El presidente de EEUU, Joe Biden junto a la vicepresidenta, Kamala Harris. Foto: whitehouse.gov

Biden y el imperio

Por Gabriel Mazzarovich

Este 20 de enero asumió Joe Biden, como el 46º presidente de EEUU, su llegada a la Casa Blanca se da en una situación muy especial. La propia ceremonia de asunción, en una explanada vacía, con 20 mil soldados resguardándolo, lo muestra con claridad. Eso reflejaba el impacto de la pandemia y la violencia del extremismo de derecha como amenaza.

La asunción de Biden implica un cambio con respecto a su antecesor Donald Trump, el asunto es: ¿Qué cambio? ¿En qué sentido?

Biden encuentra un EEUU devastado, en crisis económica, sanitaria, social y política y perdiendo peso en la disputa por la hegemonía mundial. La pandemia del COVID- 19 dejó expuestas las llagas de la sociedad estadounidense. El COVID- 19 ya provocó más de 400 mil muertes en EEUU, más que las de la segunda guerra mundial. La salud concebida como mercancía -con un sistema de seguros privados en el que básicamente se atiende el que paga y el que no se jode- bestial en cualquier circunstancia, se demostró suicida ante una pandemia.

El impacto económico ha sido enorme, la ayuda estatal también. Ya bajo el gobierno de Trump, en marzo de 2020, se implementó un paquete de ayuda, el más grande de la historia, de 1.9 billones de dólares, la mayoría destinados a las grandes empresas, aunque también hubo ayudas concretas a las y los estadounidenses, una renta de emergencia (¿Les suena?). La economía de EEUU, principal potencia imperialista, está en crisis hace años, al igual que el capitalismo. EEUU tiene más de 40 millones de pobres; la concentración del ingreso y de la riqueza más grande de su historia, las fortunas de los mega millonarios no han parado de crecer, aún durante la crisis continua y también durante la pandemia; es una sociedad racista y discriminadora, ha sido escenario el año pasado de las protestas más grandes de la historia contra la violencia policial impulsadas por el movimiento “Las vidas negras importan” (Black Lives Matter, en inglés). EEUU tiene un déficit fiscal altísimo, de los más altos del mundo; una deuda externa que es el 110% del PBI y es el país más contaminante del planeta.

El legado de Trump

Trump significó el ascenso de lo más reaccionario del bloque de poder de EEUU y, por lo tanto, del imperialismo. El negacionismo del cambio climático, expresado en la retirada del Acuerdo de París, es una muestra manifiesta de lo que implica poner la recuperación de la acumulación capitalista por encima de todo. Pero es solo una, no la única. Trump también enarboló el negacionismo de la pandemia y contribuyó a crear una de las peores catástrofes sanitarias de la historia de ese país. Explícitamente defendió la tesis de la primacía del capital y las ganancias por encima de la salud y de la vida. Trump, que logró una base electoral y social en los sectores más golpeados por la globalización capitalista y la desindustrialización, favoreció a los ricos y al gran capital con rebajas de impuestos, apostando a una reactivación económica que nunca llegó. Trump se rodeó de matones y ejerció sin pudor el poder. Esa deriva mesiánica y autoritaria terminó en el asalto al Capitolio del 6 de enero, un intento fallido de golpe de Estado, que dejó a una parte de EEUU en shock. ¿Qué se podía esperar de alguien que tiene entre sus militantes más devotos a la Sociedad del Rifle, el Tea Party, el Ku Klux Klan, otras organizaciones terroristas supremacistas blancas, la secta conspiranoica QAnon y quienes defienden fervorosamente que la Tierra es plana? Pero esas hordas desatadas y frenéticas, impulsadas por el odio y convencidas que ellas luchan contra el poder, cuando en realidad lo consolidan, no son nada nuevo. Ese odio racista y fascista organizado es el que promovió y fomentó EEUU contra el resto del mundo, en particular contra los pueblos de América Latina.

