Por Gabriel Mazzarovich
El viernes y el sábado pasado el cantautor cubano Silvio Rodríguez llegó a Uruguay, llenó dos días consecutivos el ANTEL Arena y, una vez más, emocionó, conmovió e hizo disfrutar a miles con su música y su poesía, que su impresionante obra tiene de las dos cosas, en grandes y buenas dosis.
La presencia de Silvio en nuestro país se dio en el marco de la gira continental para presentar su más reciente disco grabado en estudio: “Quería saber”. El disco incluye canciones compuestas entre los años 2015 y 2019.
Ese hecho ya merecería un destaque especial y valdría la pena vivirlo; un cantautor con tantos años de trayectoria, que podría tranquilamente dedicarse a cantar algunos de sus cientos (y el número no es exageración) de temas que son éxitos legendarios ya, sigue creando, sigue componiendo y lo hace manteniendo una calidad poética y musical inmensa. Podríamos haber ido a disfrutar y celebrar ese milagro creativo y de permanencia. Pero no. No fuimos solo a eso. Siendo tanto. Fuimos esperando y pidiendo mucho más de Silvio y lo maravilloso es que Silvio, una vez más, superó las expectativas y nos dio, claro, mucho, muchísimo más.
Estas líneas no pretenden ser una crítica musical o desde una perspectiva estética más amplia al espectáculo que vivimos, no tengo ni los más elementales conocimientos para ello. Estas líneas buscan ser un reconocimiento, individual, y, estoy completamente seguro que muy colectivo, a la magia maravillosa que disfrutamos y sentimos, una vez más, gracias a Silvio, al que le robo una de sus estrofas para definirlo: fue, es y será un “reparador de sueños”.
Me tocó estar el viernes en el ANTEL Arena, pero tengo cientos de testimonios de que el sábado se vivió algo muy similar. Todos los buenos artistas generan un vínculo particular con su público, es así. Asumiendo eso hay que señalar que el que genera Silvio es especial. No fueron recitales a los que concurrieran fans. Fueron un momento de complicidad, de pertenencia, de disfrute y agradecimiento. Es que la identificación con Silvio tiene múltiples dimensiones: musical, poética, solidaria, política. Si política y profunda. Pero además Silvio ha logrado algo que no es sencillo de alcanzar y más en este mundo hiper fragmentado, que sabe de nichos de interés, donde todo es efímero y tiene fecha de caducidad: ha trascendido las generaciones. En el ANTEL Arena estuvieron abuelos y abuelas, hijas e hijos y nietas y nietos, unidos por la magia de Silvio y sus canciones. Cada cual con sus vivencias, que le cargan significados distintos a la música y la letra. Pero todas y todos unidos por la emoción. Ocurre que las canciones de Silvio nos acompañaron y nos acompañan en el amor, miles de parejas se declararon con sus letras, o escucharon su música juntos, en tiempos lindos y de los duros, o criaron a sus hijos e hijas escuchándolas. Las cantamos en campamentos, en marchas, en actos, en pegatinas, en congresos, en asambleas, en noches sin fin y en días largos. Y por eso lo que dominaba en el ANTEL Arena era el agradecimiento y el amor, si, aunque suene cursi, que no lo es.
Silvio, cuyas canciones tienen un alcance universal, las cantamos en América Latina, pero también las cantan en EEUU, en Europa, en Asia, es muy querido en Vietnam, en África, en Australia, en los rincones más insospechados del planeta, tiene también una historia particular con Uruguay.
Esta es la quinta vez que Silvio canta en nuestro país. Sus canciones llegaron por primera vez a Uruguay en casetes clandestinos, entrar un disco de pasta con sus dimensiones era un riesgo demasiado grande, aunque alguno lo corrió. Sus canciones fueron aliento y refugio en la noche del fascismo. Era tan lindo juntarse, de a poquitos, y poner bajito en el único reproductor disponible sus canciones. Nos hacía tanto bien. ¿Cómo no vamos a tener amor y agradecimiento?
