Pablo Da Rocha
La semana pasada la organización de Naciones Unidas en nuestro país, llevó a cabo, en el marco de los llamados “Diálogos sobre el futuro de Uruguay”; una serie de actividades que abordaron distintos temas de agenda pública. Uno de esos tópicos fue “Inserción económica internacional”.
Una de las primeras reacciones, es preguntarnos, si cuando hablamos de “inserción económica internacional” estamos hablando de un tipo particular de inserción, o abarca una mirada más amplia, más integradora, es decir que incorpore otras dimensiones, más allá de la meramente “económica”.
Por otro lado, hay que destacar que estos “diálogos” se inscriben en la denominada “Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible” impulsado desde la Asamblea General de la ONU. Esta agenda, implica un plan de acción para alcanzar una serie de objetivos de carácter integrado que abarcan aspectos tanto económicos, sociales como ambientales. La idea es que estos “Objetivos” conocidos como ODS incidan en las políticas nacionales, es decir, comprometan a los gobiernos, tanto desde el punto de vista de sus orientaciones estratégicas, como desde la asignación de recursos.
Uno de esos ODS, es el Objetivo 17 que habla de “Revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible”. Ese parece hacer fuerte énfasis en la importancia de alcanzar asociaciones mundiales sólidas y de cooperación. Si bien, la idea de los ODS es su mirada integradora e indivisible, lo que implica la interdependencia entre todos los objetivos, algunos permiten focalizar las metas de forma más específica. Justamente la inserción internacional o mejor aún, la integración, forma parte también, de una necesaria mirada integradora e indivisible.
Desde esta columna sostenemos que la inserción internacional no puede constituir un fin en sí mismo, sino que debe ser entendido como un medio que debe formar parte y responder a una estrategia de desarrollo nacional. Es decir, debe ser asumida como instrumental, para alcanzar fines superiores y, por ende, pilar de una política de desarrollo.
La política de inserción internacional no puede entenderse únicamente como sinónimo de aperturismo, ni resumirse en eslogan vacíos como “abrirse al mundo”. En tanto componente de la estrategia nacional y parte fundamental de la política exterior, debe recoger múltiples dimensiones más allá de la meramente comercial, tales como la geopolítica, la productiva, la social, la ambiental, de género, entre otras. Si bien las naciones pueden ganar con el comercio internacional, también ocurre que este comercio afecte negativamente a determinados grupos o sectores a la interna de los países y tiene efectos distributivos que pueden llegar a ser relevantes.
Por tanto, la política de inserción internacional y el análisis de acuerdos comerciales específicos, debe lograr una mirada balanceada e integral, capaz de articular el conjunto de intereses de los múltiples sectores que componen la realidad nacional. Es preciso evitar miradas parciales, que solo contemplan los intereses de los sectores específicamente ganadores, quienes a su vez ya cuentan con ventajas comparativas y posiciones dominantes.
Una política de inserción internacional debe entonces tener claro el mapa de beneficiados y perjudicados que se produzca en función de los acuerdos y los pasos que se vayan dando, para de este modo ser acompañada de estrategias compensatorias y de reconversión para los sectores afectados. Pero debe a su vez trascender el mero análisis de “ganadores y perdedores”, y ubicar la política internacional y los debates que en torno a ella se producen, en el marco de una estrategia país orientada a impactar sobre los problemas estructurales que caracterizan a la economía y la sociedad uruguaya.
Una política de inserción internacional, que a su vez esté puesta en función de una estrategia de desarrollo, parte de las condiciones reales de nuestro país, con sus límites y potencialidades. De este modo, es un instrumento que debe tener como punto de partida el lugar de Uruguay en la división internacional del trabajo y a su vez ser funcional a un proceso de mejora de ese papel en el mercado mundial por medio del desarrollo de capacidades nacionales, donde la agregación de valor dentro de nuestro ámbito nacional es clave. Y ello pasa no solamente por lograr acceso preferencial a determinados mercados, sino por diseñar políticas que orienten los beneficios del comercio exterior en función de una estrategia de desarrollo.
A pesar de todas estas consideraciones, suele ser habitual que cuando se convoca desde distintos ámbitos a discutir la inserción internacional, se detenga la mirada exclusivamente sobre la dimensión económica. Esta ocasión lamentablemente, no fue la excepción. Si bien, la exposición del secretario ejecutivo de la CEPAL José Manuel Salazar-Xirinachs menciona que no existe “Desarrollo” sin Gobernanza, y no existe “Gobernanza” sin “Diálogo Social” y agrega, que es necesario integrar otras dimensiones al análisis de la inserción internacional, nuevamente se limita a dimensiones inherentemente económicas. Prueba de ello, es que hubo escasas menciones a la relación entre inserción internacional y bienestar social.