Es insólito que se presente como una novedad la supuesta infiltración de sectores fascistas y neo nazis en las fuerzas de seguridad de EEUU. Siempre estuvieron allí, constituyen el corazón de unas Fuerzas Armadas y una élite formada en la idea de superioridad, del pueblo elegido.

Son las que formaron en la Escuela de las Américas a los torturadores y escuadrones de la muerte que asolaron nuestro continente. Son los asesinos de Vietnam. El problema es que ahora enfocaron su odio y su violencia hacia adentro. Trump hizo uso de la mentira impunemente, ignoró los hechos, los falsificó y construyó una suerte de universo paralelo. Eso es cierto. Pero eso tampoco es nuevo en EEUU, ni es patrimonio exclusivo de Trump y los republicanos. EEUU inventó el incidente que le permitió entrar a la guerra de Vietnam que costó 6 millones de muertos. EEUU creó la doctrina de la seguridad nacional y mintió sobre el gobierno de Arbenz para invadir Guatemala. EEUU mintió para justificar su apoyo a las dictaduras fascistas en América Latina. EEUU mintió para derrocar a Allende. EEUU mintió para invadir Irak. EEUU mintió para impulsar el golpe de Estado contra Evo en Bolivia. El problema, volvemos a repetirlo, es que ahora la mentira es para la disputa interna. EEUU hace de EEUU, pero consigo mismo.

Biden y sus medidas

En ese cuadro, es necesario señalar que el gobierno de Biden será, como los 45 anteriores, un gobierno imperialista. Con componentes similares al de Trump, porque para empezar encabeza la principal potencia imperialista, también porque expresa en su composición el complejo militar–industrial, el mundo financiero, los fondos de inversión y, con especial fuerza, a las empresas tecnológicas, propiedad de los grandes multimillonarios, expresión central de la acumulación capitalista del presente. Desde ese punto de vista no hay lugar a ninguna ilusión.

Pero, dicho esto, también es necesario destacar que no es lo mismo que el gobierno de Trump, ni en lo nacional ni en lo internacional.

Biden dijo que su gobierno debe enfrentar cuatro crisis: la pandemia, el clima, la economía y la equidad. Y le agregó que hay un desafío interno: “Un incremento en el extremismo político, la supremacía blanca, el terrorismo interno que debemos confrontar y que derrotaremos”.

Biden ganó la elección y obtuvo la votación más alta de la historia para un presidente; aunque Trump, su contrincante, pasó a ser el segundo más votado de la historia, logrando más de 70 millones de votos. El Partido Demócrata obtuvo mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes. Kamala Harris, su compañera de fórmula, se transformó en la primera mujer en la historia, en ser electa para ese cargo.

Biden recibió el apoyo de importantes movimientos sociales, el citado “Las vidas negras importan”, movimientos por los derechos de los migrantes, quienes luchan por el respeto a la diversidad sexual, quienes reivindican la democratización del acceso a la salud, quienes reclaman el fin del lucro en la educación, particularmente la universitaria, de sectores de la intelectualidad y la academia, del mundo del espectáculo y el arte, pero también de sectores empresariales y financieros de enorme peso e influencia, como los megamillonarios de las empresas tecnológicas y cabezas de fondos de inversión.

El Partido Demócrata, que llevó a Biden a la presidencia, registró un importante avance de sectores que reivindican planteos de contenido popular y hasta socialistas. La mayoría de ellos se nucleó en torno a la precandidatura presidencial de Bernie Sanders. Estos sectores lograron representación en el Congreso, destaca entre ellos la legisladora Alexandria Ocaso-Cortéz.

Es cierto que no hay nada parecido a eso en el Partido Republicano y menos entre los partidarios de Trump.

No es menor determinar los sectores sociales, aún en minoría y aún subordinados a una hegemonía que los contiene, que están detrás de cada candidato y propuesta política. 

Dada la acotada mayoría lograda por los demócratas en el Senado y el peso que estos sectores tienen en la Cámara de Representantes, junto con su potencialidad de movilización y organización, habrá que seguir con atención cómo logran pesar en la orientación general y en acciones particulares del gobierno.

