Brasil: El fascismo no debe pasar

Gabriel Mazzarovich

El domingo el neofascismo brasileño intentó un golpe de Estado. Miles de neofascistas, portando pancartas llamando a las Fuerzas Armadas a dar un golpe, para que no queden muchas dudas, protagonizaron en Brasilia un asalto coordinado y simultáneo contra la sede de los tres poderes democráticos: la Presidencia, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal. Esta intentona golpista se produce a una semana de que Lula asumiera el gobierno.

La acción golpista, que comenzó en el campamento que desde hace un mes mantienen sectores afines al expresidente Jair Bolsonaro frente al Comando General del Ejército, reclamando una intervención militar, pudo realizarse, por la desidia o directa complicidad tanto del gobernador bolsonarista de Brasilia, como de las fuerzas de seguridad estaduales y de sectores de las federales, aunque en menor grado.

La firme respuesta de Lula, que estaba en San Pablo visitando las zonas seriamente afectadas por copiosas lluvias; de quienes encabezan los otros dos poderes del Estado brasileño, el Legislativo y el Judicial; la condena de la inmensa mayoría de las organizaciones sociales brasileñas y el amplísimo rechazo internacional; frustraron el intento golpista, abortaron otras acciones planificadas como la toma de refinerías y dependencias de la petrolera Petrobras y desestimularon, por ahora, movimientos militares más explícitos.

Por los procedimientos previstos en la Constitución fue suspendido en sus funciones el gobernador de Brasilia, tomaron el control de la seguridad en la capital las fuerzas federales, bajo jurisdicción directa del gobierno nacional, fueron detenidos centenares de asaltantes de las sedes de las instituciones democráticas y fue desmantelado el campamento que hace más de un mes unos mil fascistas mantenían frente al Comando General del Ejército.

El intento de golpe fracasó, pero fue eso, no se puede rebajar la gravedad de lo que se vivió. No se trata de actos espontáneos de vandalismo de unos pocos radicales. Se buscó, premeditada y planificadamente, provocar enfrentamiento y caos, dejar al gobierno de Lula imposibilitado de garantizar el orden y provocar un levantamiento militar o militar y policial.

Insistimos, la firme posición del presidente Lula, que desde San Pablo condenó el intento golpista y se comprometió a que no quedará impune, tomó medidas y retornó de inmediato a Brasilia donde esa misma noche visitó las instituciones atacadas; el rechazo del resto de las instituciones democráticas brasileñas, de los partidos, organizaciones sociales y hasta de medios de comunicación de importante influencia, abortaron la intentona.

También contribuyeron al fracaso de la intentona golpista la firme y rápida condena de la ONU, todos los países de América del Sur y la mayoría de los estados latinoamericanos, de EEUU, de la Unión Europea y varios países de Europa, de Asia y África y hasta del impresentable secretario general de la OEA, Luis Almagro.

Este lunes Luis Inácio Lula Da Silva, presidente de Brasil, el Senador Veneziano Vital do Régo, presidente del Sendo, el Diputado Federal, Arthur Lira, presidente de la Cámara de Diputados y Rosa María Pires Weber, presidenta del Supremo Tribunal Federal, emitieron un comunicado conjunto de respaldo a la democracia y de condena al intento golpista. Es una señal política e institucional muy fuerte.

La investigación de lo sucedido y el castigo a los responsables, tanto materiales, como a quienes lo planificaron, inspiraron y financiaron (solo un dato: el domingo llegaron a Brasilia decenas de ómnibus de todo el país) es un paso fundamental.

Todas las centrales sindicales de Brasil, el Movimiento Sin Tierra, el de los Sin Techo, organizaciones feministas y estudiantiles, más los partidos de la izquierda y todos los que respaldan el gobierno de Lula, convocaron a movilizarse este lunes en defensa de la democracia. Cómo bien señalaron el Partido de los Trabajadores y el Partido Comunista do Brasil, la movilización de masas, el protagonismo ciudadano, será el factor fundamental para defender la democracia, cerrar el paso al golpismo y defender también el gobierno de amplio acuerdo político encabezado por Lula.

Como los propios compañeros y compañeras brasileñas han dicho los desafíos que enfrenta el gobierno encabezado por Lula son enormes. Entre ellos está recuperar la institucionalidad democrática plena, combatir el hambre y la pobreza y retomar el papel internacional de Brasil en el continente y en el mundo. Para ello van a tener que enfrentar, con movilización y lucha, los intentos del neofascismo y de lo más conservador y reaccionario de la oligarquía brasileña, que tiene mucho poder y no se va a resignar a perder el gobierno y con él la administración del Estado. Ellos también saben la importancia estratégica de Brasil.

Parte de esa lucha democrática es desmontar la partidización de las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad, estaduales y federales, llevada adelante en forma planificada y metódica durante el gobierno de Jair Bolsonaro.

