departamentales y municipales.

El cierre de ese largo ciclo electoral, que concentró las energías militantes y los recursos económicos de las organizaciones, va a permitir que el conjunto del casco político y militante del país, de todas las tiendas, se aboque de lleno al gobierno o a la oposición, según el caso. El otro ciclo que se va a cerrar en las próximas semanas, probablemente con el debate sobre la rendición de cuentas y balance de la ejecución presupuestal que enviará el ejecutivo al parlamento antes del 30 de junio, es el del balance y el estado de situación, o el debate sobre la herencia. 

El cierre de estos dos ciclos va a despejar el escenario para que todas las miradas puedan orientarse hacia adelante y se comenzará a delinear el tema principal sobre el corto y mediano plazo: cuál será el contenido de este gobierno. Es decir, cómo se va a traducir efectivamente tanto el programa de gobierno como la correlación de fuerzas emanada de la elección.

El nuevo gobierno se enfrenta a condiciones inéditas: sin mayorías parlamentarias en Diputados, en un país que lleva más de una década de estancamiento económico, y con una atmósfera político-ideológica donde no parece haber un mandato nítido de transformación, tal como lo muestran los altos niveles de aprobación del gobierno saliente. 

Agreguemos a esto que los temas que dominaron el debate electoral y siguen dominando el escenario son seguridad (orden) y crecimiento, opacando otros, como el debate distributivo, tributario o las problemáticas de pobreza, acceso a la salud o a la vivienda. Temas estos últimos más propios de un empuje social por izquierda. 

El nuevo gobierno se enfrenta a una paradoja central: no emerge de las urnas con un mandato de transformación claro y contundente, pero sí encuentra un país atravesado por demandas postergadas y necesidades urgentes que requieren reformas, avances distributivos y un nuevo impulso de cambio, y un estado de meseta económica que ya dura una década. Esta contradicción tensiona el arranque de la administración y su dilucidación va a ser clave para lo que será la naturaleza del gobierno que inicia. 

El desafío estratégico, entonces, es construir un nuevo ciclo de transformaciones que no defraude las expectativas depositadas en la izquierda uruguaya. En ese sentido, la experiencia del tercer gobierno del Frente Amplio —marcada por el desgaste y la pérdida de iniciativa— constituye una referencia imprescindible. No para repetirla, sino para aprender de ella y evitar sus errores.

En el campo del proyecto económico, una de las claves del período que se abre probablemente radique en la capacidad del nuevo gobierno para articular dos motores —o dos sensibilidades— que coexisten en la izquierda uruguaya. 

Por un lado la sensibilidad que pone el énfasis en la gestión macroprudencial, que a su vez tiene la capacidad de interpretar la debilidad del impulso de cambio que dejó la elección, de generar certidumbre, de hablarle a los llamados «mercados» y de actuar con clara conciencia de las restricciones del contexto nacional e internacional. Es el motor que construye puentes con sectores que no necesariamente se sienten parte del campo de la izquierda y que ocupan el centro del arco político. 

El segundo motor, en cambio, es el que empuja: el que entiende que en un escenario de estancamiento económico es indispensable avanzar en una agenda distributiva para generar dinamismo y justicia social. Este motor exige elevar el papel del Estado como orientador de una estrategia de desarrollo, capaz de organizar prioridades, movilizar recursos y disputar poder, fortaleciendo el capital público, el campo popular y también el terreno simbólico y mediático.

Estos dos motores no pertenecen de forma exclusiva a ningún sector ni fracción política. Son, más bien, lógicas que conviven en el ADN de la izquierda. El riesgo estratégico radica en desbalancearlos. Si se le sube demasiado el volumen a la sensibilidad de la moderación, se corre el riesgo de que se desactive y desmovilice la base militante y el núcleo irradiador de la izquierda. Si, por el contrario, se sobrecarga el motor del empuje transformador se puede perder pie en ese centro político imprescindible para sostener mayorías estables.

No lograr armonizar ambos motores puede derivar en un escenario de tensión interna dentro del Frente Amplio y del bloque de fuerzas del cambio. Por eso, es crucial construir un piso común estratégico, un marco de entendimiento que permita navegar las tensiones con claridad, madurez y sentido histórico. Solo así será posible iniciar un nuevo ciclo que sea fiel al mandato de transformación sin perder la gobernabilidad que ese camino exige.

El último gobierno del Frente Amplio, ya instalado sobre la meseta económica que siguió a la expansión de 2005-2014, mostró los límites de nuestra estructura productiva para combinar, de forma sostenida, crecimiento e inclusión social. Una vez revertidas las condiciones internacionales favorables, comenzó un ciclo de retracción que erosionó incluso la base política del oficialismo, desembocando en un cambio de signo en el gobierno. Este estancamiento prolongado ha puesto en el centro del debate económico la cuestión del relanzamiento del crecimiento. Sin embargo, la experiencia histórica uruguaya enseña que el mero crecimiento no basta para resolver los problemas estructurales del país. Además, las condiciones externas —precios de materias primas y flujos de capital— no aparecen hoy como palancas capaces de dinamizar significativamente nuestra economía. En este contexto, es fundamental establecer una orientación clara de estrategia de desarrollo, identificar puntos de confluencia nacional y aumentar los recursos disponibles para potenciar nuestras capacidades productivas, elevando así tanto la calidad del proceso de creación de riqueza como nuestra inserción internacional. Para avanzar en esta dirección, será clave también combinar adecuadamente las dos dimensiones antes mencionadas: un impulso desarrollista sin estabilidad macroeconómica puede conducir a una espiral de desequilibrios; pero una estabilidad macro sin impulso desarrollista no nos llevará a ninguna parte.

(*) Economista.

Compartí este artículo
Temas