Sin desmedro de lo anterior, hay que constatar que estos sectores no se han visto reflejados en el gabinete. El equipo de gobierno de Biden tiene una composición distinta al de Trump. El gabinete saliente estaba compuesto -casi exclusivamente- por hombres, blancos y ricos. El de Biden tiene pluralidad étnica, con afrodescendientes, latinos, indígenas y una alta participación de mujeres.

Sin embargo, no es menos cierto, que refleja el status quo del Partido Demócrata y de los centros de poder de EEUU. En un comentario apurado de los principales cargos -Atilio Borón en un reciente artículo lo hace más a fondo- podemos destacar que Williams Burns, diplomático, será jefe de la CIA. Antony Blinken será el Secretario de Estado o canciller, trabajó en las dos administraciones demócratas anteriores, es considerado un “halcón moderado”, partidario del multilateralismo pero impulsor de varias intervenciones armadas. Alejandro Mayorkas será el primer latino Secretario de Seguridad Nacional, fue subsecretario en el segundo gobierno de Obama. Mayorkas nació en La Habana en 1959 y su familia huyó por el triunfo revolucionario. Jugó un papel importante en el avance hacia la normalización de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU durante el mandato de Obama. 

Uno de los nombramientos más polémicos y reveladores es el del general retirado Lloyd Austin como Secretario de Defensa. Es el primer afrodescendiente en ser designado como jefe del Pentágono. Tuvo un destacado rol en la guerra de Irak, pero además luego de su retiro, integró el directorio de una de las principales empresas productoras de armas y proveedora del Pentágono y también de un fondo de inversión que actúa fundamentalmente en el terreno de la producción armamentística. Un representante directo del poderoso complejo militar-industrial.

Avril Haines será la primera mujer Directora de la Agencia de Inteligencia Nacional. Haines fue la número dos de la CIA durante el gobierno de Obama.

La afroamericana Thomas-Greenfield será la embajadora de EEUU en la ONU, en la administración Obama estuvo en la Oficina de Asuntos Africanos del Departamento de Estado y fue embajadora en Liberia.

Janet Yellen, será la  Secretaria del Tesoro. Yellen fue presidenta de la Reserva Federal. Tiene una sólida formación académica y fue una de las defensoras de incrementar el gasto fiscal para generar puestos de trabajo.

Deb Haaland, indígena de la tribu Pueblo de la Laguna, será la primera nativa americana Secretaria de Interior de Estados Unidos.

“Poner nuevamente EEUU a la cabeza de la mesa”

En el plano internacional las decisiones de volver a la Organización Mundial de la Salud, al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, la revocación de la prohibición de ingreso a EEUU de personas de países con mayorías musulmanas, ya tomadas, y los anuncios de retomar el acuerdo nuclear con Irán y una extensión del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que caduca en febrero de este año, implican un cambio positivo, que puede llevar a un determinado nivel de distención.

Los anuncios que quizás más simpatía recojan, y también más esperanza, son los referidos a los migrantes. Biden detuvo la construcción del muro en la frontera con México, revocó la política de separación de menores de sus familias en la frontera y anunció una iniciativa que permitiría que 11 millones de migrantes indocumentados accedan a la ciudadanía. Es un viraje muy importante y positivo con respecto al gobierno de Trump. El tema de la migración como un derecho humano y la brutal hipocresía de levantar todas las barreras para que circulen los capitales pero cerrarlas para las personas es mundial, pero tiene un particular impacto en América Latina. Centroamérica y México, con matices y diferencias, viven una crisis sin fin que tiene una de sus expresiones más dramáticas en la migración de millones de personas, fundamentalmente hacia EEUU. Esta migración está provocada por la crisis permanente, la pobreza extrema, la violencia, la desigualdad, la voracidad de las élites empresariales, la corrupción y los narcoestados. En estos días se ha vivido una muestra de esta terrible situación con la represión brutal de las fuerzas de seguridad guatemaltecas a una caravana de migrantes que venía de Honduras. Según cifras de la Patrulla Fronteriza de EEUU (CEP por sus siglas en inglés), solo entre 2016 y 2020 se realizaron 561.404 procesos de detención de guatemaltecos, 470.611 de hondureños y 304.043 de salvadoreños. Esas son cifras que permiten solo una aproximación a la dimensión del drama humano del que estamos hablando. A eso, que es lo principal, hay que agregarle que las y los migrantes con sus remesas se han transformado en el principal sostén de las economías de sus países de origen. Las remesas constituyen el primer o segundo rubro del PBI de los países centroamericanos y México. El año pasado implicaron más de 11 mil millones de dólares en Guatemala y 5 mil millones de dólares en El Salvador. Vale señalar entonces que, además del aspecto humanitario, hay una dimensión material. Los migrantes contribuyen a la economía de EEUU y decisivamente a la de sus países, pero también implican una salida de capitales nada menor de la economía yanqui.