Y luchamos y recuperamos la democracia y ese mismo día, el 1º de marzo de 1985, hace 40 años, Silvio hizo magia y estuvo con nosotros en la fiesta de la libertad. Fue en la Explanada de la Intendencia, gratis para todas y todos. Cantó junto a Pablo Milanés y empezó con una canción dedicada, esa noche, a nuestro pueblo y su lucha: Por quien merece amor. Volvió dos años después, en 1987, cantó en el Parque Central y nos acompañó en la campaña de firmas contra la Ley de Impunidad. Luego pasaron muchos años y volvió dos veces, una cantó en el Charrúa y la otra en el Estadio Centenario. Ahora lo hizo en el ANTEL Arena.
Es todo eso, lo del mundo y lo de nuestro Uruguay, lo que se sintetizó en el ANTEL Arena. Lo transmitían en sus caras, sus ojos empañados, los que lo vivieron y a los que se los contaron y ahora, a su vez, tendrán esto para contar.
En el recital Silvio volvió a hacer honor a su compromiso de siempre: hacer el mejor arte posible de la mejor manera posible. En tiempos de láser, miles de pantallas que privilegian el primerísimo primer plano, efectos especiales de luces y un largo etcétera, eligió una ambientación austera: los músicos, una pantalla de fondo con detalles estéticos bastante estáticos. La intención declarada fue que la música y las canciones fueran las protagonistas de la noche. Y vaya si lo fueron.
Cantó las canciones de su nuevo disco, pero también, sabedor del amor que provocan, incluyó temas históricos, legendarios, mágicos, por lo que son y por lo que generan. Fue así que cantamos todas y todos, La era está pariendo un corazón, Ojalá, Unicornio, Canción del Elegido, Eva.
Con intervenciones muy cortas, para no quitar protagonismo a la música, tuvo tiempo y espacio para recordar que él no empezó solo, que la canción cubana, y en particular esa maravilla que es la Nueva Trova, tuvo grandes exponentes que lo apoyaron y que le abrieron camino. Recordó a Noel Nicola, a Vicente Feliú, cantando ese himno, que, en las décadas del 60 al 80, miles de muchachas y muchachos se cantaron con amor y como desgarrador reclamo: “Créeme” y a Pablo Milanés, con otra canción inolvidable: “Yolanda”.
También tuvo guiños cómplices para Uruguay. Con esa delicadeza de hablar poco y dejar que la música exprese su poderoso lenguaje presentó la canción de homenaje a José Mujica: “Más Porvenir”.
Dedicó un tema “a mis amigos Daniel, Alfredo, Eduardo y Mario” y hasta tuvo una referencia a nuestra Rambla, la que comparó con el Malecón habanero, que reconoció entre risas que es “un poco más corto”.
En el ANTEL Arena hubo cientos de banderas cubanas y palestinas. Y Silvio, que tiene su manera de expresar compromiso político, la principal, por supuesto, es con sus canciones, hizo una pausa en el recital para leer un poema conmovedor: “Halt!”, que es Alto en alemán, del poeta cubano Luis Rogelio Nogueras. Lo escribió en 1979 tras visitar el campo de concentración de Auschwitz, describe el horror nazi contra el pueblo judío y cuestiona, en la parte final, la conducta de Israel contra Palestina. No dijo más, no hacía falta.
Silvio manejó muy bien el “tempo” del concierto, alternó canciones nuevas, con históricas y se guardó para el final varios minutos seguidos de canciones-leyenda. Las exclamaciones y los aplausos al reconocerlas por los acordes iniciales fueron in crescendo y terminamos con el corazón a tope y cantando es himno a la dignidad y la resistencia, que tantas veces repetimos en los tiempos del neoliberalismo y el supuesto fin de la historia: El necio.
Para continuar la magia y enterarnos de que este amor que nos une con Silvio sigue recibiendo aportes, nos enteramos que, en estos días, en simultáneo con su gira, se presentó en La Habana otro disco, llamado “Álbum Blanco”, que tiene 11 canciones inéditas. Tremendo.
Pues eso. Te debíamos Silvio ese testimonio de amor y este agradecimiento. Gracias por tanto Silvio, desde el corazón, desde la humanidad conmovida, desde la esperanza, desde los sueños que ayudaste a nacer y a sostenerse, porque sigue siendo cierto, como vos decís que “solo el amor alumbra la maravilla, solo el amor convierte el milagro en barro, solo el amor alumbra lo que perdura”.





