Comparaciones útiles

La acción de los neofascistas brasileños de este domingo, como lo han destacado varios analistas y medios internacionales, tiene obvias similitudes con el asalto al Capitolio, realizado por los también neofascistas seguidores de Trump. Pero esto no solo es por la acción en sí, que tuvo intentos explícitos de imitación, hasta en la indumentaria de algunos de los protagonistas, es necesario establecer identidades comunes en aspectos más profundos.

Ambos líderes, Trump y Bolsonaro, y los movimientos sociales y políticos que los respaldan, expresan a los sectores más reaccionarios de las oligarquías de sus países, al capital trasnacional y en particular al financiero, combinando esto con una importante inserción de masas, la captación e instrumentalización de sectores populares golpeados por la crisis del capitalismo, sustentada en los sectores más conservadores y reaccionarios de los cultos neopentecostales, el uso de millonarios recursos del Estado para prácticas del clientelismo más vil y descarado, el discurso populista, anti ciencia, anti cultura, racista, homófobo, machista, anti comunista, el culto al líder fuerte, por encima de la ley, el nacionalismo ramplón, el desprestigio de la política y de la militancia social, el culto a las armas y la violencia.

Por eso hablamos de neofascismo, por su carácter de clase y su vínculo orgánico con el capital financiero y el núcleo duro del imperialismo.

La intentona golpista del domingo, no sólo se puede comparar con el asalto al Capitolio, hay que pensar en la marcha a Roma de los “camisas negras” de Mussolini y también en los mecanismos del golpe de Estado, también fascista, de 1964 en el mismo Brasil.

Un proceso golpista

Por eso es muy importante no ver los sucesos del domingo como algo aislado. Para no aburrir con fechas solo haremos un apretado racconto de hechos, de mediano plazo y muy recientes, para demostrar que este intento de golpe neofascista, no sólo no fue espontáneo, ni fruto de la “agitación en redes” de desquiciados “radicales” bolsonaristas, forma parte de un proceso golpista para consolidar el poder de los más concentrado de la oligarquía brasileña, fundamentalmente de los grandes sectores del agro negocio y el capital financiero y su proyecto económico y social desigual y excluyente.

Jair Bolsonaro, y el neofascismo que expresa, son un recurso de lo más concentrado de la oligarquía brasileña para recuperar el espacio de poder perdido, nos referimos al gobierno, una vez que quedó comprobado el fracaso de los partidos de la derecha tradicional para disputárselo a la izquierda y al movimiento popular brasileño. Es así que, en 2016, se organizó y ejecutó el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, que culminó con su destitución. Cabe recordar, y no como dato anecdótico, que Bolsonaro, al votar en el juicio político contra Dilma, dedicó su voto al coronel que la torturó cuando estuvo presa en la dictadura. El entonces diputado, y hace rato ya fascista, dijo esa noche en la Cámara: “Por la familia, la inocencia de los niños en las aulas, que el PT nunca tuvo, contra el comunismo, por nuestra libertad, en contra del Foro de Sao Paulo, por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, por el pavor de Rousseff, el ejército de Caxias, las Fuerzas Armadas, por Brasil encima de todo y por Dios por encima de todo, mi voto es sí”. Eso fue así, en 2016 hubo un golpe de Estado en Brasil con el que se destituyó a una presidenta democráticamente electa en un proceso con acusaciones falsas. En ese golpe, el miserable de Bolsonaro celebró al torturador de Dilma.

Conviene recordarlo, porque ahora, 7 años después, algunos y algunas, que no solo no condenaron el golpe contra Dilma, sino que lo celebraron y como Lacalle Pou se sacaron fotos con los golpistas, no hacen ni el más mínimo esbozo de autocrítica. Tras el golpe contra Dilma vinieron las elecciones de 2018, Lula era el candidato favorito en todas las encuestas, incluso para ganar en primera vuelta. Pues bien, se organizó entonces la operación de persecución y aniquilamiento, político y personal contra Lula. Las acusaciones falsas montadas en su contra por una camarilla de policías, jueces y fiscales corruptos que encabezó el criminal de Sergio Moro, determinaron el encarcelamiento de Lula y su condena amañada. El objetivo principal, que era que Lula no fuera candidato se cumplió, y de esa manera se le posibilitó a Bolsonaro, sí el mismo fascista que había elogiado a un torturador cuando el golpe a Dilma dos años antes, que accediera a la presidencia de Brasil. Estos hechos son parte de este proceso que incluye el intento de golpe del domingo, no se los puede, ni debe, ver como algo ajeno.

Estos dos antecedentes no se pueden ignorar al analizar los sucesos de este domingo. Bolsonaro, y los sectores sociales que expresa, llegaron al gobierno luego de un golpe de Estado y de encarcelar fraudulentamente al principal candidato de la izquierda. Su llegada al gobierno fue fraudulenta, espuria y no respetó en lo más mínimo la institucionalidad democrática.