Es muy importante cualquier alivio en la situación de cientos de miles de latinoamericanos y sus familias y debe ser saludado, pero la experiencia recomienda esperar a ver cómo se desarrollan en la realidad las cosas, por el impacto material del que hablábamos y también porque según documenta AP, de acuerdo a las cifras del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de EEUU (ICE por sus siglas en inglés), Barack Obama tuvo un promedio de 397.500 deportaciones por año en su primer mandato y 290.000 en el segundo, mientras Trump tuvo un promedio de 249.800 deportaciones al año hasta el 2019 y 2020 aún no está disponible. Es decir, el gobierno demócrata encabezado por Obama y con Biden como vicepresidente, deportó más migrantes que Trump. Es cierto que Trump con sus acuerdos de países seguros y su presión inmoral sobre los gobiernos de la región trasladó la frontera sur de EEUU a México y Guatemala y logró que la policía y el Ejército de esos países reprimieran a los migrantes, eso también explica la baja en las deportaciones.

En cuanto a las prioridades estratégicas Biden no se ha diferenciado de Trump. En un artículo publicado en Foreign Affairs, con el título “Por qué Estados Unidos debe liderar nuevamente. Rescatando la política exterior de Estados Unidos después de Trump”, marcó sus objetivos. Abel González Santamaría, en un artículo en Cubadebate, las resume muy bien. Entre ellas destaca las siguientes afirmaciones: “Tenemos que demostrarle al mundo que Estados Unidos está preparado para liderar nuevamente, no solo con el ejemplo de nuestro poder sino también con el poder de nuestro ejemplo. Estados Unidos necesita ponerse duro con China e imponer costos reales a Rusia. Estados Unidos tiene el ejército más fuerte del mundo, y como presidente, me aseguraré de que siga siendo así. La OTAN está en el corazón mismo de la seguridad nacional de los Estados Unidos, y es el baluarte del ideal liberal democrático, una alianza de valores”. Biden plantea que su meta es poner a EEUU “nuevamente a la cabeza de la mesa para liderar al mundo”.

Hay algunos elementos centrales de la política exterior de EEUU sobre los cuales poner el acento para determinar la dimensión real del tan mentado cambio.

¿Qué política tendrá Biden hacia Cuba? Él era el vicepresidente de Obama cuando se normalizaron las relaciones diplomáticas, se abrió un diálogo e, incluso, se produjo la histórica visita presidencial a Cuba. Trump hizo retroceder todo eso. Cabe esperar un retorno a la senda recorrida antes, pero también es claro que Guantánamo sigue abierta y el bloqueo sigue firme e, incluso, reforzado. Esas son las piedras de toque para saber si realmente hay un cambio o no.

¿Qué hará con Venezuela? Trump designó a Elliott Abrams como enviado especial para la transición en Venezuela, impuso un bloqueo comercial y financiero, aumentó el hostigamiento político y militar, pero también es cierto que fue el gobierno de Obama el que declaró a Venezuela como un peligro para la seguridad nacional de EEUU. ¿Qué hará Biden, mantendrá el apoyo al impresentable de Guaidó, seguirá apostando al desprestigiado apéndice de Washington y la OEA conocido como Grupo de Lima?

