Hace 120 años, en el Puerto de Santa María, España, nacía una de las mayores voces poéticas de la generación del 27: Rafael Alberti.
No es casualidad que Rafael presentará signos de rebeldía desde la adolescencia: siendo expulsado por mala conducta en 1916 del colegio jesuita donde asistía. En 1917 se traslada con su familia a Madrid, y destaca primero como pintor. Pero ante la muerte de su padre en 1920 empieza a escribir poesía, encontrando en ella su vocación principal. Pero también escribirá dramaturgia, narrativa, artículos y ensayos, y nunca dejará de interesarle la pintura. En la Residencia de Estudiantes de Madrid comienza a conocer a varios de los que serán sus compañeros de aventuras literarias y artísticas: Lorca, Guillen, Salinas, Vicente Aleixandre. Con «Marinero en tierra» gana el Premio Nacional de Poesía, en 1924.
Pero no se queda solo con la experiencia artística; comienza a observar lo que lo rodea, participa en revueltas contra la dictadura de Primo de Rivera y se afilia al Partido Comunista de España. De firmes convicciones revolucionarias, será comunista hasta su muerte.
Su poesía evoluciona de lo popular («Marinero en tierra») al barroco («A cal y canto»), y del barroco al surrealismo («Sobre los ángeles»), poniéndose a tono con las vanguardias y la conmoción que el arte vivía en ese momento, para hacerse cada vez más política («Un fantasma recorre Europa»).
Se compromete con la Segunda República, el gobierno del Frente Popular y luego en la lucha contra el fascismo. Participa de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y de revistas culturales y literarias revolucionarias. En «El Mono Azul», por ejemplo, se encargaba de una sección llamada «A paseo» dónde criticaba, a veces con humor, a los intelectuales que no se comprometían o que se habían pasado al lado del franquismo. Fue, además, uno de los encargados de la evaluación del Museo del Prado, para así impedir la destrucción y el robo de las obras de arte durante la guerra.
Con la derrota republicana en 1939 se exilia primero en París, ciudad se la que es expulsado con su esposa por ser comunistas; en 1940 viaja a Buenos Aires. Vive en Argentina, Chile (donde lo recibe Neruda), Uruguay, en la URSS y en Roma. En el exilio su poesía se vuelve nostálgica, lo que se puede ver en gran parte de la producción de esa época, como en «Retornos de lo vivo lejano».
En 1977, con el retorno de la democracia tras la muerte del dictador, Alberti retorna a España, siendo elegido diputado por el PCE. Siempre estuvo muy cerca de Dolores Ibárruri, la Pasionaria. Es famosa la imagen del poeta llevando a Dolores del brazo para cuando ambos asumen su banca en el parlamento
A los años volvió a Roma, donde siguió escribiendo y pintando, para luego volver a España. En 1983 se le otorgó el Premio Cervantes, y rechazó ser candidato al Premio Príncipe de Asturias por su postura antimonárquica. Antes, en 1965, había recibido el Premio Lenin de la Paz en Moscú.
Alberti fallece en 1999, en su pueblo natal, a los 96 años de edad.
Su obra es muy profusa. El poeta que le canta a su pueblo en «Marinero en tierra» también le canta a Roma o al Paraná; el poeta de metro clásico y verso claro de «A cal y canto» se vuelve crítico y lleno de asociación de imágenes en «Sobre los ángeles», y súper político en toda su producción de los años 30 y en gran parte de la siguiente, dónde se mezcla la nostalgia y las experiencias nuevas. Existen sutilezas como «El otoño otra vez», un libro objeto de sonetos con ilustraciones del propio Alberti, que fue presentado en Montevideo en los años 90′ por el autor. No falta en su producción la poesía erótica, la hondura existencial, el desamor o el homenaje a poetas y pintores. Y no hay que olvidar su dramaturgia, por ejemplo «Noche de guerra en el Museo del Prado», o » El hombre deshabitado».
Poemas suyos fueron musicalizados por Paco Ibáñez y Joan Manuel Serrat, entre otros compositores.
Alberti fue un luchador social, un artista, y sobre todo fue un poeta comunista. Para recordarlo en sus 120 años dejamos algunos de sus poemas.
A galopar
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Los ángeles muertos
Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban,
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
En todo esto.
Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.
Un fantasma recorre Europa
… Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por las noches con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tiene llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra sangre.
¿Qué es esto?
─Cerremos,
cerremos pronto las fronteras.
Vedlo avanzar de prisa en el viento del Este,
de las estepas rojas del hambre.
Que su voz no la oigan los obreros,
que su silbido no penetre en las fábricas,
que no divisen su hoz alzada los hombres de los campos.
¡Detenedle!
Porque salta los mares
recorriendo toda la geografía,
porque se esconde en las bodegas de los barcos
y habla a los fogoneros
y los saca tiznados a cubierta,
y hace que el odio y la miseria se subleven
y se levanten las tripulaciones.
¡Cerrad,
cerrad las cárceles!
Su voz se estrellará contra los muros.
¿Qué es esto?
─Pero nosotros lo seguimos,
lo hacemos descender del viento Este que lo trae,
le preguntamos por las estepas rojas de la paz y del triunfo,
lo sentamos a la mesa del campesino pobre,
presentándolo al dueño de la fábrica,
haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones,
hablar con los soldados y los marineros,
ver en las oficinas a los pequeños empleados
y alzar el puño a gritos en los Parlamentos del oro y de la sangre.
Un fantasma recorre Europa,
el mundo.
Nosotros le llamamos camarada.
El alba denominadora
A embestidas suaves y rosas,
la madrugada te iba poniendo nombres:
Sueño equivocado, Ángel sin salida,
Mentira de lluvia en bosque.
Al lindero de mi alma, que recuerda
los ríos,
indecisa, dudó, inmóvil:
¿Vertida estrella, Confusa luz en l
lanto, Cristal sin voces?
No.
Error de nieve en agua, tu nombre.