Felipe Seade, un comunista

Por Pablo Siris Seade

La edición 2025 del Día del Patrimonio (ya convertido en fin de semana) tuvo como marco la conmemoración de los “dos siglos de los hechos de 1825 que dieron inicio a un nuevo proceso de lucha por la libertad y la independencia de la Provincia Oriental”.

La Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación del Ministerio de Educación y Cultura invitó “evocar aquellos episodios históricos, brindando una visión desde el siglo XXI que recupere presencias y protagonismos de hombres y mujeres de distinta condición social, étnica y cultural. También es una oportunidad para contemplar el proceso de construcción de identidades, analizando y recordando las formas de celebraciones oficiales y populares, los sitios emblemáticos, el nomenclátor y la toponimia del territorio, los monumentos, las representaciones artísticas recordatorias, los textos escolares, entre otras expresiones culturales desarrolladas a lo largo de la historia del país en toda su diversidad”.

La imagen elegida para convocar a las actividades estuvo inspirada en el mural que el pintor Felipe Seade (Antofagasta, Chile, 1912-Montevideo, Uruguay, 1969) realizara en el Liceo Departamental de Florida (hoy Liceo N°2) y que se denominó “Marcha del pueblo hacia la Piedra Alta”.

En ese gigantesco mural de 20 x 5 metros, el pintor reflejó no a los próceres, sino al pueblo marchando hacia la Piedra Alta (como indica el título del mural) a respaldar la declaratoria de la Asamblea, a través de ochenta figuras humanas al natural. Los modelos para estas figuras fueron las alumnas y alumnos del Liceo, sus familias, las vecinas y vecinos. Gente de todos los grupos sociales, de todas las etnias, de todas las edades.

Y es que Seade creía que había que devolverle la historia al pueblo y que había que hacerlo a lo grande, en los muros. El maestro se enamoró del mural desde muy joven, asistiendo primero al pintor Guillermo Rodríguez, en el Círculo de Bellas Artes y luego con la llegada al Uruguay en 1933 del maravilloso muralista mexicano David Alfaro Siqueiros.

En el Liceo Departamental de Colonia (hoy Casa de la Cultura), el pintor ya había hecho un mural denominado “Alegoría del trabajo”, en el que se presenta el trabajo industrial, el agrícola, la ciencia y la educación, reflejados en la gente que se dedica al mismo y mostrando su temprana preocupación por la temática social.

Pero Seade asumía estas temáticas y creía en esas cosas porque era comunista y creía, entonces, en la función social y política del arte para transformar la sociedad, pero además en el imperativo histórico que tenían los artistas en una época “cuando todos los días cae la gente, en el mundo, como racimos”.

Fue docente en Secundaria, en Montevideo y en el interior, en el recién creado Instituto de Profesores Artigas (IPA) y en la Escuela de Bellas Artes (hoy Facultad de Artes de la Universidad de la República) y en esos espacios académicos formó a decenas de las y los más destacados artistas plásticos de nuestro país, pero siempre fue silenciado por las élites culturales, que lo consideraban un peligro.

Fue miembro activo de la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Profesionales y Escritores en defensa de la Cultura), que pregonaba la “defensa efectiva de la cultura y por eso se exterioriza nuestro pensamiento con un ataque a la tendencia que consideramos en este momento como más peligrosa y más contraria al progreso espiritual de la humanidad: el fascismo”.

Seade fue ilustrador de la revista que editaba esa Agrupación, participó en los salones de arte en el que se subastaban piezas en solidaridad con la agredida República Española y su firma también figura junto a otros muy destacados representantes de la cultura en Uruguay en la creación del Instituto Cultural Uruguayo Soviético (ICUS) en noviembre de 1945.

Fue ilustrador de la revista Mundo Uruguayo junto a importantísimos artistas de la época entre los que se destacó Julio Suárez (Peloduro, también comunista) y realizó diversos murales en colaboración con distintos arquitectos, entre ellos uno muy importante en una residencia diseñada por el arquitecto Fresnedo Siri.

Su obra fue directamente censurada durante la dictadura fascista que asoló al país entre 1973 y 1985 (el mural de Colonia fue ocultado con armarios y el de Florida fue tapado por un lambriz) y –en general- ha sido poco difundido entre las generaciones más jóvenes con excepciones como la exposición que se realizó a la salida de la dictadura en la Intendencia de Montevideo y en la Galería Ejido, así como algunas exposiciones colectivas de artistas uruguayos en el Museo Blanes y en el Museo Nacional de Artes Visuales.

Para quienes descendemos de Seade (sus hijas e hijo, sus nietas y nietos, bisnietas y bisnietos) es enorme el reconocimiento que cuando se conmemoran nada menos que los doscientos años de nuestra independencia, la imagen elegida esté inspirada en un mural de Felipe.

Para las comunistas y los comunistas uruguayos, particularmente quienes desarrollan su actividad en la cultura y la educación, es también un inmenso honor, pero es además un recordatorio de la importancia de la memoria y de la resistencia, de la convicción respecto del valor de nuestra tarea, sea cual sea el lugar y el tiempo en el que nos toque estar.

Para mí, el problema es bien claro y bien simple.

En efecto –y hablo, sobre todo, para los compañeros jóvenes- lo importante no es cómo, sino qué pintamos.

Digámoslo crudamente. Nuestra generación debe meterse de lleno en el drama humano, porque lejos de la opereta y la llorosa ópera italiana, nosotros nacimos en una época de bombas y cañonazos, y no podemos estar engañando al público con fotografías iluminadas y paisajes servidos ahí, en plato, como un postre.

Fieles, entonces, a nuestro destino y a nuestra misión, tenemos que despreciar y atacar no ya sólo a la técnica impresionista, sino a todo ese sentir impresionista y externo de las vibraciones lumínicas, de los tonos de crepúsculo y los almendros en flor.

Mírese, si no, que cosa extraña. Todos esos pintores de caballete, que vuelven de Europa, hablando a más no poder, de las grandes tradiciones –de los egipcios, de los griegos, de los renacentistas y de los góticos- una vez con los pinceles en la mano, no saben hacer otra cosa que una pintura intimista o “naturalezas muertas”. ¡Y bueno! A esos señores hay que recordarles, precisamente, que en ninguna época el arte verdadero tuvo como base, una cosa tan anémica y “chica”, sino que, por el contrario, siempre se metió en el pueblo, y expresó el problema humano, con todas sus tragedias y todas sus alegrías.

Por consiguiente, ¿qué es lo que debemos pintar nosotros? ¿Cuál es el tema nacional? ¿El gaucho? No. ¿El fútbol? Tampoco. ¿Y entonces? La historia, señores. No hay levante. Tenemos que pintar la historia –la nuestra- y en el muro: ¡a lo grande! Olvidando a Europa, y empezando por ser más modestos: la técnica vendrá, después, sola.

Darle, pues, al pueblo, su historia. Y los que no quieran entender esto, los que no tengan fe, que rompan los pinceles y se hagan bailarines.

FELIPE SEADE”

(Extraído de la entrevista realizada por el periodista Carlos Pasos en la revista Mundo Uruguayo N° 1.131, 26 de diciembre de 1940)

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