Desde esta columna, no solo señalamos la naturaleza funcional de la inserción internacional a un modelo nacional de desarrollo, sino, que, además, concebimos la desarrollo como la ampliación de oportunidades y libertades que le permitan al individuo actuando en sociedad realizarse como ser humano social y político. Es decir, que la noción de desarrollo descansa en fines y cometidos sociales. Para decirlo de otra manera, no entendemos desarrollo, si no es para mejorar la calidad de vida de las personas. En este sentido, es que afirmamos que la inserción internacional debe ser una política pública. No obstante, estas críticas, Luís Bértola -destacado historiador económico y docente de la UdelaR- fue el único que destacó que antes de hablar de inserción internacional, debemos preguntarnos ¿Qué país queremos?
Numerosas fueron las intervenciones que se refirieron a que lo único certero, es la existencia de la incertidumbre. Es más, desde los representantes de Cancillería sostuvieron que lo que define a esta etapa, es lo incierto, complejo e interconectado que está el mundo. Lo que podríamos preguntarnos cómo debatir verdaderamente y proactivamente, acerca de la necesaria inserción internacional. Dicho de otro modo, no basta, con caracterizar a la inserción internacional como instrumento al servicio de un proyecto de desarrollo, que, por tanto, incorpore otras dimensiones más allá de la económica, como la social, la política o la ambiental; sino proponerse la hoja de ruta para lograrlo.
En ese sentido, proponemos un cambio en la forma de entender la inserción internacional -nuevamente, más allá de su dimensión económica- sino que adopte un enfoque distinto basado en fines y cometidos sociales. No concebimos “abrirnos al mundo” -más allá de lo que esto signifique- si no es, para mejorar la calidad de vida de las personas, en lugar que sea para el beneficio de unos pocos, o en nombre del crecimiento del país. No concebimos, la integración, si no es para favorecer a las comunidades, los recursos naturales o para permitir que la integración, más que económica, sea de los pueblos y culturas. Debemos asumir una mirada integradora e indivisible, también en esto.
Si asumimos que la inserción internacional es funcional y con vocación social, en lugar de meramente económica; podremos concebirla como parte de las políticas públicas, y dada la trascendencia de sus impactos, debe ser entendida bajo una perspectiva estratégica de largo plazo, por lo tanto, también concebida como tradicionalmente se conoce, una “política de Estado”, o sea, que trascienda los gobiernos de turno y se constituya como pilar de apoyo estructural para el desarrollo venidero. El futuro se construye, y este año tendremos otra cita para pensar en ese “otro futuro”.
El próximo 7 al 9 de diciembre se llevará a cabo la “Jornada Latinoamericana y Caribeña de Integración de los Pueblos”, se trata de un encuentro de más de 6000 representantes de movimientos sociales, partidos políticos, organizaciones sindicales, intelectuales y artistas de América Latina y el Caribe que se darán cita en la Triple Frontera de Brasil, Argentina y Paraguay, que pondrá sobre la mesa la necesidad de construir un futuro más justo y equitativo en nuestra región a partir de la reflexión y por supuesto, acción.
No hay duda que ese proceso de construcción de una nueva alternativa superadora requiere, en primer lugar, de la integración de nuestros pueblos de forma articulada y armoniosa con una perspectiva antiimperialista y por supuesto, anticapitalista. Esa mirada “integradora” también debe ser concebida desde algo mucho más integrador e indivisible, y sobre todo dialéctico. No existe integración social, sin integración económica, del mismo modo, que no existe integración económica, sin integración social. En efecto, no existe desarrollo, sin integración; no existe integración, sin diálogo social.
Hay otro capítulo relevante, el papel de Estado. Las sociedades hacen de las instituciones creadas en su seno, recursos ideológicos que mientras se mantiene junto a las formas económicas, conservan su operatividad, pero que cuando se desvinculan de ellas suelen acelerar su papel alienante. Las ideologías –por tanto- resultan indisociables del Estado cuando se instauran como mediación obligatoria de la convivencia social. Por lo tanto, la perspectiva no debería ser reemplazar las actuales “formas de gobierno” por otras, que pensemos más “justas”, “transparentes” o “progresistas”, sino acabar con las relaciones de poder que las sustentan y determinan. La disputa es en el plano político. Se trata pues de cambiar la realidad en efecto, pero para ello, es necesario llevar a adelante un proceso de acumulación, en el marco ideológico de una nueva narrativa, de un nuevo relato propio.