Lo mismo ocurrió durante la gestión del gobierno encabezado por Bolsonaro, a lo largo de la campaña electoral última y con mucha intensidad tras la victoria de Lula en la segunda vuelta. La campaña electoral fue de las más violentas de la historia de Brasil, con decenas de atentados, agresiones y asesinatos. En medio de la campaña electoral, Jair Bolsonaro planteó sospechas sobre el sistema electoral de su país y comenzó a hablar de fraude. El día de las elecciones el cuerpo policial que se encarga del control de las carreteras, dirigido por un notorio bolsonarista, hizo cientos de operativos ilegales en las rutas, sobre todo en el Nordeste, zona de altísima votación de Lula, para impedir que cientos de miles de brasileños votaran. Bolsonaro no reconoció el triunfo de Lula. Durante todo diciembre partidarios de Bolsonaro organizaron violentos cortes de rutas en varios estados del país, se movilizaron en varias ciudades y acamparon frente a varios cuarteles militares, denunciando un fraude y reclamando la intervención “salvadora” de las Fuerzas Armadas. El partido político de Bolsonaro presentó un recurso para anular la votación en el 40% de las urnas utilizadas en la segunda vuelta, lo que implicaba en los hechos anular las elecciones. En las redes y en los medios afines se hablaba todo el tiempo de una “tercera vuelta electoral”. El día que Lula recibía su diploma como presidente electo, acto protocolar que se realiza en Brasilia, partidarios de Bolsonaro intentaron impedirlo, quemando buses, atacando comisarias y cortando calles. Días antes de la asunción de Lula fue detenido un empresario bolsonarista en Brasilia que pretendía detonar un explosivo en el aeropuerto de la capital brasileña, generar caos e impedir la asunción de Lula, en los allanamientos le descubrieron un arsenal de armas de guerra. Bolsonaro se negó a entregarle la banda presidencial a Lula y huyó a Miami, EEUU.

Todo esto pasó, no fue solo el domingo. Por eso es tan importante, también, ver cuál fue el posicionamiento de las distintas fuerzas políticas brasileñas y uruguayas durante todo el proceso.

En el editorial del viernes pasado de EL POPULAR se afirma: “Lacalle Pou, varios legisladores y dirigentes del Partido Nacional y el Partido Colorado no solo no condenaron el golpe contra Dilma, se negaron a calificarlo de tal e incluso lo celebraron sacándose fotos con golpistas, en los cónclaves de partidos conservadores de la región. Lo mismo ocurrió con la injusta prisión de Lula, la derecha uruguaya la celebró. Varios celebraron también la victoria de Bolsonaro, el malogrado Novick se fue a Livramento a bailar y festejar, pero también Manini Ríos se sacó fotos con Mourão y hasta permitió con felicidad que algunos avezados analistas le llamaran “el Bolsonaro uruguayo”. Para colmo a Lacalle Pou no se le ocurrió mejor momento para montar el espectáculo de una pataleta anti MERCOSUR, que pocos días antes de que asuma en Brasil un gobierno cuya “ideología es la integración”. Sería saludable que hubiera un amago de autocrítica, aunque sea. Quizás la presencia de Mujica y Sanguinetti junto a Lacalle Pou en la asunción de Lula sea una manera muy sui generis de hacerla. Claramente no alcanza”.

Importantes fuerzas de la derecha brasileña en una autocrítica práctica, que es la que más vale, abandonaron el respaldo a Bolsonaro y el camino golpista y se definieron por la democracia, respaldando primero la candidatura de Lula y ahora el gobierno que encabeza. ¿Lo mismo harán, explícitamente, quienes en Uruguay apoyaron el golpe contra Dilma, la cárcel de Lula y saludaron la victoria del fascista y golpista de Bolsonaro?

Es fundamental exigirlo. Parte del “No pasarán” es construir la fuerza social que lo sustente, la unidad política y social del pueblo en primer lugar y la amplitud de alianzas imprescindible para defender la democracia y la libertad, y haciéndolo, defender también la perspectiva de emancipación social.

En caso de estas páginas, de la izquierda y del movimiento popular uruguayo, como en 1964 cuando el golpe fascista en Brasil inauguró una fase nueva de la ofensiva imperialista contra nuestros pueblos; como en 2016 cuando condenamos el golpe y la destitución de Dilma; como en 2018 cuando rechazamos la injusta prisión de Lula y fuimos al campamento en Curitiba a reclamar su libertad; hoy reafirmamos nuestro compromiso y solidaridad con la democracia, la libertad, con el pueblo brasileño y con su gobierno encabezado por Lula. Es hora de unidad y lucha, de solidaridad.

No pasarán.

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