El gobierno de Bush reactivó la IV Flota para incrementar la amenaza y el dominio militar sobre América Latina. Obama la mantuvo. ¿Esa será la política de Biden para sus vecinos latinoamericanos?

El gobierno de Trump lanzó la Iniciativa “América Crece” que involucra a varias agencias y departamentos del gobierno estadounidense como el Departamento de Estado, del Tesoro, de Comercio y de Energía; la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Agencia de Comercio y Desarrollo de los Estados Unidos (USTDA) y la Corporación para la Inversión Privada en el Extranjero (OPIC), ahora denominada Corporación Financiera Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (DFC). Implica un gran paraguas para proyectos de infraestructura y de desarrollo digital en América Latina y el Caribe, como instalación de cables de fibra óptica, comunicaciones satelitales y automatización de servicios públicos, entre otros. Es una iniciativa que busca competir con China en el continente y garantiza financiamiento y facilidades para las empresas yanquis. Es un sucedáneo actualizado de la Alianza del Progreso, el ALCA y los TLC, para asegurar las materias primas y el mercado latinoamericano para las empresas de EEUU. En función de esta estrategia, Trump impuso al primer presidente estadounidense del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). ¿Biden seguirá este camino de imposición, volverá a plantear los también nefastos TLC o, de verdad, promoverá un cambio en las relaciones con nuestro continente?

¿La OEA seguirá su papel histórico de ministerio de Colonias haciéndole los mandados a Washington o Biden está dispuesto a variar el retorno descarnado a la doctrina Monroe y el panamericanismo que impuso Trump?

Las medidas internas

En el plano nacional, Biden anunció un Plan de Rescate para atender la situación de crisis de EEUU que globalmente implica 1.9 billones de dólares. EEUU ya aplicó dos planes de reactivación, durante la administración Trump, el primero en marzo de 2020, de 2 billones de dólares, el más grande de la historia, y otro en diciembre, de 900 mil millones. El paquete de reactivación económica incluye nuevas partidas para las y los ciudadanos, esta vez de 1.400 dólares; suplemento al seguro de desempleo de 400 dólares hasta setiembre; aumento del salario mínimo federal a 15 dólares la hora; una ampliación de la licencia pagada y un aumento del crédito tributario por hijo. También una partida especial para Educación de 170 mil millones de dólares y un Fondo de Gobierno de apoyo estatal y local de otros 350 mil millones.

Para enfrentar el COVID-19 prevé 160 mil millones de dólares para el programa de vacunación, 50 mil millones de dólares para la realización de pruebas y 20 mil millones de dólares para la distribución de dosis.

Entre las primeras medidas de su gobierno amplió la moratoria para los desalojos y para las deudas estudiantiles. También estableció el uso obligatorio de mascarillas, negado por Trump y por varios dirigentes republicanos.

Y en otra orden ejecutiva dispuso varias medidas para combatir el racismo y la discriminación racial y por orientación sexual.

Son medidas de indudable impacto popular.

“Ni un tantito así”

La situación del mundo, con la crisis del capitalismo y la de EEUU, amerita una mirada a fondo de lo que implica la asunción de Biden. Debe hacerse sin dejar de analizar y reconocer las contradicciones que se expresan en el seno de las estructuras de poder de EEUU y, como señalábamos, las diferencias notorias entre los movimientos, clases y sectores sociales que acompañan, de una u otra manera, al Partido Republicando y al Demócrata, o para hacerlo más simple a Trump y a Biden. 

Pero, en la cuestión de fondo, la naturaleza intrínseca de EEUU como potencia imperialista, sigue siendo recomendable tener como referencia la frase que Ernesto Che Guevara pronunciara el 30 de noviembre de 1964: “No se puede confiar en el imperialismo ni un tantito así, nada”.

Fueron consultados artículos de El Popular, Página 12, Cubadebate, La Jornada, Prensa Libre, El Periódico, La Hora, BBC, Público, El País de Madrid, Telesur, The New York Times.

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